CULTURA
La ciudad pensada XXII

Parque Rivadavia: una explosión de cultura en la Ciudad

Arte y literatura se dan cita en uno de los lugares más concurridos de Buenos Aires. La historia desconocida del legendario Parque Rivadavia.

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En el predio (o a escasos metros) conviven, entre tantos hallazgos, el monumento a Simón Bolívar, un mural de Castagnino, la Fuente de la Doncella y los puestos de los feriantes. | Laura Navarro

Parque Rivadavia es uno de los lugares más concurridos de la ciudad de Buenos Aires. Espacio público verde al principio reconocido como Plaza Lezica, y luego como Parque Rivadavia, por el primer presidente de la Argentina, entre 1826 y 1827.     

Al inicio de una tarde llegamos al parque que, en sus alrededores, convive con una red, presente y pretérita, de edificios distinguidos, galerías y seductores pasajes, y un santuario en el que se confunden el culto de lo católico y la herencia guaraní.  

 

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La quinta en el comienzo  

El hombre de levita paladeaba la tranquilidad de su casa de campo. Nunca pudo imaginar que solo medio siglo después de su muerte, su quinta se convertiría en un parque popular.  

Una noria o pozo, después convertido en fuente, es la única parte de la vieja quinta que hoy sobrevive. Sobre uno de sus costados está la placa de la inauguración del parque. El dueño de la casa de campo fue Ambrosio Plácido de Lezica (1811-1881).  

Como ágil gacela, Lezica se movió entre los negocios y el poder político. El antiguo propietario de lo que hoy es Parque Rivadavia fue diputado, senador, uno de los fundadores de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires en 1854, y uno de sus principales operadores. También actúo como empresario enriquecido por favorables negocios con el Estado. Proveyó la logística del ejército argentino en la Guerra del Paraguay o Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Se lo acusó de enriquecerse y no cumplir sus contratos. Pero su riqueza no tenía obstáculos, y llegó a ser llamado “el hombre más rico de Argentina”.  

Su quinta, se destacó cerca de una veleta con forma de caballo...   

     

Entre la leyenda y una pulpería  

La Quinta Lezica se extendía en un triángulo entre las actuales Avenida Rivadavia, Avenida La Plata y la calle Rosario. Por 1860 empezó a erigirse la suntuosa casona de la quinta, con una gran cochera que albergaba los lujosos carruajes del propietario. Familias aristocráticas visitaban la quinta para participar de animadas tertulias. Destacaba también una galería con amplios ventanales de azul y amarronados colores. Uno de los visitantes destacados fue Domingo Faustino Sarmiento. El entonces presidente llegó con carruaje de escolta. A su anfitrión le regaló una de las especies de eucalipto que mandó traer de Australia, y que luego se plantaría en la quinta.   

Y las leyendas se alimentan de hechos transformados por la imaginación. El hecho se relaciona con una empleada doméstica de la quinta, abocada a sus tareas diarias, y entre ellas la de planchar. Al caer la noche, parece, aceptaba ofertas amorosas y pasajeras. La leyenda popular luego hizo lo suyo: imaginó que uno de los amantes de la mujer, furioso por su rechazo, la degolló. Y desde entonces, la silueta espectral de la negra degollada se deja ver a veces para aterrorizar a desprevenidos visitantes del hoy parque.   

Cerca de la quinta, Nicolás Vila, un inmigrante genovés, levantó una casa de varias habitaciones entre lo que era el Camino Real (hoy en parte Av. Rivadavia), y el Camino del Polvorín (hoy Emilio Mitre). Uno de los recintos lo dedicó a una pulpería. Corría el año 1821.  

En el centro de la ciudad, Vila compró un latón con la figura de un caballo, de casi medio metro de largo y 35 centímetros de alto, que colocó sobre un mástil en el techo de la pulpería. El establecimiento empezó a identificarse como “La pulpería del caballito”. Allí se detenían carretas, galeras, jinetes al paso. Todos buscaban descanso, alguna ginebra, empanadas o ravioles. Para 1830, el nombre de la pulpería se propagó a varias leguas a la redonda. Devino el toponímico de la zona, luego barrio pleno de la ciudad en pujante expansión. El actual Caballito.  

