ECONOMIA
Obsesión argentina

La historia del dólar y de su impronunciable nombre original

A lo largo de la historia la moneda de los Estados Unidos atravesó varios cambios que, entre otros temas, fueron recogidos en el libro "Historia de la Guita", de Silvio Santamarina, que publicó Planeta.

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"Cómo nació el dólar" | Agencia Shutterstock y Cedoc Perfil

Antes de que fuera tal como lo conocemos hoy en día, el dólar pasó por diferentes nombres a lo largo de la historia desde su origen de la mano de un noble oriundo de Checoslovaquia. El dólar norteamericano, además, experimentó en sus inicios un caso de "uno a uno" a la inversa de cómo lo conocemos los argentinos.

Estas, entre muchas otras anécdotas y datos desconocidos se encuentran en el libro Historia de la Guita: La cultura del dinero en la Argentina, del periodista Silvio Santamarina, publicado por Editorial Planeta en 2018, que realiza un recorrido histórico para reflexionar sobre nuestro presente traumático en relación con los billetes.

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Historia de la guita, el libro de Silvio Santamarina.

Cómo nació el dólar

El dólar tiene su remoto origen en el lugar menos pensado: un pueblo perdido en Checoslovaquia llamado Jáchymov. Un conde de nombre Stephan Schlick descubrió, cerca de su castillo familiar, un yacimiento de plata. En lugar de explotarlo y venderlo, lo cual hubiese sido la ecuación más sencilla, el conde, sin apuros económicos, decidió acuñar su propia moneda. El proceso le llevó tres años. Y así para 1519, tuvo su ansiada moneda. Se la llamó, en alemán, Joachimstalergulden. Como el nombre era un embrollo arduo para pronunciar hasta para los alemanes, con el tiempo lo redujeron a talers.

Era tal el volumen de plata que producían las minas, que pronto los talers se multiplicaron por el mundo, redefinieron las monedas europeas y, al final, terminaron siendo sinónimo globales de monedas de plata. Del sueco talari, al holandés daalder, del italiano tallero, y al samoano tala. Del hawaiano dala al etíope talari. Y al final del recorrido, al dólar anglosajón. El taler empapó la economía mundial. Sin ir más lejos, para el siglo XVI, existían sólo en naciones de lengua alemana, 1500 diferentes clases de taler. Desde su primera impresión en el castillo del conde Schlick hasta el 1900, los expertos estiman que se acuñaron 10.000 tipos diferentes de taler en todo el planeta.

El nombre del dólar se lo debemos al rey James VI de Escocia, quien en 1567 acuñó una moneda de 30 centavos que, por el dibujo en su faz, se lo llamó el dólar de la espada. Pronto, el dólar representó para los escoceses una idea de nación independiente y resistencia al imperio británico. Este espíritu de independencia viajó con los escoceses en su camino a poblar las colonias de América.

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Las colonias británicas no la tuvieron nada fácil en el Nuevo Continente. En Londres, se había impuesto una política monetaria que, a fin de acumular oro y plata, había vedado emitir circulante incluso para el comercio de sus propias colonos. Esto obligó a las colonias a importar monedas de México, ocupado por los españoles, donde funcionaban las plantas de acuñación de más volumen del planeta. No fueron los únicos: dada la riqueza de las minas en el país centroamericano y Perú, en poco tiempo las monedas españolas fueron las más aceptadas del mundo. Los colonos de origen inglés rechazaron las nomenclaturas españolas de reales y peso, establecidas por el rey Fernando en 1497. Prefirieron inclinarse por el llamado dólar, o “spanish dollar”, como lo llamaban.

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De todas las monedas de procedencia mexicana en las colonias de Norteamérica, la más popular fue el dólar de pilares –y también el primer dólar de plata de América-: su nombre respondía al diseño de las monedas, con los dos hemisferios del globo sostenidos por columnas –los pilares de Hércules, representativos del imperio español-. De allí, sugieren algunos historiadores, se inspira el diseño del dólar moderno, con columnas representadas por líneas paralelas.

Existe un detalle llamativo del origen del dólar: el uno a uno. En otras palabras, un caso de convertibilidad en sentido contrario al que estamos habituados los argentinos de hoy. Desde México hasta el Río de la Plata, las regiones americanas emplearon el peso, que provenía del sistema monetario español, y esta influencia llegó hasta el dólar norteamericano, que lo adoptó como equivalente de cambio. Tras la independencia, los Estados Unidos conservaron, por familiaridad, la moneda del dólar español. Y así lo declaró el congreso el 6 de julio de 1785: “la unidad monetaria de los Estados Unidos de América es el dólar”, establecieron. Pasaron siete años hasta que se aprobó una ley para crear su propia moneda, que estaba emparentada con el peso. Recién en 1794 pudieron acuñar dólares de plata sin depender de nadie, aunque el peso, o “spanish dollar”, siguió circulando en la economía estadounidense. Sin disponibilidad de yacimientos de plata y oro, los norteamericanos debieron seguir empleando dólares españoles por varios años.

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La moneda de peso o dólar español escondía un pequeño engaño: de los 377 gramos en plata que, juraba la corona española, contenía cada moneda, tras un estudio en detalle del gobierno norteamericano, descubrieron que a duras penas, pesaba en plata 371 ¼ gramos. Y esa fue la medida estándar del dólar de plata, que de allí en más adoptaron por ley los Estados Unidos. Con la independencia de México en 1821, Norteamérica adoptaría los dólares mexicanos, de más alto porcentaje de plata.

Pero como no todo era plata –de hecho, había poca en los tiempos de la revolución norteamericana-, los independentistas fueron creando su propio circulante, con lo que tenían a mano. Ya en 1787, tuvieron sus primeras monedas de un centavo en cobre, labradas con un sol. Para diferenciarse de las monarquías europeas, se rehusaron a que sus monedas tuvieran figuras humanas, aún cuando se tratara del intocable George Washington. Este rechazo se extendió prácticamente a lo largo de un siglo.

FP CP