ECONOMIA

El nuevo trabajo, el nuevo ocio y la nueva “sociedad del cansancio”

¿Y si esta tendencia del teletrabajo y ser tu propio jefe es en realidad una trampa? Muchos estudios ya vienen advirtiendo que trabajar desde casa está resultando en una carga laboral y psicológica todavía más pesada que la que se generaba en la oficina. “La hiperactividad -dice la autora de este artículo citando al filósofo surcoreano Byung-Chul Han- nos quitó algo de lo más valioso, que es el tiempo de contemplación”. Bienvenidos al mundo del exceso de positividad, podría decir el propio Han, a quien muchos consideran un verdadero provocador. Nacido en Seúl pero residente desde hace años en Alemania, el pensador ataca sin piedad a muchos de los conceptos más comunes en estos tiempos de postpandemia, en especial el exceso de optimismo que se puede ver fácilmente detrás de los análisis de fenómenos como la Gran Renuncia y el auge de los empleos remotos o híbridos.

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Sociedad del cansancio | TIMON STUDLER

Para Byung-Chul Han, la típica sociedad foucaultiana que nos disciplinaba quedó devorada por el crecimiento de la sociedad tardomorderna y dio lugar al surgimiento de un sujeto del rendimiento. El filósofo surcoreano, de quien algunas ideas adquirieron mayor relevancia este último tiempo a partir de las crecientes crisis políticas y económicas que afloran en el mundo, plantea que la hiperactividad nos quitó algo de lo más valioso, que es el tiempo de contemplación, dando origen así a la violencia neuronal.

El sujeto que antes era controlado por la familia, la escuela y la cárcel, plantea Han, ahora es controlado por sí mismo: la violencia neuronal es sistémica y se impregna en nuestra cotidianidad, en nuestros hábitos más comunes. Y el cuerpo, diseñado para crear anticuerpos frente a cualquier virus de índole bacterial, no está preparado para defenderse de las patologías neuronales.

Escrito en 2010, el ensayo cita y refuta algunos autores y autoras del campo filosófico, entre ellos Foucault, Arendt y Nietzsche y Agamben, más cercano en el tiempo. Uno de los mayores descubrimientos que hace el autor es la caracterización del componente central en los tiempos posteriores a los dosmiles: el exceso de positividad.

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El exceso de positividad, desafía Han, genera sujetos fracasados y depresivos que enfrentan realidades políticas y económicas cada vez más duras

Esta idea central que recorre su obra, la del paso de la prohibición y negatividad a la habilitación y positividad, desemboca en la praxis en el nacimiento de patologías como el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), la depresión, el trastorno límite de la personalidad (TLP), el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) y el burnout o el “síndrome del trabajador quemado”. Ya no se trata simplemente de la categoría “violencia neuronal” sino de una red de acción concreta, sobre la que intervienen diferentes campos profesionales, mercados y ciencias, como son los laboratorios y los médicos especializados, como parte de un nuevo formato de socialización.

La salud mental, incluida hoy como tema central en planes de gobiernos de la región como por ejemplo el de Honduras de Xiomara Castro, logra alcanzar más protagonismo entre las preocupaciones y prioridades de las vidas luego de la pandemia. “Estoy quemado”, naturalizamos decir.

Si bien el autor escribió antes del suceso global epidémico, los neoliberalismos de contraoleada le dieron un nuevo sentido a la dialéctica amo-esclavo transformándola ahora en un solo sujeto todopoderoso. Sé tu propio jefe. Han dice: el mundo nos grita “podés hacer todo lo que quieras”. Entonces, ese exceso de positividad es el que genera sujetos fracasados y depresivos que enfrentan realidades políticas, culturales y económicas cada vez más duras y menos posibilitadoras.

En la sociedad que describe Han, “lo que enferma no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendimiento, como nuevo mandato de la sociedad del trabajo tardomoderna”.

No es más que eso: se profundiza un sistema mundo que convirtió a la libertad en una paradoja, en donde los límites, las fronteras y lo extraño se entrelaza con lo idéntico, lo saturado y lo viral para darle forma a nuevos procesos sociales y, por ende, políticos. “Las enfermedades psíquicas de la sociedad del rendimiento constituyen precisamente las manifestaciones patológicas de esta libertad paradójica”.

Mientras que las sociedades disciplinarias se encargaron de construir muros, las sociedades del rendimiento crean sujetos que cargan con los muros sobre sus propios hombros. ¿Acaso hubo otro momento político cercano en donde estuviese en agenda en tantas legislaciones del mundo la reducción de la jornada laboral? “Que un paradigma sea de forma expresa elevado a objeto de reflexión es a menudo una señal de su hundimiento”, nos diría Han.

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COSTOS. Están cada vez más a la vista las consecuencias del constante aliento a la hiperactividad. Algunos lo llaman “burnout”. FOTO: Andrea Piacquadio.

El filósofo oriental le discute a las nuevas condiciones laborales que surgieron entre los ‘90 y los ‘2000, condiciones que se pauperizaron luego del aislamiento. ¿Cuáles son las reglas para los trabajadores hoy? ¿Quién las pone y quién las cumple? Es su punto de partida, el camino y la llegada. A partir de una clásica influencia griega, Han cree que el tiempo de ocio, ese que nos permite reconectarnos con lo más profundo de nosotros mismos, está roto.

