La inflación es una variable transcendente, ya que afecta el funcionamiento económico en todos los terrenos y erosiona todos los ámbitos en la vida de una nación. Si bien existen funcionarios directamente involucrados en su gestión y control, nadie en la gestión pública está exento de responsabilidad, incluso el comportamiento del empresariado en su conjunto y la población influyen en muy diversas maneras.
La fenomenología de la inflación es compleja; cuando aparecen los síntomas o no se logran resultados la creatividad de los funcionarios es inagotable en la ya insana búsqueda de explicaciones, que lejos de ser generativas son justificaciones y actúan anestésicamente para inducir a la resignación de una crónica de estallido anunciado. Dejemos a ciencias como la psicología, psiquiatría o las neurociencias la caracterización de esta insania, de esta especie de perversidad a cuyos efectos ya estamos acostumbrados, casi no nos preguntamos por ellos, lo vivimos en transparencia, como algo normal desde hace más ya de medio siglo en Argentina.
Siempre está de moda en la construcción de justificaciones –hoy más que nunca– que la inflación forma parte de un fenómeno global; sin embargo, lo que pasa en el mundo y lo que pasa en Argentina es diferente, ya que en nuestro país –sin desconocer influencias– existen factores estructurales de marca propia, compartiendo, quizá, algunas características con muy pocos países en el mundo.
Mundo. Lo que ocurre actualmente en el mundo es una sucesión de varios acontecimientos que han generado una presión alcista sobre los precios de los bienes y servicios. Influyen, el impacto de los desajustes en las cadenas de producción por el efecto de los confinamientos derivados del covid-19; también, el movimiento que vino a denominarse la great resignation, renuncias, masivas e inéditas, de empleados como en Estados Unidos y el Reino Unido, con impacto al alza en los salarios. Asimismo, no escapan los problemas de producción de semiconductores en Taiwán, que ha ralentizado el proceso de producción en los sectores de equipos de computación y, particularmente, en el de producción de automóviles. Como consecuencia, hay que tener en cuenta que a nivel global se produjo una fuerte subida de los precios de la energía –gas y petróleo– en un contexto prebélico y de recuperación de la demanda. Como remate a todos estos acontecimientos es absolutamente insoslayable reparar en la invasión de Ucrania por parte de Rusia; por la propia guerra y por las sanciones impuestas a Rusia, los precios energéticos se han disparado, y también está subiendo el precio de un conjunto de materias primas en cuya producción los dos países en conflicto tienen una participación relevante.
Argentina. Que todos estos son vectores influyentes, no queda duda alguna, sin embargo, buscar en ellos justificaciones tranquilizadoras es poner una cortina de humo sobre los verdaderos factores endógenos, ya enquistados, y habiendo generado en más de cincuenta años una estructura sólo observable en muy pocos países del globo. Esto hace hablar de la “inflación del tipo argentino”, un género macroeconómico estudiado en muchos laboratorios y universidades del mundo, una inflación que viene desgastando al país y a los argentinos décadas tras décadas y ha crecido a un ritmo inédito en los últimos treinta años. Es hoy, Argentina, el segundo país de América Latina con mayor aumento de precios, sólo precedido por Venezuela; el Índice de Precios al Consumidor –según el Indec– avanzó un 7% en agosto respecto a julio y bajó a más de un 6% en septiembre, con lo cual ya no escapará a nuestro pronóstico un indicador anual de tres dígitos hacia el final del año. En lo que va del ejercicio, los precios aumentaron más del 56% y el salto interanual está próximo al 80%, el más alto desde 1991.
Argentina se encuentra entre los diez países que mayor inflación interanual tuvieron en lo que va del año y el sexto país en el ranking de inflación. La expectativa del mercado, según el relevamiento que realiza el Banco Central, coherente con lo que decimos arriba, ubica a la suba de precios para fin de año en torno al 100%.
Si comparamos con las naciones que poseen datos contrastables –sin dejar de advertir sobre un margen de error, aunque poco considerable–, Argentina quedó muy cerca de Turquía, el último de los cinco con mayor inflación. En este orden, lideramos el ranking con Zimbabwe, con mayor inflación del mundo: 280% interanual. Luego, encontramos al Líbano donde sus precios en septiembre mostraron un ritmo de suba interanual de 162%. Sigue Venezuela con una inflación que en septiembre se ubicó en el 157% interanual. A continuación, Sudán, con una inflación que en agosto registró un 117%. Como ya mencionamos muy cerca de Argentina, está Turquía, con una inflación del 83,5%.
Causas. Las explicaciones tranquilizadoras tienden a focalizarse en una sola causa y en realidad –según podemos observar en una mirada más profunda– se trata de un fenómeno que no tiene únicamente un origen monetario y de demanda, o solamente de costos, es multicausal. De esta manera, son muchos y de variada naturaleza los factores endógenos que conforman y dan vida a una estructura inflacionaria que padece el país y los argentinos. No podemos referirnos por una cuestión de espacio a todos; sin embargo, haremos hincapié en cuatro que consideramos relevantes: cuánto tiene que ver la gestión, cómo afecta a la población, el tema del dólar y –no menor– la cuestión de la productividad:
◆ Sobre la gestión, ya no escapa a ningún argentino la incapacidad de administrar la cosa pública con eficacia, lo que es parte del núcleo de la cultura de la clase política argentina y que hace que se prefiera anteponer a los intereses de la gente las mezquindades particulares, sumado a la falta de profesionalismo, de comunicación efectiva, la ausencia de consenso y de un timing adecuado. Este combo fue lo que precipitó la renuncia de Martín Guzmán al frente del Ministerio de Economía, su reemplazo por Silvina Batakis durante menos de un mes y la posterior asunción de Sergio Massa generando, como no podía esperarse otra cosa, una enorme inestabilidad política que se vio reflejada en una significativa devaluación del peso y en importantes aumentos de precios tanto en julio como en lo que va del año.
