Cambiemos encara la segunda mitad de su mandato con licencia para gobernar. La elección de medio término deja dos mensajes claros: i) las urnas han apoyado la gestión y propuestas del oficialismo. ii) La oposición profundizará sus divisiones. Macri cuenta con margen político de maniobra para implementar sus reformas económicas.
Mientras tanto, tiene desafíos de corto plazo asociados a la sustentabilidad macroeconómica, y de mediano plazo vinculados a la agenda de desarrollo. El primero se deriva de su objetivo explicito: bajar la inflación. Pero los resultados en este frente no están llegando. La inflación core no perfora el 1,5% mensual cuando todavía resta digerir el impacto de la suba de tarifas de servicios públicos y la desregulación de la energía. En este sentido, hace tiempo que vengo señalando que las metas de inflación trazadas por el BCRA han sido muy ambiciosas. Sin embargo, moverlas no es una opción. Es momento de migrar de un enfoque restringido a la política monetaria a uno más amplio, que implique sumar más instrumentos y coordinar los distintos brazos de la política económica. La tasa de interés no pueden ser la única herramienta. Se deben sumar la política fiscal, de ingresos, la energética y la comercial. Defensa de la competencia debería tomar un rol más activo.
Un aspecto que me preocupa especialmente es la vulnerabilidad externa de un modelo cuyo déficit de cuenta corriente ya supera el 4% del PBI. El gobierno debería pensar en mecanismos protectivos para una eventual reversión del apetito por riesgo. Lo peor que puede pasar en este contexto es que las tasas de interés en los Estados Unidos suban a un ritmo más acelerado que el proyectado. Si bien no es un escenario probable en el mediano plazo, es necesario trabajar en mecanismos para reducir la fragilidad externa. Entre ellos se destaca la acumulación de reservas, quizás a un ritmo más acelerado que el actual, generando una presión al alza en el tipo de cambio y acumulando divisas para intervenir ante un shock externo. Un buen ejemplo es la creación de una suerte de fondo anti cíclico al estilo chileno.
En suma, el desafío de corto plazo es bajar la inflación coordinadamente en un contexto de desregulación y ajuste de precios relativos, mientras la economía se prepara para una eventual reversión de los flujos de capitales.
En la mirada estructural la Argentina tiene el desafío de volverse más competitiva, porque sin eficiencia es imposible pensar en una economía plenamente integrada al mundo. Y para ello el gobierno cuenta con una ventana de oportunidad de un año hasta que la agenda política vuelva a dominar el tablero de trabajo. En este sentido, como las ganancias de competitividad no pueden estar asociadas a una baja del salario, los ejes de trabajo son tres: la reforma fiscal, laboral y previsional. En el primer capítulo, la baja del gasto traerá presión sobre la obra pública, por lo que el Estado Nacional deberá dejar de actuar como fuente de financiación y pasar a tener un rol “patrocinante” a través de distintas herramientas entre las que se destacan los Acuerdos Público Privados. La reforma laboral y previsional probablemente difieran significativamente de la experiencia brasileña. El gobierno deberá elegir un camino consensuado que implique avances graduales. El desafío es instalar la necesidad de una cruzada en pos de la productividad, cuyas batallas se libran en distintos campos que van desde los costos de logística hasta la seguridad jurídica. Lejos de ser un problema puntual, esta cruzada debe interpelar a toda la sociedad. En definitiva el llamado costo argentino no es otra cosa que la magnitud de nuestra ineficiencia.