DOMINGO
LIBRO / Omar Carrasco y el final del servicio militar obligatorio

El otro soldado que hizo historia

El 6 de abril de 1994, fue hallado en un descampado el cuerpo sin vida del soldado Omar Carrasco. El Ejército intentó ocultar el crimen mediante una alarmante trama de impunidad que incluyó al Cuerpo de Medicina Forense y a la Inteligencia Militar. A veinte años del asesinato que provocó una crisis en el gobierno de Carlos Menem y terminó con el poder que las Fuerzas Armadas mantenían sobre la población civil, Víctor Peláez revela en esta investigación la historia del conscripto y también plantea los interrogantes que aún se mantienen sin respuesta.

El entonces presidente Carlos Menem junto a militares y asesores de su gobierno en la década del 90
| Cedoc Perfil

Omar Carrasco pertenecía a una familia humilde, muy bien conformada y de buenas costumbres. La integraba su padre, don Francisco; su madre, doña Sebastiana Barrera, quien se ocupa de los quehaceres domésticos; su hermana menor, Claudia, de 16 años, y también su tía Sara, hermana de don Francisco. Todos se reunían alrededor de la mesa durante el almuerzo y la cena. La madre se encargaba de la cocina y Claudia de la limpieza.

El padre era albañil, un obrero calificado. Omar solía hacer changas junto a él. También trabajó en una confitería y en una empresa de crianza de pollos. Últimamente trabajaba junto a su padre. No salía de noche. Jugaba al fútbol con los chicos del barrio. Su otra actividad era la de ser miembro de una Iglesia Evangélica Pentecostal, de la que había abrazado su credo con mucho entusiasmo. Era muy creyente y lector de la Biblia.

Así, con el transcurso de los días fue llegando la fecha de su incorporación al Ejército. Ya tenía 19 años. Por algunos desencuentros, atrasó un año su ingreso. Vaya a saber por qué distracción médica, en su revisación no fue rechazado, pues el piné lo hubiera salvado. Era medianamente alto, con bajo peso y escasa circunferencia torácica. A pesar de eso, fue declarado apto para el servicio militar.
Llegó el 3 de marzo de 1994, día en que tuvo que madrugar para tomar el ómnibus que lo llevaría a Zapala, a la guarnición allí existente. La misma consiste de dos secciones. Una es el Grupo Artillería 161 (GA 161) y la otra es la Base de Apoyo Logístico (BAL), cuya misión es el aporte de insumos y servicios a la briga­da. El GA 161 consta de tres baterías: la “A”, la “B” y la “C y S”. A Omar le tocó en suerte recalar en la “A”.

El jefe de dicha batería era el capitán Correa Belisle, quien al ingreso de Omar se hallaba de vacaciones en Chile. Estaba a car­go el teniente Verón. Como oficial de semana se encontraba el subteniente Canevaro, y como suboficial de semana el sargento Sánchez. El jefe del GA 161 era el teniente coronel Guillermo With y, de la BAL, el teniente coronel Pedro Cerrutti.

Aquí, a la Batería “A”, arribó en la madrugada del jueves 3 de marzo nuestro soldado Carrasco. Era un día muy liviano. Sólo debía entregar su ropa civil y recoger su ropa militar, cortarse el pelo y recibir algunas instrucciones, tomarse una fotografía con el uniforme. Conoció la cuadra con sus dependencias y le asignaron su litera. Esa noche durmió.

El viernes 4, luego de la higiene personal y del desayuno de mate cocido con leche y galleta, se presentó el subteniente Canevaro, quien anunció que era el oficial de semana. Lo hizo como acos­tumbraba, a viva voz, casi gritando. Tenía fama por lo severo. So­lía reprender a los soldados con vocabulario soez. Los soldados le temían. Es una forma acostumbrada en el ambiente, a fin de demostrar la superioridad. En ocasiones, a lo que obedece es a ocultar la inferioridad. Pero bueno, éste es el sistema.

Enseguida comenzó lo que se denomina la instrucción militar o movimientos vivos, “el baile”, como se lo conoce en la jerga. Está prohibido como castigo, pero es muy usado para esa finalidad. Muy pronto, Omar hizo demostraciones de su lentitud y de su torpeza. Son los llamados “tagarnas”.

