El otro día charlaba con amigos sobre el gol de Advíncula a Deportivo Pereira. La puso en un ángulo, arriba, con rosca, de primera, de zurda (siendo que es diestro), de fuera del área. ¿Cuántos goles hizo Advíncula así en su carrera? O, dicho de otro modo -del modo en que charlaba con mis amigos- de cada 100 veces, ¿cada cuánto la emboca ahí arriba? Yo creo que una, con suerte. Las otras 99, a la tribuna. Y entonces me vino un pensamiento: habría que hacer un elogio del pelotazo a la tribuna. Sé que lo que estoy diciendo puede parecer una locura (y tal vez lo sea), pero el fútbol no sería lo que es (algo hermoso) sin también el tiro a las nubes. En el bombazo que se va a cualquier lado hay algo de estético, de lúdico, de irónico. El sueño del pibe es recibirla afuera del área, pegarle de volea y clavarla en un ángulo. Pero no hay crack que no haya hecho el mismo gesto, el cuerpo hacia atrás, los brazos sostenidos en el aire, la vista en la pelota, el gesto perfecto y… pum, a la segunda bandeja. Brindemos por eso, porque eso es el fútbol mismo.
De hecho, uno de mis primeros recuerdos de infancia es el Gringo Scotta mandando la pelota casi afuera del Gasómetro. Le dió con un caño y todavía me acuerdo de los hinchas de Boca -hacia ese lado salió el tiro- tapándose la cara, aterrados de recibir semejante pelotazo. En 1975 Scotta metió 60 goles en 57 partidos, un récord aún vigente en el fútbol argentino. Quién duda de que fue un extraordinario jugador. Pero lo que lo hace grande es haber mandado a la tribuna otros tantos disparos. Muchos de los goles que hizo Scotta fueron de tiros tan fuertes que le dobló las manos al arquero. Batistuta tampoco hizo tantos golazos de calidad, muchos en cambio fueron taponazos que pegaban en el cuerpo del arquero y entraba. Y otros tantos fueron a la tribuna. Y estamos hablando del, tal vez, más grande 9 de la Selección. Volviendo a Scotta, su talento residía también en jugar en un puesto, o en tener una serie de características hoy algo raras: era un tremendo goleador que no jugaba estrictamente de 9. Era un 7 que hacía muchísimos goles. Como el Heber Mastrángelo, o como después Graciani. Salvando todas y todas las distancias -que son infinitas- Cristiano Ronaldo también es un goleador brutal que no juega de 9 (su puesto sería algo así como alero por izquierda que puede jugar con un 9 al lado, como era el caso de Benzema). Pero Cristiano, como Messi (que es un formidable goleador -el mejor de todos- que tampoco juega de 9) casi no la tiran a la tribuna. ¡No saben lo que se pierden! (el momento en que la pelota vuela hacia la popular y se dispara una pequeña gresca para definir qué hincha se queda con la pelota, que jamás regresa al a cancha, es otro de mis momentos favoritos del folclore futbolero).
Pero no. Nada de eso ocurrió el otro día. Advíncula la clavó arriba con una jerarquía que no tiene. Y eso propició la levantada de Boca, que terminó ganando después de haber jugado uno de los peores partidos que recuerdo en mucho tiempo.