ECONOMIA

La cultura del trabajo, ¿cambio o pérdida?

Cuando una ciudadana que recibe planes sociales para subsistir aparece en televisión y se convierte en la “planera viral” afirmando que “la gente laburante no nos sirve”, el episodio va mucho más allá de un fenómeno de los medios o las redes sociales. Es un síntoma, aunque sea menor y frívolo, de la crisis del concepto de la “cultura del trabajo”, una idea que se mantuvo sólida durante décadas en la Argentina que mitificó a los inmigrantes que “hicieron la América” y que ahora parece completamente démodé. El autor de este artículo recorre algunos ejes de este debate que está marcando como nunca la realidad social y económica del país.

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HISTORIA. La cultura del trabajo, un concepto “sólido” durante décadas, está siendo ahora objeto de un moderno debate. | CEDOC PERFIL

Aterrizo en San Miguel de Tucumán, comenzamos a dialogar con el amable conductor que me traslada hacia Yerba Buena para dictar una capacitación. Y me dice que a unos 100 kilómetros de donde vamos tiene su casa de fin de semana, con orgullo me cuenta de su historia como camionero recorriendo las largas rutas del país, el transporte de innumerables productos, que se pudo comprar un camión y luego dos taxis. El progreso de una vida de esfuerzo y trabajo, me confiesa que no terminó la escuela. Me habla de su familia, con cuatro hijos donde todos aportan. Jubilado, el hombre sigue trabajando. Me relata el proceso de construcción de su casa de fin de semana, cómo fabricaron un quincho con el material de los silo bolsas, y dormían ahí para que no les roben los materiales que pagaron en cuotas. “Metimos un tarjetazo para que no me aumenten los precios”, sostiene, hábil para hacer frente a la actualidad inflacionaria. Relata que los hijos lo ayudaron, por supuesto, para construir la casa de fin de semana, pero que no lo quisieron acompañar con la idea de edificar dos cabañas para alquilar. “¿Para qué papá?, le dijeron. “Disfrutemos”, recuerda que le dijeron sus hijos. “Es otra generación -me explica resignado-, otra cabeza”.
Para entender un poco mejor estas escenas podemos acudir a los conceptos de Zygmunt Bauman, sociólogo, filósofo y ensayista polaco. Su obra es sin duda central, se trata de uno de los pensadores que mejor describe el cambio de época en relación a la cultura del trabajo. Bauman juega con el concepto de un pasado sólido estable. En resumen, lo que sostiene en su obra es que hemos dejado atrás la modernidad que se organiza a través de instituciones sólidas, como el matrimonio, el trabajo y la religión. 

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ASISTENCIA. La “planera viral” reactivó un debate que viene sacudiendo la economía global: ¿qué pasó con la cultura del trabajo?

 

En cambio, Bauman define a la actualidad como modernidad líquida, abraza la idea de que aquellos sólidos antes mencionados (matrimonio, trabajo, religión), se hicieron líquidos. El trabajo, e incluso el amor y la religión, ya no son para toda la vida. Bauman apunta en su libro “Modernidad líquida” sobre el divorcio actual entre el capital y el trabajo: es allí que las organizaciones “se quejan” de que no encuentran trabajadores y los trabajadores se angustian por no encontrar un lugar para trabajar. Es sin dudas uno de los impactos más fuertes de esta nueva realidad.

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El trabajo nos permite construir nuestra identidad, fundamentalmente a través de los otros: el trabajo es siempre colectivo

En “Mundo post Covid: La psicología del trabajo tras la pandemia”, sostengo que  el trabajo es el gran paraguas bajo el cual existe el mundo del empleo, pero no es la única manera. La mayoría de los textos “manageriales” se escriben desde el paradigma del empleo en una gran multinacional. Pero, aunque sabemos que es el paradigma dominante, está lejos de ser la realidad colectiva. Para muchos es un aspiracional, y para otros, no es el único destino deseable.

