En medio de las amenazas y los oscuros episodios, María Eugenia Vidal aún no se mudó a la base aérea de Morón y sigue viviendo en su histórica casa de Castelar.
Si bien se espera que cambie de domicilio antes de la primavera, los arreglos en la nueva casa (desde un nuevo dormitorio hasta detalles generales y decoración), que mantiene ocupada a la Dirección Provincial de Arquitectura, no están terminados.
La propia Vidal monitorea los trabajos junto al joven Joaquín “Joaco” Gándara, el director del área. Según el presupuesto oficial, serán unos $ 660 mil que incluyen reformas en la casa y en los alrededores. La casa que eligió Vidal está en el barrio aeronáutico, en el ingreso de la base, con seguridad perimetral y estaría lista en julio.
La mudanza fue una obligación desde que asumió como gobernadora: los especialistas le aclararon que no podían custodiarla de forma adecuada allí. Es que, desde la calle es sencillo visualizar qué ocurre en el living. Por ello, siempre, se pueden ver uno o dos autos, al menos, alrededor de esa cuadra. Hoy los vecinos no quieren que se vaya: “Es como un country”, bromean. Se acostumbraron a la seguridad de la gobernadora.
Su casa en Castelar es un símbolo personal muy fuerte para ella: allí se mudó con su ex marido, Ramiro Tagliaferro, y sus tres hijos, luego de sacar un crédito hipotecario en el Banco Ciudad ya siendo ministra de Desarrollo Social porteña. “Era la mejor tasa”, argumentaría, años después. Jura que fue a averiguar, allá por 2008, a la sucursal del Ciudad de Morón y era la mejor opción. Aún hoy sigue pagando las cuotas, aunque está en la etapa final.
La promesa que le había realizado Vidal a sus hijos es que no se mudarían de barrio ni mucho menos los cambiaría de escuela. Por ello, prefirió mudarse a la base aérea pero no a La Plata. Viaja muchas veces en helicóptero, otras en auto, en especial si tiene reuniones en Casa Rosada o en su despacho del piso 19 del Banco Provincia en pleno centro porteño.
En esa casa es donde hoy ve series con sus hijas, suele recibir amigos y a su grupo más íntimo de amigas del Colegio Misericordia. Aquellas que la llaman “Mariú” y que poco les importa su cargo. Una de ellas fue, justamente, a quien le revisaron los cajones dos agentes de la Bonaerense.