Te desafío a que en este momento mires la etiqueta de tu remera. Observes de qué materiales está hecha, con qué porcentajes, y dónde se hizo. Te desafio a que vayas a tu placard y cuentes cuántas prendas tenés, y después vuelvas a contar. Pero esta vez, solo lo hagas con aquellas que realmente usas con frecuencia. Probablemente desconozcas la trazabilidad y la cadena productiva del producto que llevas puesto y también te des cuenta de que solo utilizas aproximadamente un 15% de la ropa que tenes.
Ahora te desafío a que intentes responder estas preguntas ¿Sabes quién hizo tu ropa? ¿Dónde se hizo? ¿Bajo qué condiciones laborales? ¿Cuánta agua, emisiones de CO2, y energía se utilizaron desde que el ciclo de esa remera comenzó hasta que llegó a tus manos? Probablemente no. Yo tampoco lo sabía, hasta que decidí investigar un poco, y solo con ese poco me basto para saber que la industria de la moda rápida, conocida como “fast-fashion”, es criminal. Si, palabra fuerte, aunque más que merecida para una industria nociva tanto a nivel humano, como a nivel ambiental y animal.
Vamos con un par de datos duros para tener un pequeño pantallazo de lo que estoy hablando.
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La industria de la moda está dentro de las tres industrias más contaminantes del mundo.
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Se estima que uno de cada seis personas trabaja dentro de esta industria.
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Más del 80% de estas personas son mujeres.
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Aproximadamente solo el 2% recibe un sueldo mínimo.
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Solamente para hacer un jean se utilizan siete mil litros de agua.
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En promedio, una persona normal deshecha entre 20 y 40 kilos de ropa al año.
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Según estudios, menos del 10% de la ropa que se dona se vuelve a utilizar, el resto termina en basureros.
Podría seguir enumerando infinitamente, pero creo (y espero) que ya con esa información te hayas sorprendido un poco. Ahora bien, ¿de qué marcas hablamos específicamente cuando hablamos de fast fashion?
A simple vista hablamos de aquellas marcas masivas, que están en shoppings, o que tienen varios locales a la calle. De aquellas marcas en las que ya no existen las dos clásicas temporadas - primavera/verano y otoño/invierno - sino que lanzan colecciones constantemente. De aquellas marcas que venden a precios bajísimos, si, esos precios casi irresistibles que te invitan a comprar aunque seguramente no lo necesites. De aquellas marcas cuyas prendas están hechas mayoritariamente con materiales baratos y sintéticos.
Y, no tan a simple vista, hablamos de aquellas marcas que fabrican sus prendas en talleres clandestinos, donde las condiciones de seguridad e higiene son deplorables. Aquellas que no tienen a sus trabajadores registrados y a quienes les pagan sueldos ridículamente bajos. Aquellas que no reparan en cuántos químicos tienen sus tintes, cuánta agua están desperdiciando para lavar algún género barato o cual es el detrimento ambiental de producir en un país que está en la otra punta del mundo y tener que trasladarlo después.
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Moda chatarra. Hace un par de años, cuando empecé a trabajar y ganarme mi propia plata, comencé a utilizar ese dinero en cosas que quería, como por ejemplo en ropa. Una o dos veces al año, solía comprar en una marca norteamericana con un logo amarillo. Llenaba el carrito virtual, y esperaba a que algún conocido viaje a Estados Unidos para pedirle si no me podía traer ese paquete con ropa. Casi todo costaba entre 5 y 20 dólares, desde una remera básica hasta un vestido con flecos y detalles. Una vez que el paquete llegaba, me probaba todo, y quizás de 15 cosas que había comprado, tres no me gustaban o no me quedaba el talle, y simplemente se las regalaba a alguien, total al haber sido tan barato todo, no me pesaba desprenderme de esas tres prendas. El resto lo utilizaba por un año, a veces más, hasta que se gastara (todo se gasta rápido, ya que es de muy mala calidad), o “pasara de moda”. Me creía una visionaria, comprando ropa barata y lindisima, sin moverme de mi casa… Y mientras tanto, alguna adolescente en Bangladesh bordó por 12 horas esa remera que regale casi sin probármela, y recibió -con suerte- tres dólares ese día.