◆ Cómo impacta en la población: en este sentido, esta patología estructural, si bien se presenta como un “círculo vicioso” que afecta a todos por igual, en realidad le permite a los grandes empresarios mejorar sus ganancias, puesto que son los que más fuerza tienen para imponer los precios por sobre el resto de los ciudadanos, que corren detrás de la inflación en la actualización de salarios y jubilaciones, siendo incluso, el sector informal el que, por sus propias condiciones y debilidad, es el que más pierde en su capacidad de compra y seguridad financiera.
◆ Sobre el rol del tipo de cambio; es decir, el valor del dólar en términos de pesos, sirve para encontrar, a su vez, otro punto de partida en la comprensión de la “Inflación del tipo argentino”. El tipo de cambio nos revela los desequilibrios estructurales de una economía escasamente autónoma, que, si bien mantiene un andamiaje industrial considerable, desde los años 70 y, muy especialmente, de los 90 se aprecia cada vez más desarticulada y con una productividad rezagada en términos internacionales. Esta causa estructural se liga a la trayectoria monetaria del país, cuya moneda perdió casi todas las funciones del dinero (en especial la de reserva de valor), que son cumplidas por el dólar. Esta especie de “bimonetarismo a la pash”, que lleva a que los bienes inmuebles se coticen en dólares o el ahorro se busque hacerlo en esa moneda y no en pesos, se fue produciendo al calor de sucesivos episodios de crisis de cuentas externas y fiscales, que desde mediados de los años 70 se hicieron cada vez más agudas bajo el estrangulamiento de la deuda (pública y mayormente externa) y la salida de capitales.
◆ En cuarto lugar, íntimamente vinculado al tema anterior, vemos que los problemas de baja productividad del conjunto de la economía argentina se profundizan por la débil acumulación de capital (la formación bruta de capital fijo, lo que se refiere a la inversión y mide el valor de los activos fijos adquiridos o producidos en el país en un período, es un 14% del PBI, por debajo de los niveles de la región del 17% y del 21% de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Lo que ocurre es que los recursos, en vez de destinarse a la inversión que aumente la capacidad productiva y la infraestructura de transporte y comercialización, en su mayor volumen se retiran del país. La fuga de capitales es el destino desde finales de los 70 hasta la actualidad de un porcentaje considerable de la masa de ganancias producidas por las empresas argentinas. La débil inversión es una limitante para el incremento sostenido de la producción, cuando la demanda mantiene un fuerte ritmo de crecimiento. Esto es lo que ocurrió durante los primeros años de los gobiernos kirchneristas por el ciclo económico internacional favorable –que no aprovecharon– y la devaluación durante el gobierno de Duhalde. En esos momentos la baja inversión contribuye a la inercia inflacionaria y, por otra parte, el comportamiento, sobre todo el ligado a la fuga de capitales en momentos de escasez de reservas en el Banco Central, conspira para precipitar la devaluación con los efectos que todos conocemos sobre la inflación.
Medidas. Durante el gobierno de Cambiemos se puso en funcionamiento el mecanismo –tantas veces utilizado sin éxito– para absorber los pesos emitidos para comprar los dólares que luego ingresan al país para alimentar la bicicleta financiera, lo cual derivó en la “bomba” de las Lebacs. Los dólares que alimentaron el funcionamiento de la economía en esos años vinieron de inversores financieros, que supieron aprovechar el diferencial de las elevadas tasas de interés locales para incrementar sus ganancias en poco tiempo y luego cambiar a dólares. Los grandes beneficiarios fueron los bancos y los fondos de inversión, empero, cuando cayó la confianza se retiraron masivamente vendiendo las Lebacs (y otros títulos) a cambio de dólares y provocaron un abrupto salto del tipo de cambio, que, como toda devaluación, terminó retroalimentado la inercia inflacionaria.
Por ello, al momento de analizar qué medidas pueden poner un freno a la inflación, un requisito fundamental es que las mismas estén orientadas a atacar sus causas de manera integral. No obstante, vamos a poner intensidad en la que nos parece de arranque, mejorar y profesionalizar la gestión, de aquellos que son elegidos y se les paga para administrar de manera honesta y eficiente –¡qué dudas caben!–, pero también en los empresarios y en una mayor participación y control de la ciudadanía; en definitiva, compromiso y amor por el país; al decir de Aldous Huxley, “Cuando vemos indiferencia vemos una forma de pereza. Y cuando vemos pereza vemos una de las formas del desamor. Ninguna persona es negligente con lo que ama”.
*Director Académico y profesor en Universidad Blas Pascal.