Vila murió en un incidente con milicianos del general unitario Lavalle. En 1925, la veleta original fue donada al Museo Histórico y Colonial de la Provincia de Buenos Aires, en Luján. Desde 2010 se encuentra en la oficina del director de Museos de Esculturas Luis Perlotti. En un extremo de la Plaza Primera Junta, y desde 1969, se exhibe una copia del objeto de metal para indicar el viento y con forma de caballo, y realizada justamente por Perlotti, mientras en el parque también, a la manera de busto, la cabeza de un brioso equino de color negro evoca el primer cuadrúpedo que dio nombre al barrio.   

Luego de la muerte de Ambrosio Lezica, la quinta cayó en la decadencia. En 1908, uno de sus hijos, intentó vender el terreno a la Municipalidad. No hubo acuerdo. El traspasó al municipio solo se consumó, luego, por una expropiación. En 1928, la antigua quinta se transformó en un parque de seis hectáreas, entre Avenida Rivadavia y las calles Doblas, Chaco, Rosario y Beauchef. Carlos León Thays, hijo de Carlos Thays, y director de Paseos de la ciudad entre 1922 y 1946, proyectó el parque junto con Francisco Lavecchia. En la inauguración del nuevo espacio público estuvo presente el entonces presidente de la Nación Dr. Marcelo T. de Alvear.  

Y en el nuevo parque se agrupan más de sesenta especies entre árboles y aves. Varios ombúes de más de 100 años sobresalen por su porte y sus grandes ramas. En 2018, uno de ellos, sobre la calle Rosario, fue talado por su pudrición interna. La medida generó controversia entre los vecinos, lo mismo que el enrejado perimetral del parque. Un ombú afirma su grueso tronco sobre el centro de la plaza; y otro, hoy enrejado por razones de seguridad, hunde sus raíces en la tierra frente a la Avenida Rivadavia. Bajo sus sombras, se repiten apasionados intercambios de estampillas y monedas…  

 

Entre el Mercado Filatélico Libre y la Feria de los libros  

En 1943, la segunda guerra mundial estaba en marcha. Entonces, la revista pulp Rojinegro ofrecía historietas policiales, de aventuras y vaqueros, y textos de literatura fantástica y ciencia ficción. Pulp alude a las publicaciones de encuadernación en rústica, de consumo popular, barato, de revistas generalmente de historietas. Creada en Buenos Aires por la editorial Bell, Rojinegro se publicó entre fines de los 30’ y comienzos de los 60’, con más de 280 ejemplares.  

En sus últimas páginas había una sección de Filatelia y una llamada “Poste restante filatélica”, con “direcciones y mensajes de filatelistas que desean canje”. Entonces, a un redactor de la revista se le ocurrió proponer a los filatelistas un lugar de encuentro en un espacio público. Así surgió el “Mercado Filatélico Libre” en Parque Rivadavia, que fue un éxito desde el comienzo, y que daría lugar a una gran feria filatélica a cielo abierto, importante a nivel mundial.   

En el interesante blog “Museo de literatura popular” se recoge una página de la Revista Rojinegro en su número de abril de 1943, que se vendía a 40 centavos en todo el país, y que dice: “todos los domingos en el hermoso parque, especialmente en la calle Rivadavia, se ve concurrido por gran número de filatelistas que, identificados por medio de Rojinegro, realizan canjes de la manera más provechosa y económica”.  

Los intercambios se iniciaron debajo del ombú histórico, el “Ombú de los coleccionistas”. La práctica de intercambiar sellos postales y monedas de distintas procedencias proyectó a los coleccionistas a todo el mundo. Un viaje mental desde el parque a todos los continentes.  

El bar “El coleccionista”, en Rivadavia y el pasaje Florencio Balcarce, frente al viejo ombú, evoca por su nombre el coleccionismo de la Feria de Numismática y Filatelia. Hasta del día de hoy, los coleccionistas se reúnen cerca del ombú, o en el mencionado establecimiento.  

