Vivimos en una sociedad que, sin importar cuál sea el tema, siempre tiene posiciones antagonistas. Desde cosas de todos los días como River o Boca, cuarentena sí o no; hasta cuestiones de base como público o privado, industria nacional o importaciones. Me quiero detener en estas últimas disputas por que me va a permitir vincular a todo el resto.
La industria es sin duda el sector que promueve el desarrollo de un país y sienta las bases para el crecimiento sostenible. La industria no es importante sólo por su alto valor agregado bruto (VAB), sino también por el efecto arrastre que tiene sobre los demás sectores. El sector industrial es el que más consumos intermedios genera por cada unidad de producción, en otras palabras, la industria agrega valor no sólo por su propia actividad sino también a través de los demás sectores.
Si seguimos indagando, nos encontramos que la relevancia del sector, también se debe al gran número de empleos de alta calidad que genera. El empleo industrial, se caracteriza por estar muy por encima de la media del resto de los sectores que contribuyen al PBI, en cuanto a estabilidad laboral y gastos en formación.
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No me quiero olvidar que, además de lo antes mencionado, el sector industrial ha sido históricamente el mayor impulsor de la economía del conocimiento. Es indispensable vincular a la ciencia, a la industria y a la tecnología en un modelo de país con pretensiones serias de crecimiento sostenible a largo plazo.
Hoy en día la industria argentina se encuentra atravesando una crisis que ocasiona un alto impacto a nivel país. Sin embargo, no todo está perdido, la industria aún no ha muerto, hay una luz al final del túnel. Ese destello viene desde al sur del país, desde la Patagonia, más precisamente desde la provincia de Neuquén. Vaca Muerta es la respuesta para retomar de manera consistente el sendero del crecimiento.
Misteriosamente, las necesidades de ambas partes son las mismas. Para el desarrollo necesitamos estabilidad macroeconómica, acceso a financiamiento y una reforma impositiva que promueva la creación de industrias de valor agregado y nuevos puestos de empleos. Viendo estas necesidades es imposible no pensar en el estado como un jugador indispensable.
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La industrialización es posible, para esto es necesario fijar las bases y políticas de los próximos años. Las empresas petroleras, el gobierno y la industria, deben sentarse en una mesa y diagramar un programa que sea consistente a través de los años y por sobre todo, de los gobiernos. Logrado esto podremos entrar en un círculo virtuoso, donde los industriales argentinos, con un panorama claro puedan invertir en sus empresas y en el desarrollo de sus tecnologías.
Las empresas productoras, serán beneficiadas con soluciones tecnológicas que las ayuden a mejorar su productividad, logrando proveer al mercado combustibles a precios competitivos y exportando el gas excedente proveniente de los pozos no convencionales. La productividad de la industria alimentará la productividad de las empresas petroleras y viceversa.
Las ganancias no serán sólo para los privados. El estado será beneficiado con ingreso de divisas proveniente tanto de las exportaciones primarias, como de las nuevas tecnologías generadas. Se crearán aún más y mejores puestos de trabajo, procedentes de las nuevas industrias que a su vez traerán un crecimiento de la recaudación impositiva.
Los argentinos nos merecemos de una vez por todas, un plan industrial que nos ponga aún más orgullosos. Que permita sentar las bases del crecimiento sostenible, que hace muchos años nos es esquivo. Para que esto suceda es importante que los cimientos sean firmes y por lo tanto es indispensable que los intereses de las partes se alineen en pos del bien común. Parece una utopía, pero existen casos donde esto ha funcionado, así que déjenme soñar con una Argentina industrial y próspera.
* Vocero de Expo CAPIPE VIRTUAL 2020 y Miembro de CAPIPE, Cámara Argentina de Proveedores de la Industria Petro-Energética