Horacio Rodríguez Larreta acercó a María Eugenia y Mauricio Macri, quien tuvo un pálpito con ella desde un primer momento. Apenas la conoció, en uno de los agitados días de 2002, cuando la joven profesional rondaba los 28 años y el Pro estaba en sus cimientos, advirtió que esa chica prometía para una futura gestión. Rápidamente la incorporó a sus filas.
Y ella no tardó mucho tiempo en convertirse en un “soldado de Mauricio”, pero con la habilidad de que tampoco dejó de serle leal a quien la venía apadrinando hasta entonces.
Un día, como otros, la joven politóloga que trabajaba en la Fundación Sophia fue convocada a presentar un trabajo que acababa de terminar sobre la situación social de la ciudad, que le había encargado su jefe, Horacio Rodríguez Larreta. Como otras veces, María Eugenia se dispuso a presentar su labor sobre el tema del que se le requería un diagnóstico y una propuesta.
“Para mí, era un trabajo más de la fundación, que se terminaba cuando lo presentaba”, señala Vidal. Pero ese día no fue uno más en la vida de la muchacha. Cuando María Eugenia acudió a la presentación, se encontró con una sorpresa. Quien la iba a escuchar era el empresario y presidente de Boca, Mauricio Macri, que se había metido de lleno en política desde la crisis de 2001 y estaba en proceso de definir la opción más conveniente, una candidatura a la jefatura del Gobierno de la Ciudad o a la Presidencia de la Nación. Era la primera vez que lo veía.
Por entonces, Macri estaba evaluando si seguía o rompía su sociedad con Francisco de Narváez, en la fundación Creer y Crecer, que se había armado con la idea de definir políticas públicas, programas de gobierno, mediante la contratación de politólogos, economistas y otros cuerpos técnicos. Las ambiciones políticas de cada uno y la divergencia de objetivos –uno buscaba meterse por el lado del peronismo, mientras que el otro buscaba mantenerse distante– provocaron finalmente una ruptura. Macri, que era el presidente de la fundación creada a mediados de 2001, se llevó con él el nombre y mudó sus oficinas a la calle Alsina.
“Me llamó la atención que hubiera un político –entre los que escuchaban el proyecto–, alguien que quería ser político, que le dedicara tanto tiempo a escuchar un plan con tanto interés”, dijo ella. Macri tuvo una frase final que a María Eugenia la marcó a fuego: “Y todo lo que decís que hay que hacer, ¿lo podés hacer?”, la desafió. A ella siempre le gustaron los desafíos, pero era la primera vez que le pasaba algo así; sintió que lo que pedía Macri no era sólo el diseño y la ejecución de un programa, que pedía más compromiso. María Eugenia respiró hondo. “Sí”, respondió con convicción.
Luego de su respuesta, en sus adentros, María Eugenia quedó convulsionada. “Esa pregunta para mí fue como una cosa…”. De repente se le cruzaron por la mente varias cosas a la vez, como las clases de política práctica en la UCA de su profesor Santiago, la crisis de 2001 y sus ganas de quedarse en el país para comprometerse, la primera vez que se sintió cómoda trabajando en el Estado y los palos en la rueda de la burocracia pública.
“Yo venía madurando esto de que me tenía que involucrar, que para hacer realmente cosas en escala y transformar la vida de la gente, tenés que ser votado y tenés que tener capacidad de decisión. En los organismos públicos, donde yo había estado siempre, lo que escuchaba era: ‘Si hay decisión política…’. Con el tiempo, me di cuenta de que la decisión política es que alguien tome la decisión. Para que alguien tome la decisión, lo tiene que votar la gente. Y fui haciendo todo ese proceso…”
El llamado sorpresa
Macri se postulaba como alguien que quería cambiar las cosas, quería presentarse como una opción partidaria y que la gente lo votara. Y la estaba eligiendo a ella para llevar adelante un plan social, que era su vocación, su especialidad. “A la semana de hacer esa presentación, Mauricio me mandó a alguien de su equipo para pedirme que me integrara al equipo técnico”. Aunque al principio no trabajó directamente para él, María Eugenia sintió que, en el instante en que Macri le hizo esa pregunta, ella estaba entrando en la política. Sintió que Mauricio la estaba empujando a hacer política. A hacerlo de la forma que ella quería. Ese sentimiento de empuje paternal lo reconfirmó cuando fue elegida unos años después como ministra de Desarrollo Social; una vez más, cuando le ofreció ser la vicejefa de Gobierno porteño, y otra vez, cuando la nominó como candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires por Cambiemos.
El primer día que vio a Mauricio se le derribó un mito acerca de la dirigencia política. “No me sentía identificada con ningún partido, no sentía que alguien como yo pudiera tener lugar. Sentía que la política era para gente que tenía contactos, que tenía influencia, que tenía algún padrino. No sentía que alguien como yo pudiera prosperar en algún partido político tradicional”, creía María Eugenia. Y a partir de allí comenzó a trabajar para él como un soldado.
Macri la había sorprendido aquella vez que le ofreció pasarse a la acción, tan sólo con haberla visto una vez, salteando lo que ella veía como un protocolo establecido para poder ingresar en sus filas partidarias. En su visión, era alguien que valoraba más el presente y el futuro que el pasado, que enfatizaba en la capacidad de gestión, “la política de hacer”, que no se había fijado si ella era o no la hija de algún político.
María Eugenia no era de esas niñas que tenían claro desde chicas que estarían destinadas a la dirigencia política; más bien fue un camino que se fue construyendo, y en un mundo predominantemente machista.
Tampoco había integrado ningún colegio reconocido por preparar elites dirigentes, tanto políticas como empresariales, como algunos colegios privados o públicos a los que asistieron algunos de sus compañeros del Pro o sus contrincantes políticos contemporáneos de La Cámpora.