Para completar sus defectos, Omar mostró un rictus, una sonrisa de aspecto burlón, que era ocasionada por cualquier estímulo emocional psíquico que le produjera nerviosismo, temor, incertidumbre. Todos tenemos alguna respuesta ante estímulos injuriantes. Omar contaba con la sonrisa, que no fue un hecho intrascendente, ya que se trató de uno de los motivos de sus penurias. Tanto Canevaro como otros lo interpretaron como una burla, una ofensa, tanto que el subteniente, según los comentarios, juró borrarle esa sonrisa antes de que finalizara su semana.

En los referidos bailes en las milicias todos pagan por las torpezas de los tagarnas. En horas de la tarde tuvieron otro baile, en el que Omar y el soldado Castro –quien sería más tarde su único amigo– tropezaron, cayeron, y sus compañeros, en señal de castigo, los pisotearon, ya que por sus torpezas todos debían sufrir.

El sábado 5, el cabo 1° Fernández los instruyó en el manejo, armado y desarmado de un FAL. Por cierto que Omar tuvo sus contratiempos, ya que no pudo realizar lo que los demás hacían. Esto mereció un baile con exclusividad por parte del cabo. Mientras esto sucedía, sus compañeros oficiaban de espectadores. Almorzaron y, por la tarde, siguió la instrucción, siempre con algunos desatinos cometidos por Omar.

A posteriori, estuvo con su amigo Juan Sebastián Castro, el soldado de Rincón de los Sauces, el único que congeniaba con Omar. Había otro soldado evangélico que había llevado una Biblia. Se la pidieron juntos. Por cierto que fueron objeto de burlas.

Luego Omar sufrió una gratuita e incomprensible golpiza por parte de otros compañeros, a la salida de la ducha, que no pasó a mayores porque se encontraban descalzos. Quedó muy dolorido. Por la noche tenía como castigo hacer imaginaria –una especie de guardia nocturna dentro de la cuadra–, pero a las tres, cuando le correspondía levantarse, fue despertado por el soldado Lucas, quien cubría la imaginaria hasta esa hora. Ante la negativa de Omar, por la imposibilidad que le creaban los dolores, Lucas lo comunicó al sargento Sánchez. Muy enojado por la alteración de su sueño, dio una orden, pero en definitiva Lucas hizo las cuatro horas de imaginaria.

Al día siguiente, el domingo 6, se le comunicó esto a Canevaro, por lo que nuevamente montó en cólera. Por la falta cometi­da por Omar fueron bailados todos. Además fue castigado con el puesto de cuartelero, por lo que debía permanecer vestido con el uniforme, con los borceguíes, mientras que el resto, con ropa de gimnasia, gozaba del descanso dominical. Así fue que nuestro soldado, con lampazo en mano, refregó todo el piso de la cuadra. Alrededor de las 15.30 les comunicó a dos soldados viejos que se encontraban en el detall, quienes eran Suárez y Salazar, que iría al baño exterior, donde se encontraban soldados fumando, a fin de que entraran a la cuadra, pues el sargento Sánchez podía apersonarse y enojarse por ese motivo.

Salió el soldado Carrasco con un fin preciso, pero no lo cum­plió y adoptó otro: la fuga. El último que lo vio en plena huida fue el soldado Gustavo Huanque, ya lejos, a doscientos metros del baño exterior, lugar que posteriormente fue señalado como el espacio donde recibió la letal golpiza. La declaración de Huanque descarta la hipótesis de que el hecho se haya producido cerca del baño exterior.

Y aquí comienza el misterio. ¿Adónde fue?, ¿por qué se fue?, ¿se encontró con alguien? Entramos en el campo de las suposiciones. Entramos en el mundo de los vericuetos de la mente humana.

El único lugar en el que podría haber pensado ir era su casa. Ahí lo pasaba muy bien. No tenía lujos, pero contaba con lo necesario, en especial con afectos. Pero no llegó a lo de don Francisco y doña Sebastiana. Se quedó en el camino.