Y como una expansión de la primera feria, en 1953 surge una feria de revistas e historietas, en la vereda del actual Colegio Primera Junta y que luego, desde los 60’, se establece dentro del parque, dedicada principalmente a la venta de libros, música, comics, frente al paredón de la Escuela Normal Superior Nº4 Estanislao Zevallos. Los puestos de la Feria se identifican por un número, pero también, muchas veces, por el nombre de sus dueños o por sugerentes denominaciones como “El buscador del parque”, “El viejo Lobo”, o “El fénix”.  

     

Entre la fuente catalana y el centro

Recorremos el parque en la tarde soleada. Las estatuas laten como inmóviles presencias. Así, observamos el impactante Monumento de Simón Bolívar de José Fioravanti, de 1942; y asoma la delicadeza de La maternidad, de Luis Perlotti, de 1965.  

Y también encontramos en el parque una Virgen de Luján, un mástil, un pequeño lago artificial sin agua hoy, una colorida calesita, un pequeño anfiteatro agregado luego de una remodelación.  

Y llegamos hasta la Fuente de la Doncella o la Fuente Catalana. La hermosa mujer desnuda, de mármol blanco y tamaño natural, se inclina hacia la fuente. Busca el agua que viene de los manantiales, las napas, el misterio de lo vital y refrescante. Un gran artista catalán le dio vida a la mujer inmóvil siguiendo la tradición del arte clásico griego: Josep Llimona i Bruguera. Fue donada por la Colectividad catalana. Se inauguró en 1931.  

Primero la estatua reposó cerca de uno de los ombúes del parque. Pero en 1970, los gustos retrógrados sentenciaron que la obra de arte desbordaba una sensualidad insoportable. Se la trasladó entonces al Parque San Martín, en Retiro. Su exilio duró casi 40 años. Al final, la percepción del valor artístico se impuso a la mojigatería. En 2009, la bella mujer regresó a su lugar, entre la tierra y la luz del parque.  

Lo inmóvil es también un centro geográfico. El centro de la ciudad se encuentra exactamente en la calle Avellaneda 1023, en Caballito, el barrio del parque, en una casa muy cerca de la cancha del club Ferrocarril Oeste. Una placa de hierro informa que allí se ubica el centro exacto de la gran ciudad.   

En la historia de las culturas, el centro remite a un axis mundi, el eje que une cielo y tierra, y que es fuente primaria de la vida. Pero el centro también se reviste de significaciones políticas. Esto impulsó la idea en la década del 30’ de trasladar el gobierno municipal al hoy Colegio Primera Junta, frente al Parque Rivadavia, en Av. Rivadavia 4817. En la colindante calle Campichuelo se construiría un boulevard con otros edificios municipales que llegarían hasta el cercano Parque Centenario. El proyecto nunca se concretó.   

 

Un eucalipto, el destino y Spinoza  

Del cielo cae la lluvia, pero también la muerte inesperada. En 2011, desde diez metros de altura, una rama de un eucalipto cayó y mató a Graciela Galíndez, una mujer de 64 años. Nunca pudo imaginar el imprevisible golpe letal. Su muerte fue muy distinta al asesinato en el parque de Marcelo Scalera, en 1996, en medio de una gran trifulca por diferencias ideológicas. El crimen quedó impune. 

Luego se alegó que la causa de la caída de la rama fue una podredumbre interna. Un mal que obraba por dentro del vegetal, algo de difícil, o imposible, previsión.  

Para algunos, la desgracia ocurrida es una muestra de un destino predeterminado. Y si detrás de ese destino está Dios, la muerte por la rama caída en el parque sería la manifestación de un proceso teológico y no un desgraciado incidente del mundo natural. Frente a esa explicación de la fatal “predestinación divina”, en el siglo XVII, Spinoza esgrimió sus argumentos contrarios. En el apéndice de la Primera parte de su Ética explicada según el modo geométrico, defendió la explicación de las cosas mediante una razón abierta a una realidad infinita, y a las leyes de la naturaleza. Para el filósofo judeo-holandés, la tragedia en el parque es explicable no desde la creencia o la fe en un Dios que da la vida pero que también la quita, sino por procesos naturales detectables por la razón y que, en un momento dado, escapan a nuestro conocimiento o control.  

