Curtidos bajo el mismo sol y equidistantes fuegos, los casos de la vanguardia en América Latina cuentan historias complejas, contrastantes y diversas, donde el caso extraordinario del Brasil ha sido siempre una rosa de los vientos imantada por el hechizo de sus propios horizontes: unidos y sobre todo separados por la más embriagadora de las lenguas –la última flor del Lacio, según el expresión exacta del poeta Olavo Bilac–, la historia de lo que somos y de lo que fuimos no está completa sin el reflejo que nos devuelven sus propias transfiguraciones: sin el Brasil como esperanza es imposible imaginar el lugar donde, con suerte y solo acaso, es posible aspirar a un futuro en que seremos.
Las razones, desde luego, abundan, pero escasas sensibilidades lo han visto con la claridad de César Aira: “En pocos países latinoamericanos o, mejor dicho, en ninguno, las letras tuvieron como en el Brasil un papel tan capital en la hechura de la nación. A la autonomía de la rigidez hispánica de nuestros países, Brasil opone una retórica, de raíces literarias, basada en transformaciones, maleable, mestiza, con sutilezas imperiales, africanas, orientales, cortesanas, indígenas y europeas”: un oriente fascinante al alcance de la mano, cuyos frutos, a cien años de la Semana de Arte Moderno de San Pablo, podemos aquilatar en toda su potencia: resaca tropical o la lucidez inaudita de una lengua alucinada.
Fulgores de un instante prodigioso. Con los cañones aún humeantes y las heridas profundas a causa de la Gran Guerra (1914-1918), junto a la Revolución Mexicana (1910) y la Revolución de Octubre (1917), la segunda década del siglo pasado fue un momento de incertidumbre global que impactó de maneras singulares la conciencia planetaria, como es posible cotejar en una fecha única para la literatura del siglo XX: 1922 fue un momento memorable por las cotas alcanzadas, un parteaguas cuyos estragos aún hoy nos estremecen.
Aquella fecha cobra una especial preponderancia debido a un puñado de títulos editados, obras esenciales que impactaron la literatura y el arte de manera frontal con ecos y ramificaciones que llegan hasta el presente. Tan solo nombrarlos produce vértigo: The Waste Land, de T.S. Eliot, y el Ulysses de James Joyce en lengua inglesa; Trilce, de César Vallejo; Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, de Oliverio Girondo; Desolación, de Gabriela Mistral; Andamios interiores, de Manuel Maples Arce, y La señorita Etcétera, de Arqueles Vela en nuestra lengua: Fernando Pessoa y su magistral relato O banqueiro anarquista, así como la Paulicea desvariada de Mário de Andrade en lengua portuguesa.
Un toque de modernismo. Por si fuera poco, ese mismo año se llevó a cabo la Semana de Arte Moderno de San Pablo, piedra de toque del modernismo brasileño que, además de poner en el centro de sus preocupaciones el advenimiento de la urbe latinoamericana, sentó las bases para la interpretación de la cultura brasileña contemporánea, ya sea explorando la identidad como conflicto, los cambios estructurales en la forma de concebir el poema y escribir poesía, la irrupción avasallante de lo popular, las artes indígenas y las negritudes, diversas experimentaciones tipográficas (germen de la ulterior poesía concreta), el humor como ejercicio del pensamiento crítico, la emergencia de nuevos paisajes sonoros vernáculos como visión de mundo, las artes cotidianas, la fotografía, el cine y el vastísimo universo de la música popular emparentada con un nacionalismo militante, tema en el que Mário de Andrade fue pionero y visionario.
Al respecto, vuelve a la carga César Aira: “En cuanto a las vanguardias, que explotaron simultáneamente en todo el continente alrededor de los años 20 (en 1922 en el Brasil bajo el nombre de ‘modernismo’), en el caso brasileño fructificarán con un nacionalismo de insólita originalidad. Imperio extenso, con áreas muy distintas y estructura de archipiélago desde la época colonial, el país estaba destinado a tener una gran literatura regional y la ha tenido desde finales de la década de 1920”.
Una gran literatura a secas, sería preciso acotar, cuya piedra de toque, sin lugar a dudas, fue la publicación de la Paulicea desvariada de Mário de Andrade, conocido entre nosotros por su faceta de narrador, su faceta como crítico musical y de artes plásticas y sobre todo por su lugar como miembro fundador del modernismo brasileño.
Al respecto, conviene citar las palabras del escritor, políglota y traductor rumano Stefan Baciu: “Tanto el estridentismo como el modernismo brasileño (equivalente al vanguardismo de Hispanoamérica) comenzaron en 1922, uno al sur y otro en el norte del continente, y ambos le deben bastante al futurismo italiano y al dadaísmo internacionalista (rumano-suizo-franco-judío-alemán). También es notable el hecho de que la renovación brasileña y aquella de México comenzaron dos años antes del nacimiento del surrealismo”.
Pau-Brasil y el destino antropofágico. Es en medio de ese aire de renovación y descubrimiento que emergerá la figura más bien salvaje de Oswald de Andrade, no solo poeta, dramaturgo, novelista y crítico cultural, sino también un mecenas decisivo para la creación de libros y obras de teatro señeras del modernismo. Polemista y combativo, a él se deben tanto el Manifesto da Poesia Pau-Brasil, de 1924, como el mítico Manifesto antropófago, de 1928, uno de los textos más complejos y potentes de todas las vanguardias.
Es a partir de ese incendio donde surgirá la potencia incalculable del Manifiesto antropófago, un instante de Occidente que revolucionará el lugar de la cultura brasileña frente al mundo, por lo que conviene volver a Eduardo Viveiros de Castro: “La antropofagia fue la única contribución realmente anticolonialista que generamos […] Oswald lanzaba a los indios hacia el futuro y para lo ecuménico; no era una teoría del nacionalismo, de retorno a las raíces, del indianismo. Era y es una teoría realmente revolucionaria […] No hizo trabajo de campo como Mário de Andrade pero tenía un fuego retórico superior: su inconsecuencia era visionaria. Tenía un punch incomparable. Si Mário fue el gran investigador de la diversidad, Oswald fue el gran teórico de la multiplicidad, una cosa muy diferente”.
*Escritor mexicano. Su último libro es La distorsión (Random House).