El campo de concentración de Dachau, cercano a Munich, fue el primer lugar de detención en el que los nazis confinaron a sacerdotes, rabinos, pastores, intelectuales y todos aquellos a quienes consideraban “disidentes”.
En la entrada del campo hay una enorme corona de espinas trabajada en hierro oscuro y en el monumento de piedra que le sirve de base podemos leer la frase “Nunca más” escrita en ocho idiomas diferentes. Seguramente nadie imaginó cuando la escribieron que, muchos años después, en un país lejano del Cono Sur, la desaparición de personas y la tortura sistemática hicieron que un grupo de ciudadanos también adoptara aquella frase para encabezar el informe a la Justicia que debía llevar a la cárcel a los autores de esos crímenes aberrantes.
Pablo Fernández Meijide, un joven de 16 años, integró la lista de desaparecidos desde 1976 y su madre, Graciela, trabajó denodadamente en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Allí la conoció el obispo de Neuquén, Jaime de Nevares, y no dudó en pedir su nombramiento en la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas.
—Sí, recuerda Graciela, trabajamos juntos en la Asamblea en lo que era la lucha política de los organismos que no era una lucha partidaria, sino oponernos a la dictadura y exigirle que dijeran dónde estaban los desaparecidos. Y que no mataran a los presos. Luego de una pausa, Graciela retoma:—Cuando llegó la democracia y se armó la Conadep, y esto lo supe después a través de sus miembros, ante la dificultad de conseguir gente que entendiera del tema y se pusiera a trabajar las diez o doce horas que hicieran falta. Allí fue cuando Monseñor de Nevares me ofreció hacerme cargo de una de las secretarías. Enseguida comprendí que todos los ojos iban a estar puestos en la Conadep y que había que ayudarlos. Por eso fui aún cuando yo había pensado anteriormente en una comisión bicameral.
—…Que todavía estaría discutiendo –acotamos acostumbrados a los largos plazos del Parlamento–. A pesar de estar conformada por gente de procedencia dispar la Conadep, en nueve meses, presentó su informe.
—Sí, en un artículo reciente Beatriz Sarlo lo consideró casi un milagro. La verdad es que sí, con la cantidad de cosas nuevas que había que procesar…Nosotros, en los organismos de Derechos Humanos, durante la dictadura, habíamos tenido alrededor de cinco mil denuncias de familiares. Después de 1979, nos habían llegado algunos testimonios de sobrevivientes, no muchos, y con ellos empezamos a relacionar los nombres de los desaparecidos que brindaban los sobrevivientes con el término “traslado” que era un eufemismo que significaba la muerte. Empezamos, como decía, a relacionarlos con las denuncias que nosotros teníamos. Luego, bien adelante en los años 80, habíamos comenzado a identificar centros clandestinos de detención. De hecho teníamos unos cuantos marcados en la Guía Filcar. Eran aquellos que estaban más cerca de la Capital Federal y, bueno, cuando llegó el momento de ayudar a la Conadep entregamos toda esa información. Pero lo que se produjo luego fue una verdadera avalancha.
—Imposible olvidar las largas colas de denunciantes que esperaban, en la calle Sarmiento, frente al Centro Cultural San Martín.
—También es importante recordar que la Conadep estaba formada por un grupo de gente que prácticamente no se conocía. Más bien, se habían visto retratados en los diarios y nunca habían trabajado juntos. Tampoco ninguno tenía una reconocida militancia política, más allá que cada uno votara según su parecer, y creo que eso contribuyó, a más de una fortísima vocación de todos y cada uno por una cuestión ética y de convicciones, a que avanzaran en un tema tan terrible como el de la desaparición de personas cada vez con un compromiso mayor y también aumentando la relación con la sociedad. Recordemos que, en un momento dado, se dijo que quien quisiera ayudar se acercara y no fue poca la gente que lo hizo. Por ejemplo, un ingeniero se acercó y luego trabajó en los archivos. También hubo varias Madres que se ocuparon de los archivos.
