Robert Putnam y Peter Gourevitch son dos cientistas sociales que se han convertido en referencia obligada de las investigaciones que analizan las decisiones políticas e ideológicas que un gobierno implementa en el mundo, frente al impacto que esas acciones producen en la agenda local del propio país. Putnam y Gourevitch tienen mucho que aportarle a Alberto Fernández.
Doctor en Filosofía, docente de la Universidad de Harvard y miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y de las Ciencias, Putnam se convirtió en un autor de referencia para el establishment de Washington de las últimas décadas, a partir de la publicación de “Diplomacia y política nacional: la lógica de los juegos de doble nivel”, donde estableció la doble circunstancia a la que debe hacer frente un Estado: el tablero nacional y el tablero internacional. Son dos escenarios que mantienen una relación simbiótica pero que se retroalimentan permanentemente.
Doctor en Ciencia Política, docente de la Universidad de California y miembro del Consejo de Relaciones Internacionales de los Estados Unidos, Gourevitch es uno de los mayores especialistas en la teoría de políticas comparadas sobre el análisis de las relaciones internacionales. Logro notoriedad gracias a la publicación de “La ‘segunda imagen’ invertida: los orígenes internacionales de las políticas domésticas”, un valioso ensayo en el que pudo demostrar con ejemplos concretos cómo la política exterior es, a su vez, causa y efecto de la política nacional.
Alberto Fernández debería leer los trabajos de estos académicos interesados especialmente por la relación entre la política exterior y la política local porque cuando el presidente argentino reclamó a su par estadounidense, Joe Biden, que incluyera a Cuba, Venezuela y Nicaragua en la convocatoria de la nueva Cumbre de las Américas que se realizará en pocos días en Los Ángeles, utilizó el frente externo para consolidar el frente interno sin percatarse de la enseñanza que Putnam y Gourevitch aportaron con sus trabajos.
Alberto se decidió a desafiar a Biden debatiendo en términos de diplomacia internacional, pero apoyado en una lógica doméstica. Su mención a los países que no habían sido invitados a la reunión convocada por Estados Unidos tenía dos niveles. El primer nivel era la Cumbre en sí, frente a la ausencia de tres Estados latinoamericanos que no participarán de la reunión. Mientras que el segundo nivel estaba dirigido a un sector del Frente de Todos para conectar con la idea de antiamericanismo y antiimperalismo.
En un intento por cimentar el agrietado espacio oficialista, muy convulsionado en esta última semana, Alberto cuestionó a Biden sin dar cuenta de la “teoría de dos niveles”, en términos de Putnam, ni de la “imagen invertida”, siguiendo a Gourevitch. Al hacer mención a la Patria Grande, el Presidente le apuntó más al Instituto Patria que a la Casa Blanca. Y, de esa manera, su interpelación pareció estar fuera de contexto. La referencia a los regímenes de Castro, Ortega y Maduro tuvo un destino local, a pesar de basarse en un escenario internacional.
El problema en la distorsión de la agenda nacional-internacional del presidente argentino no radica en la provocación a Estados Unidos. Argentina es un país soberano que tiene derecho a plantear sus intereses. Y, de hecho, no es la primera vez que la diplomacia argentina enfrenta a la estadounidense. La historia ofrece mucha evidencia al respecto.
Fueron los diplomáticos de la Generación del 80, cuya figura más trascendente fue Julio Argentino Roca, la que se opuso a Washington en las Cumbre Panamericanas de las últimas décadas del siglo diecinueve y primeras del siglo veinte. Luego sería la diplomacia de Hipólito Yrigoyen la que plantearía una nueva disputa a Estados Unidos, cuando cuestionó la presión norteamericana de participar de la Primera Guerra Mundial. Y, más tarde, sería la diplomacia de Perón la que terminaría de instalar el mayor encono hacia la injerencia de la Casa Blanca, con aquella famosa síntesis de “Braden o Perón”.
Pero en aquellas instancias previas de la tensa relación Buenos Aires-Washington, la decisión argentina no podía tener efectos nocivos. Durante los años del modelo agroexportador, la economía local estaba inserta en un sistema comercial cuyo principal socio era Europa. Y, tras la Segunda Guerra Mundial, el peronismo inició una etapa de sustitución de importaciones que se fundamentó en el mercado interno. En ambos casos, la respuesta de los Estados Unidos al planteo argentino no podía tener impacto en la economía local.
El reto de la Casa Rosada a la Casa Blanca, en cambio, parece ser ahora mucho más osado que en estos antecedentes. Por caso, el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, cuyas metas son difíciles de cumplir para Argentina, depende de un respaldo clave por parte de los Estados Unidos.
La invocación a Cuba, Nicaragua y Venezuela interpeló al Instituto Patria.
De acuerdo a la liturgia oficial, las Cumbres de las Américas reúnen a los Jefes de Estado y de Gobierno de los Estados Miembros del Hemisferio para debatir sobre aspectos políticos compartidos, afirmar valores comunes y comprometerse a acciones concertadas a nivel nacional y regional con el fin de hacer frente a desafíos presentes y futuros que enfrentan los países de las Américas. Pero, en los hechos, se trata de un foro hemisférico de indiscutible hegemonía estadounidense: las Cumbres de las Américas nacieron a mediados de los noventa, en el marco del Consenso de Washington y de la nueva era posguerra fría que anunciaba la supremacía internacional de Estados Unidos en todo el mundo. La influencia estadounidense se planteó a través de una dicotomía basada en la democracia liberal y el libre comercio.
Incluso en ese marco, los ejemplos más recientes de rivalidad entre gobiernos argentinos y estadounidenses tampoco favorecen a Alberto Fernández. La polémica con Estados Unidos que pretendió iniciar líder del Frente de Todos parece hoy ser más desmedida que la que inició Néstor Kirchner en la única cumbre de este foro celebrada en Argentina en 2005. La idea de montar una cumbre paralela a la estadounidense es algo más arriesgado ahora de lo que había protagonizado el propio Kirchner en la recordada Cumbre del No Al Alca, que tuvo su epicentro en el estado de Mar del Plata, a pocos metros de donde se hospedaba George Bush.
Los escenarios son muy distintos: ya no están Chávez, ni Tabaré Vázquez, ni Lula. Y aunque el brasileño puede volver al poder de su país, el escenario es otro: aquella cumbre de Mar del Plata logró contener el deseo de Estados Unidos de implementar un área de libre comercio que beneficiaría a empresas estadounidenses sin rebajar subsidios agrícolas, en los que las economías sudamericanas presentaban ventajas. El duelo con Estados Unidos tuvo entonces un beneficio claro para la Argentina.
Ahora, en cambio, el embate contra Estados Unidos se basa en la defensa de gobiernos que no defienden valores democráticos ni respetan estándares básicos en la defensa de los derechos humanos. Así, lo que queda, es tan solo una imagen invertida de la Argentina.