 

Una virgen guaraní, un pasaje y “el humo de un cigarrillo”  

El Dios que da la vida o la quita es creencia fundamental de las religiones. Frente al parque un particular santuario confirma las certezas de esa fe.  

La parroquia de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé se alza en un predio que, en el siglo XIX, era la quinta de Frederick Wanklyn, un comerciante inglés. Luego de su muerte, el establecimiento fue alquilado al presidente Julio Argentino Roca. Después, pasó a manos de las religiosas de la Congregación de la Santa Unión de los Sagrados Corazones, procedentes de Liverpool. En lo que era la quinta, las monjas crearon un colegio.  

Ese edificio será reformado a comienzos del siglo XX en estilo ecléctico con mansarda y jardines de estilo francés. Luego se lo expropió para el proyecto, ya referido, de instalación del gobierno municipal. En 1983 se convierte en sede definitiva del Colegio Primera Junta, creado en 1909.   

Las monjas dispusieron una capilla que resultó ser pequeña. Por eso, en 1906 se amplió el recinto religioso hasta su transformación en una iglesia edificada con los planos del arquitecto noruego Alejandro Christophersen. Hoy es el santuario de la virgen de Caacupé, intensamente venerada en Paraguay.  

En su leyenda, la virgen impidió que los guaraníes murieran de calor en el verano. El ábside, la parte posterior de la iglesia, es lo que hoy se ve desde avenida Rivadavia, frente al parque, a escasos metros del fascinante pasaje Florencio Balcarce, en el que nos adentramos con paso lento.  

Florencio Balcarce (1818-1839) fue un poeta romántico argentino hijo de Antonio González Balcarce, héroe de la batalla de Suipacha, emparentado con el general San Martín. Luego de sus estudios marchó a París, donde vivió en el Barrio Latino y estudió en La Soborna; fue visitante habitual de la residencia de San Martín en Gran Bourg, en Boulogne Sur Mer, localidad en el norte de Francia. Regresó después a Buenos Aires donde murió de tuberculosis.   

En el número 80 del actual pasaje vivía el poeta y crítico Rafael Alberto Arrieta. Él gestionó el nombre del pasaje que antes se llamó Videla Dorna y África, y que consta de una sola calle, en la que se diseminan edificaciones en estilo ecléctico, con decoraciones aristocráticas que incluyen una casa con gárgolas diseñadas por el trío de arquitectos Petersen, Thiele y Cruz.  

Los pasajes son puentes a otro tiempo, y refugio ante el ruido y el caos vehicular. Cerca, otro pasaje infunde esa sensación: El maestro. En el pasaje Florencio Balcarce vivió Antonio Berni, el ex presidente Arturo Frondizi y el poeta Conrado Nalé Roxlo, que desde el último piso de su edificio en Florencio Balcarce 15, con un telescopio elegía, sin moverse, las tortas de la confitería La Ideal, en Rivadavia y Acoyte.  

La poesía de Balcarce entrevé el dolor que se esconde. Uno de sus poemas fundamentales, El cigarro, se inspira en la melancolía en el exilio del general San Martín que tanto brillo marcial dimanó en sus batallas y en el cruce de la cordillera de los Andes. Al final de su camino, en los versos de Balcarce, el gran general se pregunta: “Pero ya, ¿qué soy?”; y se responde: “Apenas la ceniza de un cigarro”. Y luego de tantas victorias y honores, el general de Chacabuco y Maipú se vuelve a preguntar: “¿Qué es la gloria?”, y la respuesta es breve, lapidaria: “Nada. Es el humo de un cigarro”.