Ese es el problema con la industria de la moda. Creemos erróneamente que es inofensiva, y hasta muchas veces también la catalogamos como algo banal o superficial, algo que solo tiene relevancia en series pochocleras como “Sex and the City”, o en las pasarelas en la semana de la moda de Nueva York; cuando en realidad debería importarnos y mucho.
La cadena productiva. Detrás de cada prenda, hay una cadena productiva, conformada por muchísimas personas y procesos, que intentaré resumir a continuación: todo comienza con una semilla comprada por un productor, quien la cultiva en su tierra para después poder cosecharla y vender esta producción de -por ejemplo-, algodón, a alguien. Este irá a parar a algún taller de hilado y tejido, para transformar el algodón en una tela que pueda utilizarse para hacer diferentes prendas. Después de este proceso, viene el tenido de la tela, si es que no se quiere usar en su color natural. De ahí, los rollos de tela serán trasladados a otro taller, donde comenzará el proceso de confección de las prendas, previamente diseñadas por alguien/alguna marca o empresa de indumentaria. Una vez estén finalizadas las prendas, serán trasladadas a su destino, allí serán empaquetadas (si, en plástico, que sorpresa), para ser llevadas a los distintos locales de ropa para ser nuevamente desempaquetadas, o en su defecto, si se trata de una tienda online, se despachará por correo hasta llegar al destino del comprador. Y el resto es la parte de la historia que ya conocemos.
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Como se puede apreciar, son demasiadas las aristas, personas y pasos que dan vida a una prenda. Por lo tanto, cuando hablamos de las mega marcas con producciones a gran escala, es mucho más complejo para éstas llevar un control detallado y responsable de la trazabilidad de un producto. Esta inminente desconexión para con las personas que trabajan para crear sus prendas, sumado a la imperativa necesidad de abaratar costos sin importar a quién o que estén perjudicando, se fusionan de manera perfecta para dar vida al fast fashion.
Una cuestión de precios. Muchas veces hablando de esto con diferentes personas me manifiestan que la ropa de emprendedores independientes o sustentables es “mucho más cara” que la ropa de estas marcas, y que por eso terminan comprando allí. Entiendo que exista este tipo de conjetura, porque yo también una vez pensé así. Pero resulta que la respuesta es tan simple que pareciera ser complicada: lo que uno se ahorra al comprar en estas multinacionales, es lo que paga con su trabajo, su esfuerzo y hasta a veces su vida (Googleá Rana Plaza) aquel productor en su granja, aquella chica que trabaja 12 horas por día a sus 16 años, y el mismo el planeta tierra con sus aguas contaminadas con químicos y microplásticos provenientes de esta industria, entre otros.
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No estoy diciendo que sea fácil, o que todo el mundo debería comenzar a comprar ropa de diseño independiente, porque soy consciente de que esto es un proceso, que lleva su tiempo, que en comparación a lo otro si es más costoso y que como todo cambio radical, necesita de un despertar y accionar colectivo. Esto es simplemente una invitación, una propuesta a que si tenes el privilegio de poder elegir qué ponerte y dónde comprarlo, lo pienses dos veces. Si no tenes esa posibilidad, podes optar por consumir menos esas marcas y virar hacia las tiendas vintage, que tienen precios bajos y ropa espectacular. Y si nada de esto es accesible para vos, no te preocupes, ahora ya tenés la información, y eso ya te posiciona tres pasos más adelante. Abre puertas y caminos que antes no estaban a la vista. Ahora ya sabes un poco más. La información siempre fue, es y será poder.