—Recuerdo que vos estabas al frente de la Secretaría de denuncias.
—Básicamente, sí. Pero como te decía, había otras de archivo, legal, de administración. Yo creo que la Conadep logró el milagro de que la sociedad le brindara su confianza. Algo que en la Argentina no es fácil. Que una comisión de notables como en este caso, porque cada uno representaba algún sector de la sociedad, estableciera un diálogo con la sociedad fue increíble. Pero esto también ocurrió porque la Conadep fue muy abierta. Cada vez que se organizaba una visita a un campo de detención se comunicaba públicamente. La prensa acompañaba y la comisión comunicaba, paso a paso, lo que iba ocurriendo. Con lo cual yo creo que mucha gente empezó a sentir que “compartía”. Que iba compartiendo lo que estaba ocurriendo con el horror que esto significaba.
Si vos me preguntás históricamente qué fue la Conadep y el resultado que provocó su informe Nunca más te contestaría que me parece que fue uno de los dos escalones básicos de una democracia que surgía después de una dictadura tan horrible como la que sufrimos. Me refiero a esos dos escalones como “investigación” y “juicio”. El juicio a las juntas militares fue un escalón importante en el que el mensaje era “se acabó la impunidad de los militares de dar golpe tras golpe y sentirse padres de la Patria”.
—Creo recordar que el trabajo del que surgió ese informe se hizo en un clima casi de retiro espiritual.
—Muy hacia adentro, sí. Al punto que ni siquiera nos dábamos cuenta, cuando armamos el primer documental que dirigió Diana Alvarez y se emitió por Canal 13, justo cuando se terminó el primer plazo para entregar el Nunca más, es decir, a los seis meses porque luego necesitamos tres meses más para terminar la tarea, el enorme impacto que produjo. Nadie lo previó. Estábamos tan sumergidos y tan convencidos que ni siquiera pensábamos que a los militares les caía mal, más que mal. Y también a algunos sectores políticos que hasta se opusieron a que ese primer documental se proyectara. Ahí incluso el presidente Alfonsín tuvo que imponer su palabra.
—Bueno, era la primera vez que se ofrecía, a través de un medio masivo como la televisión, la visión descarnada de la labor que estaba cumpliendo la Conadep.
—Recuerdo cómo un grupo de hombres y mujeres, frente a la cámara, sin ningún tipo de guión, le relataron al público lo que les había pasado. Enrique Fernández Meijide, mi ex marido, lo hizo por nuestro hijo Pablo; Estela Carlotto por su hija Laura; Chicha Mariani buscando a su nieta robada y gente que había estado secuestrada y, luego, liberada y que también quería brindar su testimonio. (Aquí Graciela se detiene). Quiero hacer un paréntesis especial: creo que hay que agradecer, y mucho, no he dejado de hacerlo nunca, a toda esa gente que habiendo pasado más o menos tiempo por el horror del secuestro, se acercaron a presentar sus denuncias. Tenían todo el derecho a sentirse amenazados, pero sintieron la obligación moral de hacerlo. Nadie creía tampoco que los militares hubieran perdido todo su poder.
—Tanto es así que, en democracia, hubo varios intentos de golpe como el de Aldo Rico en Campo de Mayo, el de Villa Martelli, La Tablada, etc.
—…En efecto. Y por eso quiero recordar a esa gente que, no sólo se animó sino que brindó un testimonio muy valioso a veces llevaba un día entero escucharlos y pasarlo a texto. Por ejemplo, una persona que había estado dos años en un lugar de detención. También mucha de esa gente concurrió a los reconocimientos de los lugares de detención. Por ejemplo, a la ESMA, al Pozo de Banfield, a la Superintendencia de Seguridad, a Campo de Mayo. Volver a entrar en esos lugares. Reconocer esos lugares. En algunos casos se vendaban los ojos para recorrerlos, ya que habían estado vendados durante todo su cautiverio. Algo conmocionante. En fin, mientras tanto nosotros íbamos elevando las causas a la Justicia, ya que, cuando se comprobaba un delito, lo elevábamos como correspondía. Lo que se hizo fue reunir alrededor de los distintos campos todos los elementos de los que disponíamos. Elevamos alrededor de cincuenta casos a la Justicia que luego ordenó el fiscal Strassera para ampliarlos. Bueno, subraya Graciela, es obvio que no juntábamos papelitos. No podíamos acusar. No era nuestra función, pero sí alimentar las causas judiciales.