 

Galerías, murales, y otros alrededores

La tarde declina hacia el ocaso. En los alrededores del parque continuamos los descubrimientos. En la esquina del pasaje Balcarce se alzó el palacio Videla Dorna, en su momento sede de la Escuela Naval, imponencia demolida. No muy lejos, en Rivadavia y Nicolás Repetto, un diamante de Virginio Colombo refulgió hasta ser también arrasado, la Villa Carú; otra de sus obras, la Casa Garbesi, resplandeció y se desvaneció en Rivadavia al 4700.  

Y frente al parque, en Av. Rivadavia 4731, se halla el destacado Club Italiano, fundado en 1898, de una espléndida fachada neoclásica ahora cubierta por numerosos negocios que impiden la contemplación del edificio original de una institución de gran anclaje social, nacida por iniciativa de la comunidad italiana, que alberga en su interior una sala de teatro, pileta, y cuyas actividades deportivas se prolongan hasta instalaciones en el Parque Almirante Brown. Y frente el parque, pero en Rosario 250, se alza una casona de 1922, la otrora residencia de la familia Sureda, de estilo español, de fachada de símil piedra París, de elementos arquitectónicos góticos venecianos, asimilados a la fisonomía de un “petit hotel”, hoy centro cultural.    

Muy cerca del parque también, en avenida José María Moreno 122, irradia su singular cadencia art decó una obra de Alejandro Varagont (autor también del edificio Antonio Pini, en Av. Pres. Roque Sáenz Peña 893). Y a los pocos pasos, nuestro caminar converge, una vez más, en la obra paradigmática del desaparecido Hogar Obrero: el edificio Nicolás Repetto (conocido informalmente como el Elefante blanco), de Fermín Bereterbide, del que ya nos hemos ocupado en esta sección, y que se alza, magnífico, en Avenida Rivadavia 1526.   

   

Y en la Galería París, en Av. Acoyte 87, la caminata que todavía no concluye nos lleva hasta el mural de Juan Castagnino “Hombre, Espacio, Esperanza”, pintado en 1959 y restaurado en 2007. Dos trabajadores manipulan órbitas espaciales y abren un nuevo rumbo, mientras una madre se recuesta y alza un niño que mira hacia arriba y mueve sus manos como si quisiera abrir el espacio. Y otro trabajador usa un compás que acaso traslada un orden celeste hacia la tierra y la ciudad. Mural de un significado profundo, reducido a lo meramente decorativo, o ni siquiera eso.  

Lo poco o nada advertido también marca unas grandes pinturas, poco visibles, en la contigua Galería Rivadavia, en Av. Rivadavia 4967. Las obras, dedicadas al descubrimiento de América, la vida colonial y el puerto de Buenos Aires, hacen presente a su autor, Anatolio Sokoloff (1891-1971). Sokoloff, emigrado ruso de una vida novelesca, y uno de los grandes pintores de temática épico histórica del siglo XX.  

   

En el atardecer  

Y cuando el atardecer tiñe el parque y sus alrededores, es imposible olvidar un año fatídico: el 2001, en el que el parque fue colmado de objetos en venta. Recurso para lidiar con la frustración económica y para remontar la ola gris de una gran crisis.   

El parque es angosto, abarcable en un rápido acto de la mirada entre la avenida Rivadavia y la calle Rosario. Brevedad en la extensión, pero también la intensidad de un espacio fuera del trajín urbano.  

Entonces imaginamos que nos salen al encuentro las generaciones de entusiastas coleccionistas de estampillas, monedas, libros y vinilos. El tipo de visitantes del parque que buscan un nuevo descubrimiento. O quizá de otra cosa, aun sin saberlo, de un sueño persistente, callado, el anhelo de que, entre los árboles y cerca de la fuente de una doncella, se abra una puerta hacia un día distinto. Ese día que todavía no llega.  

 

(*) Esteban Ierardo es filósofo, docente, escritor, su último libro La sociedad de la excitación. Del hiperconsumo al arte y la serenidad, Ediciones Continente; creador de canal cultural “Esteban Ierardo Linceo YouTube”. En estos momentos dicta cursos sobre filosofía, arte, cine, anunciados en página de Fundación Centro Psicoanalítico Argentino (www.fcpa.com.ar), y cursos y actividades anunciados en su FB.