DOMINGO
Aspecto urgente y necesario

La escasa educación ambiental

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Hoy nos encontramos frente a un momento clave si pensamos en la historia de la humanidad sobre el planeta. El cambio climático y el declive ecosistémico por causas antropogénicas se convierten en amenazas certeras para la continuidad de la vida en la Tierra (o para una parte al menos). Y si bien se habla de esto hace mucho, recién hace un par de años llegamos a entender, como humanidad y de la mano de los científicos, cuál es la gravedad de este escenario y cuál es nuestro margen de acción. Tenemos 10 años para intentar evitar un proceso de cambio climático irreversible que sería devastador para la humanidad y muchas especies sobre esta tierra. Si bien existe el derecho a un ambiente sano y un futuro sustentable para las próximas generaciones establecido en el artículo 41 de nuestra Constitución Nacional, si no actuamos, ese derecho se convertirá en letra muerta.

La educación ambiental es un aspecto urgente, necesario para nuestra vida diaria. Educarnos ambientalmente implica reconocer cómo nos vinculamos con nuestros bienes comunes, también llamados recursos naturales. Quizás hoy algunas culturas y comunidades todavía tienen una visión y relación intuitiva y respetuosa con la naturaleza, pero para las culturas occidentales, la naturaleza siempre fue un recurso. Aprendimos a dominarla mucho antes que a entenderla. Hasta hace pocas décadas, los estudios de impacto ambiental brillaban por su ausencia, y las consecuencias de interferir en un ecosistema no eran estudiadas ni contempladas.

Esto es un reflejo directo de la falta de formación en cuestiones vinculadas al ambiente en todos los niveles de nuestra educación oficial. Nos enseñan la relevancia de cuidar el cuerpo y sobre hábitos para un estilo de vida activo y saludable en materias y asignaturas como Educación Física, pero el cuidado del ambiente y la formación de hábitos respetuosos y cuidadosos del planeta en que vivimos, es decir, la educación ambiental es, en el mejor de los casos, escasa. ¿Acaso no de- beríamos preocuparnos también por adquirir buenos hábitos de cuidado de la naturaleza, como parte del cuidado de nuestra salud también? Sí, claro que estudiamos algo de la teoría en Ciencias Naturales, aprendemos de la germinación del poroto y la importancia de los árboles que nos brindan oxígeno para respirar o el ciclo del agua, pero nadie nos explica sobre el impacto de nuestras actividades en el ambiente, o cómo minimizarlo, o qué consecuencias tiene irrumpir en un ecosistema.

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Pese a que el hombre es parte de la naturaleza, nuestra forma de vincularnos con los seres no humanos, organismos vivos y no vivos, parte de una ilusión de superioridad. Esta visión se denomina antropocentrismo: la creencia que sitúa al ser humano como medida de todas las cosas. Desde la ética, el antropocentrismo defiende los intereses de los seres humanos antes que nada (o que nadie) y cualquier preocupación moral por cualquier otro ser queda subordinada a la conveniencia de los seres humanos. No siempre fue así: antes, el centro y la medida de todo eran los dioses, muchas sociedades y culturas se basaban en el teocentrismo, que para la cultura occidental es la filosofía que rigió hasta principios del siglo XVI.

Así es que analizamos y entendemos la naturaleza como algo separado de nosotros, sus ciclos aparecen como algo en lo que aparentemente no intervenimos y como algo que no interviene en nuestro desarrollo. Los seres humanos no estamos demasiado involucrados con lo que nos rodea, ni siquiera con los procesos biológicos que sustentan nuestra vida.

Pocas veces nos dicen que naturaleza no es solo el bosque prístino, o la selva con sus hermosas cataratas y que también la ciudad es naturaleza; absolutamente todo lo que vemos y tocamos proviene de ecosistemas naturales. Incluso, lo que luego llamamos “basura”. Hasta que un día, a diferencia de lo que nos hicieron creer toda la vida, entendemos que no existe un agujero negro que haga desaparecer lo que tiramos, todo queda en algún lugar de nuestro hábitat. Las cosas que consumimos no surgieron del supermercado ni de la fábrica; ni el chocolate que tanto nos gusta, ni el café que disfrutamos por la mañana, ni la ropa que vestimos, ni la cerveza o el vino son solo creaciones humanas. El chocolate, el café, tu remera, el vino y la cerveza vienen de una planta (de diferentes plantas cada una, claro) y esa planta está en una plantación, en un terreno, en algún lugar del mundo, nutriéndose de la tierra, del aire y del agua, siendo polinizada por abejas y otros insectos, para hacer crecer ese fruto que luego vamos a usar para cubrir nuestras necesidades, o simplemente para nuestro bienestar y placer.

Nadie nos cuenta ni nos involucra (ni tampoco nos hace pagar) por los daños a la tierra, al agua, al aire o a los animales, que genera la producción de esto que estamos usando. Tampoco sabemos sobre su destino cuando lo descartemos porque ya no nos sirve, o qué perjuicios tiene esto para nuestro hábitat. Esta falta de conciencia ambiental global queda en evidencia hoy más que nunca; el cambio climático, la crisis ecosistémica y las catastróficas consecuencias del calentamiento global se repiten crecientemente en los titulares y la temática se impone en la agenda mediática, política, empresarial y social reclamando cambios en las formas de hacer las cosas, tal como las conocemos hasta ahora.

La causa ambiental empieza poco a poco a salir del nicho ecologista para encontrarse con las masas y a cruzarse con las crisis socioeconómicas y de derechos humanos, que ya tenían algo más de lugar en agenda (pero que en el fondo son todas consecuencias de una misma crisis). Poco a poco, de la mano de personas como Greta Thunberg o celebridades como Leonardo DiCaprio, la temática empieza a tomar más protagonismo.

Y así como hace poco se incorporó la Educación Sexual Integral en la currícula, hoy muchas escuelas empezaron a incluir contenidos de educación ambiental y pareciera que las nuevas generaciones tienen una afinidad mayor con el cuidado del ambiente. Sin duda, vivimos un despertar en la conciencia ambiental.

*Autora de Cómo rompimos el mundo (y cómo podemos arreglarlo), editorial Paidós. (Fragmento).