No es lo mismo trabajo que empleo, puesto que existen diferentes alternativas, como el emprendedurismo, el autoempleo, la informalidad, el libre ejercicio de los profesionales, el trabajo en las ONGs, el trabajo en organizaciones estatales, etcétera.

Sin dudas, esta “guerra” alrededor de quién es el “dueño” de la cultura del trabajo y quién no es ideológica y recién empieza

Volviendo a los que planteábamos sobre la actualidad, el divorcio del capital y el trabajo genera la volatilidad de los capitales, en función de las conveniencias. El mundo descripto como RUPT (por sus componentes en inglés, Rapid, Unpredictable, Paradoxical y Tangled) o, en español, RIPE (Rápido, Impredecible, Paradójico y Entrelazado) Se trata de un laberinto surcado de caminos, engañoso, confuso, azaroso y sorpresivo. Como sostiene Bauman, el trabajo perdió su valor central, ya no es más fuente de identidad y de proyectos vitales, ahora es “estético”, porque se lo mide en función de valor de diversión y entretenimiento. En la modernidad sólida, los trabajos más socialmente valorados eran los del médico, el abogado, el maestro, el intendente del pueblo y hasta el cura. En cambio, en la actualidad se trata de los trabajos de empresarios digitales, influencers, youtubers o futbolistas.

Con la incorporación de la tecnología también se le asesta un golpe al trabajo, ya que varios puestos desaparecen y con esto los contratos precarizados o la falta de contratos que quitan estabilidad al empleo y aumentan la incertidumbre.

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FUTURO. Jóvenes aspirantes participan de una feria de trabajos en Buenos Aires, con la ilusión de conseguir el primer empleo. FOTO: BUENOSAIRES.GOB.AR

 

El discurso del esfuerzo y el sacrificio en el trabajo perdió valor, estamos en un mundo de consumo, pareciera ser que lo importante es pegarla con alguna idea, un contacto o un carguito. El trabajador perdió la confianza en sí mismo, en los demás y en las instituciones.

En la modernidad sólida, el hombre y el capital componían un “matrimonio para toda la vida”. El trabajo era fuente de identidad y soporte del yo y el lugar de trabajo era para siempre, uno tenía la camiseta puesta y tatuada. Pero ese mundo terminó con las primeras privatizaciones en la Argentina menemista, con una multitud enviada al cuentapropismo, al trabajo independiente. El problema no es el emprendedorismo, que es una gran ventaja, el problema es que no todos tenemos las habilidades necesarias para ser emprendedores en un mundo como el que estamos viviendo, de transformaciones digitales, marketing, redes sociales, y varios etcéteras.

La nueva versión del concepto de la cultura del trabajo también es una fuente de angustia, resentimiento y frustración sobre una realidad que no mejora ni cambia

En este sentido, hay un preconcepto respecto de la pérdida en nuestra sociedad de la cultura del trabajo. A partir de ahí aparecen un sinnúmero de mensajes ideologizados que apuntan a los jóvenes que no quieren trabajar o bien aparecen imágenes en las redes sociales que se vinculan a “agarrar la pala” como chicana contra aquellos que no estarían dentro de los que tienen instalada la cultura del trabajo. En los últimos tiempos aparecen también otros conceptos como “los meritocráticos”, es decir aquellos que sostienen que el mérito es lo que importa, pero no importa desde dónde se parte. 

Y explota además, como hemos visto recientemente, la figura de “la planera”, la que se burla de los que trabajan y se pregunta para qué trabajan los que trabajan.

Sin dudas, esta “guerra” alrededor de quién es el “dueño” de la cultura del trabajo y quién no, es ideológica y recién empieza.

Mientras tanto en la calle se incrementa la desigualdad entre los que más tienen y los que menos tienen, y hasta suena démodé la frase de Juan Domingo Perón que decía que el trabajo dignifica, cuando una hora de hacer negocios vale más que 100 horas de trabajo.

