Nos enteramos por las redes que las chicas de la primera versión del colectivo #NUM llamaban a una concentración en la Plaza del Congreso como respuesta a la crueldad y la truculencia del femicidio de Chiara Páez, de 14 años, embarazada, asesinada a golpes y enterrada en el patio de la casa familiar por su novio, hijo de un policía.
Nosotras empezamos a organizarnos con otras artistas en un grupo de Facebook llamado “<3” para ir en una columna. (…)
Así, ese 3 de junio de 2015 emergió el acuerpamiento #Ni Una Menos, y la marea debutó en la Plaza del Congreso con 300 mil personas. La convocatoria fue lanzada al estilo operación de prensa con un tejido de periodistas que se comprometieron a darle mucho bombo desde sus respectivos medios y redes, para tener la mayor visibilidad posible gracias al trending topic. Este tejido proponía un tipo de organización diferente al de las organizaciones políticas activas en aquel momento, daba la sensación de ser algo espontáneo (que no era) y por fuera de lo partidario. Incluso daba una idea de frescura, de autenticidad. Parecía estar por encima de lo que más adelante se llamaría “la grieta”, o de la polarización, que ya existía y que no tiene conciliación posible.
Toda la estrategia de la convocatoria apuntaba a la masificación a partir de la condensación en un tema: el femicidio. En el escenario al que nunca llegamos, tres figuras del espectáculo y la cultura (Maitena, Érica Rivas y Juan Minujín) leyeron un documento que definía y politizaba de manera incipiente el concepto de femicidio.
Esta clase de organización y convocatoria era por completo novedosa, y el estilo y la energía de la multitud que congregó eran más nuevos todavía. Chicas con coreografías, con montajes colectivos, con looks irreverentes, con consignas serias, pero con un sentido del humor que emergía en ese momento. Nunca habíamos visto tantas adolescentes, señoras grandes, chicas espectaculares, maricas, travestis una mezcla de la marcha del orgullo y algo nuevo, inaudito, un fuego que todavía no teníamos palabras para describir La emoción era total por lo intenso, por lo sorprendente y por lo revolucionario. Era el primer avistamiento de la marea en Buenos Aires, un fenómeno para ser observado desde el cielo, o, como las líneas de Nazca, desde otro planeta.
El 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, así lo estipuló la ONU en 1999 como homenaje a las hermanas Mirabal. Patria, Minerva y María Teresa eran militantes opositoras a la dictadura de Trujillo en República Dominicana que fueron presas y brutalmente asesinadas por el régimen en 1960. Conformaban una agrupación llamada Las Mariposas, probablemente por lo diosas montadas que eran. Su triple femicidio aceleró la caída de Trujillo, y desde entonces son un ícono de la lucha feminista latinoamericana.
El 22 de noviembre de 2015, Macri ganó las elecciones presidenciales por 680 mil votos, por chirolas, y eso generó una gran depresión en nuestros cuerpos-espíritus. Nos esperaban años de malaria, sin poder anticipar ni imaginar cuánta. El 25 de noviembre se convocó a la tradicional marcha por la no violencia contra las mujeres, pero esta vez bajo la consigna #Ni Una Menos, que empezaba a expandirse luego del histórico 3 de junio.
Quedamos todas en shock luego del ballottage en el que habíamos invertido nuestras esperanzas organizando acciones y campañas desde abajo para que Macri no ganara. Una de las campañas en las que participamos fue Amor Sí, Macri No.
Todo empezó con un posteo desesperado, un llamado a unirnos para hacer algo, para pensar todxs juntxs. Los posteos empezaron a multiplicarse y la gente tiraba ideas que culminaron el sábado siguiente con una concentración y un acto transpartidario (o superador de los partidos) en Parque Centenario que reunió a miles de personas. A partir de ahí surgieron decenas de acciones diferentes que fueron el caldo de cultivo de una enorme resistencia antimacrista.
Ese 25 de noviembre, tres días después del ballottage, volcamos sin querer un licuado sobre la computadora nueva. Signo de la angustia que nos aquejaba. Con un nudo en la garganta, salimos de dar clases y fuimos corriendo a la marcha con el objetivo claro de no quedarnos solas en nuestras casas llorando los siguientes cuatro años. Cuando llegamos a la plaza la marcha era escueta, pero sentimos el abrazo feminista que nos llenó de alegría. Nos encontramos con las dos integrantes del colectivo #Ni Una Menos que conocíamos, juntamos coraje y les dijimos que queríamos sumarnos al grupo, que las admirábamos y queríamos luchar con ellas. Ellas nos dijeron que sí mientras sonreían. Otra compañera, que conocimos ahí mismo, compró un banderín de #Ni Una Menos. Era tan al inicio de todo que ni bandera tenían. Marchamos en una minicolumna que no paraba de bailar, compuesta por tan pocas que nos contábamos con los dedos de las manos. Pero la emoción era gigante, hasta que nos aburrimos y nos sentamos a tomar cerveza en un bar de Avenida de Mayo. Había mucho por hablar. Desde ese día ya no nos sentimos más solas y #Ni Una Menos sería el cometa cósmico de nuestro deseo de revolución.
*/**Autoras de Mareadas por la marea. Editorial SXXI editores. (Fragmento).