Fuimos reducidos a comportamientos netamente vitales y no por negativas ni prohibiciones sino por exceso de positividad, esa misma positividad que, con hermosas frases hechas y consignas cerradas que apelan a la felicidad y la armonía individual, habilitan un campo de sentido para que sean las personas las culpables de sus propias miserias, sin importar nada más.

“El explotador es al mismo tiempo el explotado, es a la vez criminal y víctima, señor y vasallo. El sistema capitalista, para acelerarse, conmuta la explotación externa por la autoexplotación”. Es interesante pensar cuál es el escenario que atraviesa la organización del trabajador como sujeto político y de derechos frente a esta paradoja de la libertad, ya que sólo una profunda pelea por las condiciones laborales puede habilitar una verdadera pelea por la redistribución.

El trabajador ya no puede pelear por sus condiciones laborales cuando su pelea es por la supervivencia: “la preocupación por la buena vida, que implica también una convivencia exitosa, cede progresivamente a una preocupación por la supervivencia”, dice el autor. El famoso día a día, ese que se respira en las colas de los supermercados, en las filas de los cajeros o a la salida de algún bar. Importa lo urgente y lo urgente.

Al análisis, además del pensamiento situado que otorga las particularidades del contexto que atraviesa cada sociedad, en una región y bajo un signo político determinado, le agregaría la noción de tiempo y medida. Lo que sucede con la sociedad del rendimiento es que, eliminados todos los límites, con la violencia neuronal como síntoma, asignarle un carácter político al tiempo resulta imperante.

Resaltar que el tiempo de contemplación es un tiempo político es entenderlo, en última instancia, como a la producción en sí misma, porque sin ese tiempo todo lo demás será repetición de lo mismo. Han reconoce que, al suprimirse ese tiempo, no hay más que la saturación de lo idéntico.

Pero cuando las urgencias mandan, cuando solucionar lo inmediato resulta imposible, cuando el mercado te ofrece como solución convertirte en un millonario vendiendo cremas faciales, el debate volverá a buscar repolitizar aquello que se presenta como lo natural, como lo violento, que no es más que una nueva forma de dominación.

 

En sus propias palabras

Byung-Chul Han

Entrevistado a principios del 2019 por el diario español El Mundo, el filósofo surcoreano disparó a quemarropa: “El ocio se ha convertido en un insufrible no hacer nada”, apuntó durante la conversación. 

“El estrés, que cada vez es mayor, ni siquiera hace posible un descanso reparador. Por eso sucede que mucha gente se pone enferma justamente durante su tiempo libre. Esta enfermedad se llama leisure sickness, enfermedad del ocio. El ocio se ha convertido en un insufrible no hacer nada, en una insoportable forma vacía del trabajo.

Incluso el juego ha sido absorbido hoy por el trabajo y el rendimiento. El trabajo se ludifica. Es decir, las ganas que todos tenemos de jugar se ponen al servicio del trabajo, que las explota y saca partido de ellas. Suponiendo que aún quede un entretenimiento al margen del trabajo, se ha degradado a una mera desconexión mental, que es cualquier cosa menos buen entretenimiento. Tenemos la tarea de liberar el juego del trabajo. La sociedad futura será una sociedad del juego.

Byung-Chul Han
PROVOCADOR. “El mundo se pierde en las capas profundas de las redes neuronales”, advierte el filósofo Byung-Chul Han.

A mediados de mayo del 2020, en plena pandemia de coronavirus, Han -nacido en Seúl en 1959- afirmó, durante una entrevista con la agencia Efe, que el virus “es un espejo, muestra en qué sociedad vivimos. Y vivimos en una sociedad de supervivencia que se basa en última instancia en el miedo a la muerte. Ahora sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de guerra permanente. Todas las fuerzas vitales se emplearán para prolongar la vida. En una sociedad de la supervivencia se pierde todo sentido de la buena vida. El placer también se sacrificará al propósito más elevado de la propia salud”.

Hablando de las restricciones de movimiento y transporte en Francia durante la pandemia, el filósofo señalaba que “los trenes suburbanos que conectan París con los suburbios están abarrotados” y que con el coronavirus “enferman y mueren los trabajadores pobres de origen inmigrante en las zonas periféricas de las grandes ciudades. Tienen que trabajar. El teletrabajo no se lo pueden permitir los cuidadores, los trabajadores de las fábricas, los que limpian, las vendedoras o los que recogen la basura. Los ricos, por su parte, se mudan a sus casas en el campo”.
En su reciente libro “No Cosas”, asegura que “la Revolución Industrial reforzó y expandió la esfera de de las cosas” y “nos alejaba de la naturaleza y la artesanía”. Y, ahora, “la digitalización acaba con el paradigma de las cosas. Supedita estas a la información. El hardware es soporte del software. Es secundario a la información”.

“En el mundo controlado por los algoritmos, el ser humano va perdiendo su capacidad de obrar por sí mismo, su autonomía. Se ve frente a un mundo que no es el suyo, que escapa a su comprensión. Se adapta a decisiones algorítmicas que no puede comprender. Los algoritmos son cajas negras. El mundo se pierde en las capas profundas de las redes neuronales, a las que el ser humano no tiene acceso”. 
 

Publicado originalmente en la revista Panamá