—Vos mencionabas recién que las fuerzas armadas seguían siendo muy poderosas. Yo recuerdo que, en varias oportunidades, por las noches, entraba “gente” a las oficinas del Centro Cultural San Martín y particularmente en tu secretaría para dejar huellas que mostraran su presencia.
—Se llevaron algunos casos. En el caso del informe de Mar del Plata, en dos oportunidades tuvimos que rehacerlo luego. Seguramente teníamos “topos” adentro. A esta altura del partido sabemos que no había organización que no los tuviera. Que tuviera a sus propios entregadores desde adentro, tampoco era tan difícil introducirlos. Pero, bueno, a pesar de todo eso, cuando uno piensa en el Nunca más lo hace refiriéndose a un informe. Fijate que el Nunca más no tiene literatura, no tiene adjetivación. Es un informe de lo que se iba comprobando en la medida en que se iba haciendo. Por ejemplo, en un momento dado, había que escribir el capítulo de la tortura y nadie podía hacerlo. Bueno, fue Enrique, mi ex marido, quien puso el pecho y lo hizo. Tuvo que mostrar cómo estaba sistematizada la tortura. Fue todo un colectivo que trabajaba para el mismo lado. La Conadep trazaba lo que podríamos llamar “la línea” política de la comisión, pero todo se iba ajustando como pocas veces he visto en la Argentina. Recordemos que era una comisión destinada a dejar de funcionar en cuanto se cumpliera el plazo fijado. Cada uno volvió entonces a sus tareas habituales y a su casa.
—Además los integrantes de la Conadep lo hicieron ad-honorem y, al mismo tiempo, no pudieron dejar sus trabajos habituales.
—Hay quienes discuten acerca de quién escribió el prólogo y Beatriz Sarlo dice bien cuando señala en un artículo que: “nadie lo firmó”, lo cual quiere decir que “era de todos”. Un trabajo sin rencillas, ni rivalidades.
—Tampoco hay que olvidar que, en una reunión, tanto la comisión como las distintas secretarías le pidieron a Ernesto Sabato que lo escribiera.
—Sí, sí. Le pedimos a él que lo escribiera, pero él no lo quiso firmar. Quiso que quedara como un trabajo hecho por todos y con los aportes de todos. Yo tampoco recordaba que Santiago López, entonces diputado por la UCR, había escrito el de Seguridad nacional y vos, el del Robo de niños.
—Permanecemos recordando en silencio mientras el sol entra a raudales en el balcón de Graciela. Y luego, ella retoma: —Durante el gobierno de los Kirchner se agregó un nuevo prólogo y demás. Un gesto tan inútil éste de modificar Nunca más es un informe y uno puede interpretarlo como quiera, pero el prólogo original no hay que tocarlo. Ahí está y es lo que se desprendía de un trabajo que se había hecho en “ése” colectivo. Yo he pasado por muchas y distintas experiencias en mi vida. Algunas más gratas en el sentido de haber “ganado” alguna campaña difícil o muy dolorosas como la desaparición de mi hijo Pablo y esa mezcla, el tema del dolor y todas las pruebas que yo había reunido para mandar a la cárcel a los militares... bueno, “se me dio” y terminé agotada, flaca como una lagartija. Cuando me veo en los diarios de aquella época parezco una foto de prontuario. Sin embargo, me alegro mucho de haber participado y no creo que ninguno de los que integramos la Conadep haya podido evitar que le quedaran marcas.