La razón de su huida puede explicarse. Había sido vulnerado en su dignidad. Esta nos hace merecedores de ciertos atributos, nuestra condición humana. Cuando se cuenta con ella nos sentimos valiosos, le encontramos significado a la vida, lo que no sucede cuando la vulneran, como se la pisotearon a él; lo humillaron, por lo que se habrá considerado un descarte humano. Su futuro era demasiado ingrato. Estaba abochornado. Su vida carecía de razón de ser. Dio un paso como lo suelen dar los suicidas cuando ya no vale la pena vivir. No le dijo adiós a la vida, pero sí al Ejército. Llegó al servicio militar porque su padre le dijo que lo iban a hacer hombre, pero se sintió una miseria.

¿Se encontró con alguien? Además hubo otra ausencia. El teniente coronel With. Al enterarse Canevaro del alejamiento de Omar, comunicó la novedad al jefe de guardia y luego al oficial de servicio, el teniente Héctor Barrientos, quien le informó al mayor Manuel Gastaminza, de Operaciones del GA 161. Este no logró comunicarse con el teniente coronel With. No estaba en su casa, nadie sabía de él. No contestaba ni el teléfono ni el handy, del que nunca se desprendía. Recién se lo encontró a las 20 en su casa, tomando mate con el jefe del Regimiento de Covunco, teniente coronel Terrado, momento en que se le notifica de la fuga. Se supone que With estaba en su práctica preferida de aerobismo. Pero las verdaderas razones de su ausencia se desconocen. Ante esta falta de la presencia del jefe, el mayor Gastaminza le ordenó a Barrientos que diera parte a la policía.

El teniente se comunicó con la comisaría de Zapala. Esto es inusual, puesto que Omar no era aún desertor. En el Ejército se considera que alguien es desertor a los cinco días de haberse ausentado. Por este motivo la policía le trasmitió que no era el procedimiento correcto el que se había solicitado. Además, la comisaría de Zapala le advirtió que si vivía en Cutral Co ellos no tenían jurisdicción para actuar en esa localidad. Barrientos insistió hasta que a las 19.30 golpeó la puerta de la familia Carrasco preguntando por Omar, a lo que contestaron que se encontraba en el Regimiento de Zapala. Quizás pecaron de ingenuos. Otros hubieran indagado las razones de esa búsqueda. Al no hacerlo, todo quedó en la nada y de eso no se habló más.

Otro hecho que hay que destacar es que el sargento Guardia, hombre por demás violento y que gustaba golpear a los soldados fuertemente en el pecho, por lo que se lo había castigado, se apersonó en esa tarde dominguera en la cuadra.

Este acto puede, suspicacia de por medio, hacer pensar que su presencia era para mostrarse a una hora en que su feroz golpe podría haberse propinado. Siempre estamos en el terreno de las conjeturas. Pero tanto With como Guardia son nombres a tener en cuenta.

Así transcurrimos el ajetreado día domingo. El lunes 7, hizo su aparición el capitán Rodolfo Correa Belisle, jefe de la Batería “A”, quien volvía de sus vacaciones en Chile.

En todas las baterías se confeccionan los “partes diarios” con las novedades ocurridas. En ausencia de Correa Belisle, lo con­feccionó With. Colocó que el número de soldados presentes era de 66 en total, el mismo número que constaba el día an­terior, pero Omar no se encontraba en la batería. El número que debería figurar en el documento sería 65. With lo registra como presente estando ausente. El soldado Luna, en una de sus declaraciones, relata que esa noche, al pasar lista, había un ausente: Carrasco. Eran 65; para el jefe, 66. A With le habían comunicado la novedad. Una de las incógnitas de este caso es esta actitud del jefe. ¿No acordaría el teniente coronel con el perito Brailovsky, quien afirma posteriormente que el día 6 Omar estaba con vida en algún lugar del cuartel?

El parte diario tenía la firma y el sello de Correa Belisle, firma que no es reconocida por el capitán y, como si fuera poco, la firma registra únicamente el apellido Correa. Por considerarlo un apellido compuesto, siempre firma como Correa Belisle. De­bemos suponer que With falsificó la firma del capitán. Este graví­simo detalle nunca se averiguó ni se preguntó. Se lo ignoró.

El soldado Castro, único amigo de Omar, decidió el día 13 abandonar el cuartel. Huyó porque se consideraba un “discapacitado” para ser soldado, por ser lerdo, torpe y tagarno, como su amigo. Presentía que sería objeto de vejaciones que no estaba dispuesto a sufrir. Prefirió como destino el rancho que su abuelo al­cohólico poseía en Rincón de los Sauces. Se liberó y se fue.

