Maradona, de Asif Kapadia, salió en 2019 y es la última película, hasta ahora, sobre la vida de Diego Armando Maradona. Cuenta, como es de esperarse, la historia del Diez, enfocada en su pase por Nápoli, ciudad donde es poco menos que Dios, y los problemas que enfrentó ahí. Y está bien, qué sé yo, se deja ver. El material de archivo es impecable, la narración presenta la fábula clásica de gloria y caída, un cuento más viejo que la Biblia. Y al fin y al cabo, es la historia de Maradona. Pero ¿es en realidad la historia de Maradona? No. Y es lógico. No solo porque el propio Diego la desconoció. Una película de 130 minutos no puede ni siquiera empezar a abarcar una historia como la suya. No alcanzaría ni sumar la otra decena de documentales sobre su vida, ni las canciones que le dedicaron (Rodrigo, Los Piojos, Mano Negra y siguen las firmas), ni los libros que le escribieron (Yo soy el Diego, su autobiografía, termina en el año 2000, que es como si La Biblia terminara en la última cena), ni las miles de fotos que le sacaron (¿acaso alguien fue tanto y tan bien retratado?). No va a alcanzar la serie ni todo lo que salga en los próximos años. Maradona ya era infinito en vida, y ahora además es eterno, inabarcable.
El fútbol es un deporte y Diego fue el mejor, eso desde ya. Pero el fútbol es también una narración, una ficción y una serie de relaciones (económicas, sociales, políticas) que aparecen representadas en 22 tipos corriendo atrás de medio kilo de cuero, y en ese juego Maradona también era el mejor. Si el deporte es la única épica que sobrevivió en el siglo XX (y nada garantiza que vaya a terminar el XXI antes de la mercantilización e hiperprofesionalización absolutas), Diego es la historia que recorre toda esa épica. Es Las mil y una noches, La Odisea y Don Quijote, juntas y en continuado. Cada uno de los tramos de su carrera, cada uno de los 60 años de su vida, hubiese dado para una película o para una novela si le hubiese tocado a cualquier otra persona. De nacer en Fiorito a los Cebollitas, de Argentinos y quedarse afuera del Mundial 78 a Boca, del fracaso del 82 al fracaso en Barcelona, de la gloria en México 86 a la eternización con el Nápoli. Tener dos hijas antes de casarse en el Luna Park. De Italia '90 a escaparse de un país que lo amaba y lo odiaba demasiado al mismo tiempo, con otro hijo sin reconocer. Toda la saga de los 90, ese fin de semana largo perdido entre el departamento de Franklin, los dopings positivos, Sevilla, Newells, tirotear a periodistas, bancar a Menem, pelearse con Macri. La crucifixión de Estados Unidos 94, la vuelta a Boca, Racing, Mandiyú. El retiro, la entrevista en El Rayo, quedar al borde de la muerte y la pelota no se mancha. Son un par de siglos en cuatro décadas y ni siquiera es la historia completa. Faltan la recuperación, La noche del 10, amigarse con Pelé, seguir peleado con la FIFA, las internaciones, las muertes falsas, manager de Boca, DT de la Selección, que la sigan chupando. En el medio el divorcio, pelearse con Bilardo, los juicios, más hijos reconocidos y reconocidos tarde, la violencia de género (¿se puede separar la obra del artista? ¿de cuál de todos?), Dubai, Bielorrusia, Sinaloa, Instagram, La Plata. Y en todo eso están los relatos en primera persona, los testimonios de terceros, la cobertura de los medios, los videos, los recuerdos, las anécdotas. Es demasiado para contarlo, imagínense vivirlo. Diego es el Héroe de las mil caras porque todas las historias se cruzan en él, y no puede morir porque esas anécdotas se siguen contando.
El segundo gol a los ingleses y la inmortalidad
Maradona es todo lo que fue pero también todo lo que representa. Salir de una villa en un rincón del mundo (que 60 años después sigue igual de peor) para comprarle una casa a su vieja que tomaba mate en la cena para que él pudiera comer (una idea que también es difícil que sobreviva al siglo XXI). La dignidad de los de abajo, de lograr todo siempre con esfuerzo propio y acompañado, a caballo del deporte más popular del mundo y llevándolo hasta el último rincón. Hay ciudades que no sabemos ni cómo se pronuncian en donde solo nombrar a Maradona es una contraseña que te puede salvar la vida. También lo generoso que fue con los que lo conocieron, con los que menos tienen, con sus compañeros y a veces hasta con sus rivales.
Diego hizo muchas cosas en su carrera para eso, pero seguramente las más importantes se concentren en el 22 de junio de 1986, los dos goles a los ingleses. El primero con la mano de Dios, esa especie de venganza mística para el resto del mundo, y el segundo, la jugada de todos los tiempos, el mejor gol de la historia. Esos 10,6 segundos y 12 toques que, como en el cuento de Casciari, son el Aleph de Maradona, concentran toda su historia y todas las historias, todo lo que pasó y lo que iba a pasar. Ese gol que se repite 14 veces, infinitas veces, que se vuelve a ver en YouTube y se remixa, que siempre está pasando, que siempre va a estar pasando.
Todo ese mundial entero probablemente nunca sea contado como se merece. El Partido, de Andrés Burgo, se acerca bastante a narrar la totalidad de los cuartos de final. México 86. Mi Mundial. Mi verdad, firmado por el propio Diego, no le hace justicia a la historia, en buena parte por sus rencillas de entonces con Pasarella y por su última pelea con Carlos Bilardo. Entre las muchas injusticias y tragedias que le tocó a esa generación, la última en traer la Copa, tal vez la de Bilardo sea la más dramática: diagnosticado con una enfermedad neurodegenerativa, hoy le apagaron la tele (literalmente) para que no se entere de que Diego se fue. Tampoco sabe que hace un año murió el Tata Brown. Hace casi 20 años, cuando le preguntaban por su libro preferido, Bilardo respondía "Bron", porque entendía "líbero".
Y falta narrar entera la odisea de Italia 90, que fue la verdadera pasión de Diego, el melón en el tobillo (crece con los años), el pase a Caniggia, los insultos a los tanos, la injusticia de la FIFA. Pero no hay tiempo y es demasiado para contarlo. Alcanza con decir que cuando Maradona dio el último de esos 12 pasos en el Estadio Azteca, se volvió infinito e inmortal. En esos 10 segundos condensó toda la historia y ya no puede estar solo porque generó un millón de historias sobre esos 10 segundos. Y por si fuera poco nos hizo infinitamente felices. Gracias Diego. Te vamos a extrañar, aunque sigas con nosotros.