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EDUCACIÓN. La universidad pública fue siempre uno de los principales motores y símbolos de la movilidad social en Argentina. FOTO: RICHIE DIESTERHEFT

 

El malestar en la “cooltura” del trabajo

La preocupación actual sobre la cultura de trabajo no es solamente por la abundancia de planes sociales para las personas que están por debajo de la línea de la pobreza sino también sobre aquellos jóvenes de la clase media o alta que tienen más posibilidades de elegir y -frente a la necesidad del esfuerzo- responden como el Bartleby de Melville: “preferiría no hacerlo”. muchos jóvenes, se puede apreciar cotidianamente, buscan el placer inmediato de un empleo “cool”.

El concepto de cultura del trabajo va mucho más allá de la lógica mercantil y tiene que ver con la identidad subjetiva, los vínculos interpersonales y hasta un nuevo modo de organización de la vida en general y los valores de la ciudadanía en particular.

Este intenso debate sobre las nuevas ideas alrededor de la cultura del trabajo no debería ser exclusivo de los medios de comunicación

El trabajo es una de las actividades humanas centrales: estructura la vida de las personas, ya que organiza desde nuestra rutina hasta nuestros ciclos vitales, y posibilita, desde la perspectiva freudiana, la sublimación. El trabajo favorece el desarrollo social e individual y es potencialmente una fuente de autoestima, generador de realización personal.

Sabemos que el trabajo nos posibilita construir nuestra identidad fundamentalmente a través de los otros –ya que siempre el trabajo es colectivo– y del reconocimiento que obtenemos en lo que hacemos. Dependiendo de la movilización subjetiva, en el trabajo se pondrá en juego nuestra salud emocional a partir de la posibilidad de crear y de modificar la realidad, apropiándonos de nuestros actos de un modo activo y crítico. Nuestra salud psíquica en el trabajo se encuentra vinculada con la posibilidad de modificar la realidad que nos rodea y con las acciones que realizamos. El trabajo –desde nuestra perspectiva– excede a la mera obtención del dinero. Es una actividad que nos transforma mientras transformamos la realidad sobre la que operamos, y, en ese sentido, es una fuente de satisfacción.

Sabemos también que el trabajo es fuente de malestar. Sigmund Freud sostiene en “El malestar en la cultura” (1930) lo siguiente: “Ninguna otra técnica de conducción de la vida liga al individuo tan firmemente a la realidad como la insistencia en el trabajo, que al menos lo inserta en forma segura en un fragmento de la realidad, a saber, la comunidad humana. La posibilidad de desplazar sobre el trabajo profesional, y sobre los vínculos humanos que con él se enlazan, una considerable medida de los componentes libidinosos, narcisistas, agresivos y hasta eróticos, le confiere un valor que no le va en zaga a su carácter indispensable para afianzar y justificar la vida en sociedad.

La actividad profesional brinda una satisfacción particular cuando ha sido elegida libremente, o sea, cuan do permite volver utilizables mediante sublimación inclinaciones existentes, mociones pulsionales proseguidas o reforzadas constitucionalmente. No obstante, el trabajo es poco apreciado, como vía hacia la felicidad por los seres humanos. Uno no se esfuerza hacia él como hacia las otras posibilidades de satisfacción. La gran mayoría de los seres humanos solo trabajan forzados a ello, y de esta natural aversión de los hombres al trabajo derivan los más difíciles problemas sociales”. Es decir que la cultura de trabajo ya estaba cuestionada en el siglo pasado.

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MODERNIDAD. Con las constantes revoluciones tecnológicas en las fábricas, se renueva también el concepto de trabajo. FOTO: CGTOFICIAL.ORG

Cultura o culturas de trabajo

Podemos pensar que no hay una sola cultura del trabajo, sino que hay varias. Los sujetos a través de su actividad llevan a cabo un trabajo que impacta sobre la cultura y a la vez son impactados por esa realidad cultural, que los ubica en una posición social determinada por esa sociedad en particular. A modo de ejemplo, no es lo mismo ser político en la actualidad que en el siglo pasado o docente hoy en la Ciudad de Buenos Aires que en alguna escuela rural de las tantas que hay en nuestro país. Ni tampoco médico en la actualidad que en plena pandemia. O el trabajo no remunerado de las amas de casa. Es por esto que el análisis de la cultura del trabajo no es un todo absoluto, sino que debe tener en cuenta no solo los procesos económicos sino también la producción de significados sociales ideológicos y hasta subjetivos.

