Marzo dejó una alta tasa de inflación, 4.8%, lo cual da un 75.5% anualizado. Es la tasa más elevada desde septiembre del 2019. Una aceleración de la inflación era esperable tarde o temprano. La expansión de la base monetaria llegó a un 83% en septiembre del año pasado.
Como es sabido, la expansión monetaria afecta los precios con rezago, no de manera inmediata. Con nuevos picos de inflación resurge la pregunta de qué debe hacer el gobierno para controlar la misma. Las respuestas siguen siendo las mismas de siempre: atacar el problema de fondo en lugar de esconderlo detrás de argumentos multicausales.
En primer lugar, es necesario tener genuino interés en bajar la inflación. Desde el 2007 que la inflación tiene una tendencia ascendente.
Con Néstor Kirchner la inflación promedio anual fue del 15.3%, con Cristina Kirchner del 25.6%, y con Mauricio Macri del 42.1%.
Casi década y media de inflación récord mundial sin que el oficialismo o la oposición hagan propuestas serias para eliminarla de una buena vez. La excepción fue Macri, quien intentó domar la inflación con un régimen de metas de inflación. El esquema no funcionó, y Juntos por el Cambio no ha ofrecido ningún plan alternativo desde entonces. Como la mayoría de los problemas económicos, la solución requiere de voluntad política.
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En segundo lugar, es necesario dar por terminada la expansión monetaria del BCRA. Para esto es fundamental limitar las necesidades de financiamiento del Tesoro. En otras palabras, es necesario reducir el déficit fiscal. Esto se puede hacer sólo de dos maneras: O bajando el gasto o aumentando los impuestos. Lamentablemente subir los impuestos no es una herramienta con margen. Argentina ya se encuentra en récord de presión impositiva a nivel mundial. Tampoco se puede esperar aumentar la recaudación en base a crecimiento económico; la economía real está estancada desde el 2011. Más allá de un rebote post-pandemia, no hay motivos para esperar crecimiento a mediano y largo plazo.
No queda otro camino que llevar adelante una reforma fiscal que implique una baja del gasto público. Llegar a este punto es responsabilidad de la dirigencia política.
El haber ignorado este problema por años ha eliminado la posibilidad de otras opciones. El kirchnerismo ha expandido el gasto público al punto tal que para cuando Cambiemos llegó al gobierno, ya era demasiado tarde para el tímido gradualismo.
Existe margen para bajar el gasto público. Actualmente el gasto a nivel consolidado se encuentra en torno al 45% del PBI. Esto quiere decir que, en promedio, el 45% del ingreso generado por el país se destina a gasto público. Los problemas de seguridad, la alta pobreza, el pobre manejo de la pandemia, muestra que el estado argentino tiene un triste récord Guinness en ineficiencia. No sólo hay margen para mejorar la eficiencia del gasto, también lo hay para disminuirlo.
En la década del 90, el gasto consolidado se encontraba en torno al 30% del PBI. Hay, en principio, 15 puntos de PBI de gasto público eliminables.
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Lamentablemente, ni el kirchnerismo ni Juntos por el Cambio muestran ningún serio interés en reducir el peso de un estado insostenible.
La mayor parte del gasto público se va en programas sociales. Patente fracaso del estado de bienestar. Programas sociales exitosos son aquellos que desaparecen porque dejan de ser necesarios.
Programas sociales exitosos son aquellos que eliminan la pobreza vía creación de empleo. Programas sociales que crecen son aquellos que aumentan la pobreza en lugar de disminuirla.
¿Cómo bajar el gasto público entonces, dado que no se puede eliminar la asistencia social de la noche a la mañana?
La solución no es ningún secreto. Se encuentra en los libros de economía desde Adam Smith a la fecha. La solución requiere de dos ingredientes que exasperan a la mayoría de los políticos.
- El primero es reformas pro-mercado para que sea el mercado, no el estado, quien genere puestos de trabajo.
- El segundo es paciencia. Las reformas pro-mercado generan resultados positivos por más que no sea de manera inmediata.
Este rezago entre reformas y resultados quiere decir que no se pueden postergar las reformas de manera indefinida. El acceso al crédito internacional debe usarse para financiar el rezago entre reforma y resultado, no para perpetuar un estado insostenible dado que tarde o temprano el crédito internacional se agota.
Termino la nota con mi primer punto. Bajar la inflación no requiere de creatividad ni alquimia económica, como controles de precios. Requiere de algo aún más elusivo: Voluntad política.
Las opiniones expresadas son personales y no necesariamente representan la opinión de la UCEMA.
* Associate Professor, Metropolitan State University of Denver
Visiting Professor, Universidad del CEMA
Senior Fellow, American Institute for Economic Research