No venía de los caros colegios religiosos Marín ni Cardenal Newman –como su jefe Macri o Alfonso Prat-Gay, el ministro de Economía– ni del laico Northlands ni del público Nacional de Buenos Aires –como la elite de la agrupación que conduce Máximo Kirchner–, por mencionar algunos prestigiosos. Ella venía del Misericordia que, no obstante, le acercó las herramientas para visualizar su definición de la política, que luego profundizó en la Universidad Católica, donde sí forman a dirigentes cristianos en distintas disciplinas.
En sus propias palabras: “No hubo un día en que decidí que lo mío era la política. Fue un proceso. Yo no soy de las que desde chiquitas dicen que quieren ser presidentas. No tuve una vocación política de chica o un destino que estuviera unido a eso. Más bien, yo fui descubriendo y afirmando, durante mi infancia y mi adolescencia, que tenía una vocación de servicio, sin definirla muy bien, sin tenerlo muy racionalizado. Lo más parecido a la política de mi adolescencia fue que quería ser abogada. El primer punto de inflexión hacia la política es haber elegido Ciencias Políticas, en la ventanilla de al lado. Pero no tenía mucha conciencia de que iba a hacer política partidaria. Después, a lo largo de la carrera fui probando. Yo hice encuestas, trabajé para encuestadoras, hice una pasantía en el Ministerio de Relaciones Exteriores y en el Senado, pero sentía que esa parte del Estado no era mi lugar. En cambio, sí lo sentí cuando entré en Anses”.
—¿Porque tiene que ver con lo social?
—Sí, yo aún no hacía un trabajo de territorio, pero claramente era un organismo más vinculado con lo social y, para mí, eso era el Estado. Para mí fue la definición de “es el Estado, es lo público”. Yo era técnica y también tenía conexión con programas sociales. Definitivamente, cuando fui luego al Ministerio de Desarrollo Social nacional, dije: “Es el Estado, y dentro del Estado, es esto, lo social. Este es mi lugar”. Y ahí me empecé a especializar más en estos temas.
—En el discurso de asunción como gobernadora le agradeciste a Macri y no a otro que haya confiado en vos desde que decidiste hacer política. ¿A qué momento te referís?
—Mauricio tuvo conmigo como una cosa de apuesta permanente. El siempre fue como tantas veces le dije yo: “Vos me empujaste muchas veces a lugares antes de que yo misma pudiera pensar que los podría ocupar”.
”Así pasó con la política, con esta frase medio desafiante del primer día, impulsándome a hacer política cuando yo todavía no tenía mi lugar en la política. Después fue cuando me hizo ministra. Era la única mujer al principio –con cargo en el gabinete–, exceptuando a Gabriela que era vicejefa, y de las más jóvenes, y la que menos trayectoria tenía. O sea que también fui una apuesta fuerte, y también fue una apuesta fuerte cuando fui vicejefa. Yo competía en las opciones internas que él tenía con dos políticos de mucha trayectoria y experiencia política y con más conocimiento frente a la gente que yo (Hernán Lombardi y Diego Santilli).
”Ni hablar la provincia de Buenos Aires. Siempre hubo como una cosa de adelantamiento de él y de apostar por mí, incluso cuando yo le decía, cuando todas las probabilidades indicaban que tenía que esperar. O que todavía no era mi tiempo.
Tras las elecciones de 2003, donde había perdido la fórmula Macri-Rodríguez Larreta en el ballottage, el macrismo buscó reorganizarse pensando en reformular su trabajo en los próximos cuatro años para volver a competir por la intendencia en la ciudad. Macri continuó como presidente de Boca y al frente de su fundación. Y María Eugenia tomó el cargo de directora de la Comisión de Mujer, Infancia, Adolescencia y Juventud, en la Legislatura porteña.
Un día de la campaña para las elecciones de 2007, Macri la llamó y le propuso ser su ministra de Desarrollo Social.
—Pero yo soy muy joven para ser ministra –le dijo ella.
—¿Qué tiene que ver la juventud con la capacidad? –le contestó el candidato a jefe de Gobierno porteño, desafiándola una vez más–. Vos sos capaz, tené confianza que lo vas a poder hacer, yo te voy a apoyar, el equipo te va a apoyar –agregó Macri. Y ella aceptó.
Desde el primer momento, Macri siempre dio impulso a María Eugenia. Sus allegados decían que él “admiraba de ella la eficiencia; Mauricio ama la eficiencia, y ella era una mujer fiel, que le traía resultados concretos”, sostiene la abogada Paula Bertol, secretaria de Relaciones Parlamentarias de la Jefatura de Gabinete y ex diputada nacional, quien participó activamente en los cimientos el Pro. Y de esa forma, Vidal supo cautivarlo, y él fue incorporándola cada vez más a su entorno de confianza.
Hasta que un día de campaña de 2007, ella lo interrumpió y lo sorprendió con un anuncio:
—Mauricio, estoy embarazada.
El candidato a jefe porteño la miró como consternado y soltó:
—¡Es la peor noticia que recibí este mes!
—Pero escuchame, Mauricio, ¡te estoy diciendo que estoy embarazada! –le insistió, esperando una aprobación por su feliz noticia.
Pero él repitió:
—Es la peor noticia que recibí este mes, no puedo creer lo que me estás contando.
Testigos que escucharon el extraño episodio del otro lado de la pared en las oficinas del partido, en Alsina al 1300, cuentan que Macri quedó un poco sorprendido por la noticia del embarazo de Pedro, el hijo menor de María Eugenia, en medio de la campaña, y que los días subsiguientes tuvo “un trato más seco” con el marido de su futura ministra de Desarrollo Social, que tenía una oficina exactamente debajo de la de él. (...)