Lo curioso es que la fuga de Castro se tornó un hecho intrascendente. No produjo ningún alboroto. No se comunicaron con la policía, ni aun cuando cumplió los cinco días de ausencia, por lo que debió ser declarado desertor. Se acordaron de él diez días después de haberse cumplido el plazo reglamentario. ¿Por qué los distintos procedimientos ante la fuga de Carrasco y la de Castro? Nunca se aclaró.

El 14, Correa Belisle recordó que, desde el día 12, Omar ya era desertor. Se efectuaron todos los comunicados a las fuerzas policiales y de seguridad del país. Pero con un significativo detalle: se comunica a todos, pero no a la familia. En esta oportunidad no fueron a golpear la puerta del barrio Sáenz de Cutral Co, como lo hicieron cuando aún no era desertor.

Carrasco dejó de ser noticia durante unos días, hasta que el domingo 20 su padre –don Francisco– fue a visitarlo, puesto que no sabía nada de su hijo. No recibió respuestas claras, percibió muchas evasivas. Lo hicieron esperar dos horas hasta que le comunicaron que Omar se había retirado del cuartel el día 6 a 16.30. Quedó sorprendido y extrañado. El único lugar que conocía Omar era Cutral Co, nunca había salido de su ciudad. Tampoco podría haber ido a otro sitio que no fuera su casa.

Al otro día don Francisco continuó la búsqueda. Se dirigió al Distrito Militar de Neuquén, donde le informaron que su hijo es­taba en el GA 161 de Zapala, siendo su jefe el teniente coronel With. Volvió a Zapala y se entrevistó con With, quien fríamente le relató que el domingo 6 (With dice el 7) a las 16.30 el soldado había desaparecido del cuartel. Francisco le reprochó la falta de comuni­cación con la familia. Como única contestación tuvo: “Todo está en manos de la Policía Federal”. Francisco salió de la entrevista lleno de indignación e incertidumbre. Insistió, al día siguiente con su hermana, la tía Sara, pero With no los recibió. Fue al Juzgado Federal de Zapala, donde labraron un acta de denuncia, firmada por el juez Caro el día 23 de marzo.

El 24 fue un día clave. La noticia tomó estado público. La policía provincial se abocó al caso. Fue noticia de radios, de la TV y, sobre todo, del diario Río Negro, que le dedicó una página por día. Se organizaron marchas en Cutral Co por el esclarecimiento del hecho.

Los comisarios de la Delegación de la Policía Federal afirmaron que ese día 24 el teniente coronel Jordán, jefe de Inteligencia de la Briga­da de Neuquén, se hizo presente en dicha dependencia. Averigua sobre el estado de la opinión pública y ya habla de cadáver. ¿Qué pasaría si éste aparecía fuera del cuartel? Estos, según la policía, fue­ron los temas tratados. ¿Ya sabían de la existencia de un soldado muerto? Son los misterios del caso.

Los soldados percibieron ciertos olores a “perro muerto”. Co­menzó a pensarse lo peor. La policía provincial inspeccionó el pre­dio y las adyacencias en la búsqueda de un cadáver. La suspicacia les hacía suponer “que les tirarían un muerto”. Los comisarios hi­cieron rastrillajes con móviles en Zapala y Cutral Co.

En los días subsiguientes, el caso comenzó a preocupar al Co­mando de la VI Brigada con asiento en Neuquén. Por tal motivo, enviaron el día 25 al auditor teniente coronel Raúl José a interrogar al sargento Sánchez y a los soldados Suárez y Salazar. ¿Por qué a ellos, a los que posteriormente condenarían? No había motivos para investigarlos. Comenzaron las cosas raras. ¿Ya se estaba redactando la ficción?

Aquí se inició un cúmulo de incumplimientos de la legislación vigente ocurridos en el transcurso de la investigación. El Ejército conoció y vulneró la ley 23.049, del 13 de febrero de 1984, por la que se estableció que los delitos comunes del ámbito castrense pertenecerán a la justicia civil.

Este avasallamiento de la ley de la democracia será una cons­tante en el juicio que más adelante analizaremos. La justicia militar se inmiscuyó permanentemente en un juicio que pertenece a la justicia civil. Por ser permisivos con esta irregularidad será investigado el juez Caro