—Bueno, el descenso a los infiernos no deja inmune a nadie. Creo también que para los integrantes de la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas hubo un antes y un después. Nadie pasa por una experiencia semejante sin rastros. Por eso el “relato” kirchnerista apropiándose del tema de los Derechos Humanos es de una soberbia notable.
—Sí y es muy fraudulento. Y digo “fraudulento” en un sentido: a mí no me parece mal que alguien que, a lo mejor, hasta fue indiferente en su momento o tuvo miedo, de pronto se haga cargo del tema. Jamás lo criticaría porque uno piensa en la transformación de la gente. Claro que no se puede, o sí se puede, dejar de hablar de “apropiación indebida” cuando se atribuye el comienzo del tema de los Derechos Humanos a partir del gobierno de los Kirchner. Como si todo lo demás no hubiera existido. Yo escribí el libro La historia íntima de los Derechos Humanos sobre todo para destacar a la Conadep. Obviamente, tuve que hacer historia porque la Conadep no hubiera sido si antes no hubieran estado los organismos de Derechos Humanos. Ahora, por primera vez, se va a rendir homenaje a la Conadep. No me refiero sólo a la gente que actuó en la Conadep: es un homenaje a “todos”.
—Incluso, Ernesto Sabato, que ya era una figura muy importante en el escenario nacional se convirtió en uno más. Recordemos que, en las kilométricas reuniones semanales de los martes, no acaparaba el uso de la palabra sino que se anotaba en la lista de los que deseaban expresarse y, como todos, esperaba su turno.
—Es cierto: no imponía su figura de presidente aun cuando había sido elegido por unanimidad para serlo. Cada uno absorbía la experiencia de otros y me parece que esto tenía una lógica porque todos “sabían” que había desaparecidos, pero la magnitud de lo que había ocurrido se conoció allí. Por lo tanto cualquier aporte, de donde viniera, era bien recibido para entender el fenómeno y poderlo bancar sí, poderlo bancar, porque era muy angustiante.
—Sin embargo, pese a esa angustia, vos hiciste, tal como explicaste, un recuento detallado de los campos clandestinos.
—Entre campos importantes a los que fuimos sumamos alrededor de cincuenta. Pero hubo comisarías que, aun en forma temporaria, funcionaron así. Hubo también casas que después se transformaban en lugares de detención clandestina. Recuerdo a más de 200 lugares identificados. Lo que ocurre es que algunos lo fueron temporariamente como la Comisaría 5ª de La Plata, que durante mucho tiempo tuvo a un grupo que, aparentemente, iba a sobrevivir hasta que un día ¡vaya a saber por qué! los mataron a todos. En esa comisaría se hacían visitas, se festejaban cumpleaños, nació una criatura (Graciela suspira, cuando uno se mete en el miedo, en esos recuerdos). Imaginate, retoma, la gente pasaba por la puerta de la comisaría y ni lo pensaba.
—Bueno, también la gente pasaba por la puerta de la ESMA, donde en las Navidades se iluminaba siempre un gran pino con luces de colores, sin suponer que en la Avenida del Libertador funcionaba un gigantesco campo de exterminio. Vos recordarás que cuando el primer grupo de civiles, entró allí estaba constituido por la Conadep y los ex detenidos-desaparecidos lo hicieron, como vos dijiste recién, con los ojos vendados, ya que durante su cautiverio habían permanecido tambien vendados y podían así, contando los pasos, reconstruir los lugares de la ESMA.
—Sí, exactamente. Supongo que lo tenían muy incorporado, a pesar del miedo, el terror y la angustia que tienen que haber sentido.
Lo mismo ocurrió en el Pozo de Banfield donde los ex prisioneros recordaban una escalera y sólo pudieron hallar el lugar donde, efectivamente, hubo una escalera, un agujero la había reemplazado. Y todo fue así, con los ojos vendados.