El debate sobre la cultura del trabajo no es exclusivo de los medios de comunicación: los investigadores, desde las ciencias sociales, se ocupan del tema.

¿La cultura del trabajo murió?

Esta afirmación en tono nietzscheano se debe a que siempre que se habla de la cultura de trabajo aparece en el discurso social algo parecido a una ausencia: una carencia tradicional, un valor faltante, un bien preciado y perdido por las nuevas generaciones, por los pobres o por los migrantes. En el debate público se manifiesta permanentemente como acusación sobre otro (agente o actor social) u otros: los empresarios sobre los trabajadores, los trabajadores no sindicalizados sobre los trabajadores sindicalizados y los sindicalistas, los trabajadores con seguridad social sobre los trabajadores precarizados, los trabajadores precarizados sobre los beneficiarios de políticas sociales, los beneficiarios de políticas sociales sobre otros beneficiarios de políticas sociales. Y, por último, todos sobre los políticos de profesión. 

Acusaciones cruzadas y afirmaciones de que todo tiempo pasado fue mejor en relación a la cultura del trabajo no hacen más que complicar este panorama. Las historias épicas de los abuelos que venían de Europa a hacer la América con una mano atrás y otra adelante ya tiene más de un siglo. No obstante, se escucha hoy a los herederos de esos abuelos hablar desde un lugar de privilegio en relación a quién es el “dueño” de la cultura del trabajo, una posición forjada a sangre sudor y lagrimas... pero no por ellos.

Por cierto, no hay que olvidad un asunto mayor: a diferencia de lo que pasaba con nuestros abuelos, hoy la cultura del trabajo no garantiza la movilidad social ascendente que había en el pasado.

En mi caso, soy nieto de un inmigrante sirio que llegó en los años 20 desde Alepo, sin saber hablar español y construyó una familia de cuatro hijos, sin lujos. Su hija, mi madre, trabajó desde los 12 años, posibilitando que yo sea un profesional universitario egresado de la universidad pública. Sin embargo es frecuente escuchar en mi círculo social, la afirmación “estoy  económicamente peor que mis padres a mi edad”, dando por finalizada la etapa del ascenso social.

Cuando hablamos de movilidad social nos referimos a los movimientos de una persona en su realidad socioeconómica y la posibilidad que tienen para subir o bajar de posición en la escala de bienestar socioeconómico. La escasez de movilidad social ascendente en una sociedad achica las posibilidades de que las personas mejoren su actualidad socioeconómica, independientemente de la capacidad de la persona.  

Es decir, que el devenir de los sujetos en términos generales estará predeterminado por la clase social de sus padres, imposibilitando el progreso. Una país que tiene movilidad social ascendente posibilita el crecimiento y desarrollo de sus ciudadanos, y la chance de progresar como sucedía en el pasado, más allá de las conexiones, los vínculos o, como se suele decir, “los contactos”.

En la sociedades actuales, y en particular en la nuestra, esos “contactos” son más potentes que las capacidades y el talento, y esa es una de las razones que impactan negativamente en la idea de la cultura del trabajo tal como la veníamos conociendo. 

¿Para qué esforzarse si eso no va a cambiar nada de la realidad socioeconómica? ¿Para qué estudiar? ¿Para qué trabajar? Si ya los dados están tirados en función de la cuna donde nacemos. 

Esta nueva versión de la concepción de la cultura del trabajo es también una fuente de angustia, resentimiento y frustración sobre una realidad que no va a mejorar ni a cambiar. ¿Les suena conocido?

*Diego Quindimil es psicólogo, speaker y profesor de la UBA, la UTDT y la UMAI. Dirige la consultora Contenido Humano. Es autor del libro “Mundo Post Covid: La psicología del trabajo tras la pandemia”, de Ediciones Granica. Ig: @contenidohumano