Uno de los temas clave en criminología es poder comprender las causas y los impulsos que llevan a una persona a dilinquir. No solo para entender la lógica, sino para comprender las consecuencias de esos impulsos y detectar las causas, sino para saber si –para alguien que robó tanto como Daniel Rojo– es posible dejar alguna vez de robar.
Conversé con él para tratar de descifrar el misterio. Daniel Rojo, fue un mítico ladrón de más de quinientos bancos a lo largo de España. Luego de cumplir su última condena, se enamoró y formó una familia, pero sobre todo, pudo reinsertarse en la sociedad a través de diversos oficios. Fue guardaespaldas de Javier Calamaro o Leonel Messi entre otros famosos. Además, escribe: es autor de Gran golpe en la pequeña Andorra, La venganza de Tiburón, El secuestro de la Virgen negra, Confesiones de un gánster de Barcelona, El gran golpe del gánster de Barcelona, Mi vida en juego y el reciente Así salí del infierno de las drogas. Además, formó parte de elencos de series de TV y películas como Anacleto, el Agente secreto junto a Imanol Arias y Rossy de Palma.
“Cuando salí de la cárcel me puse a trabajar con artistas de asistente personal –dice–. Fue con artistas tanto en el ámbito de la literatura, actores, de la música, también había gente que se dedicaba a guiones y a hacer películas. Vi que cuando hablaba, ellos se quedaban con la boca abierta. Pensé que si ellos que se dedicaban al mundo del ocio, de escribir historias ficticias y se ganaban la vida. Ahí fue cuando empecé a pensar que tenía algo que contar. Así nacieron tres novelas.
—¿Cuál es el recuerdo más placentero que tenés de tu infancia?
—Unas vacaciones en las que fui a Burgos al norte de España, de donde era mi padre. Eran “vacaciones blancas”. Hacía mucho frío y nevaba. Siempre lo pasaba bien.
—Tus padres a qué se dedicaban? ¿Tenías hermanos?
—Mi madre era maestra, mi padre aunque no tenía estudios, era un empresario que le fue bastante bien en los años 60 y 70. Un tiempo en el que el que trabajaba y tenía dinero. Empezó a trabajar arreglando por decirlo de alguna forma, pero lo hizo tan bien que enseguida Sanizzu, una empresa grande e Ivelsa le dieron el servicio oficial. Pasó de ser un simple empleado autónomo a tener treinta personas a su cargo y trabajar para una multinacional. También tuve un hermano. Digo tuve, porque era mayor que yo, 18 meses, Alfredo. En el 96, cuando salí de la cárcel, se enfermó de leucemia y murió a los pocos meses.
—¿Cómo fue tu adolescencia? ¿Tenías amigos?
—Fue muy itinerante. No solo me trataba con los del colegio, también hacía muchas actividades con 11 años empecé a hacer escalada y espeleología. Me iba con un grupo a la montaña los fines de semana, pero también a la vez, iba a hockey sobre hielo donde entrenábamos y jugábamos entonces continuamente. A 13 años, aunque estaba prohibido, le tomaba la moto a mi hermano mayor. Lo hacía para comprar drogas. Me iba a la parte de El Gótico que es otra zona y tenía amigos exclusivamente para eso. Con mis amigos de hockey todos nos liamos un poco con las drogas, fuera alcohol sobre todo hachís y hongos y lo que era tripear, el LSD. Luego en la cárcel retomé amistad con uno de ellos. Teníamos veintipico de años.
—¿Qué tipo de modelo parental tuviste?
—Mis padres fueron un ejemplo en constancia y trabajo. Pasaron hambre y no habían tenido cultura. Eso era lo que deseaban para sus hijos lo que ellos no habían tenido, darnos una buena educación y comida, que es lo que ellos habían padecido. En aquel momento no existía la psicología infantil. No se preocupaban mucho de nuestros pensamientos, no fueron educados para eso.
—¿Cuándo fue la primera vez que robaste un banco?
—Había comenzado robando kioskos y farmacias durante seis meses o algo así. A partir de eso, a los 15, 16 cuando empecé con la cocaína vi que necesitaba más dinero. Me junté con una gente que tenía coche mayores que yo. Me comentaron que estaban haciendo bancos, y me ofrecieron participar con ellos. A modo de prueba, yo tenía que llevar un arma, la cual robé a un coche de cazadores. También encontré una escopeta y le recorté los cañones y la culata. En aquel momento era un arma potente. Lo sigue siendo ahora.
—¿Qué sensación tuviste antes y mientras lo hacías?
—Emoción. Porque iba a hacer un golpe de verdad con más gente que yo. Hasta ese momento había trabajado solo y luego muy contento: cuando lo hice y me llevé todo el dinero. Nada de remordimiento.
—¿A qué víctima recordás más y por qué?
—No podría generalizar, quizás algún hombre tapándose el reloj, alguna mujer cubriéndose el bolso antes de que yo perpetrara un banco. Pero no a nadie en especial. Yo robé más a las entidades que a personas.
—¿Qué delito es el que te causa más rechazo y por qué?
—Todos los relacionados con la violencia de género, sea a niños o mujeres me repudia. Lo mismo me ocurre con los delitos contra las personas más débiles o con los animales. También me repudia mucho el narcotráfico. Creo que es una lacra social. No me caen nada bien los narcotraficantes.
—Cumpliste una condena en la cárcel de Brians. Sé que tuviste de compañero a Alfredo Galán, el Asesino de la Baraja. ¿Qué te llamaba más la atención al observarlo?
—Sí que me acuerdo de cómo entró y de haberlo visto. Pero no “pasé patio” con él, no he paseado, no lo he visto como persona, no puedo decir: “Mira, éste era un asesino o no lo era”. Coincidimos en varias cárceles, pero siempre separados.
—¿Cuándo hacés el click y desistís del delito?
—Creo que fue por el 93. En el 91 me habían detenido por última vez. Creo que fue un cúmulo de circunstancias. Ya no era feliz, robando, con mujeres con coches. Lo hacía porque estaba muy enganchado y era mi única forma que sabía de vivir. A los dos años de estar en la cárcel ya había cambiado todo, era una cárcel reinsertiva, donde existía tratamiento y muchos programas de toxicomanía en los cuales estuve. Allí fue el chip de pensar que había que cambiar algo en mi vida si quería salir de esa condena tan larga. Llevaba 25 años viviendo bajo los efectos de las drogas y pensé: “vamos a ver si sé vivir sin drogas”, y sí, si se puede vivir y mira, hasta ahora llevo más de 20 años fuera de la cárcel y del delito y de las drogas y sigo.
—Sé que tenés una labor en las cárceles, vas a hablarle a los jóvenes sobre tu experiencia, para tratar de alejarlos del delito.
—Es una labor prosocial, para mí es una forma de ver la vida. Creo que soy una persona afortunada por haber vivido todo lo que he vivido y estar vivo. Creo que viví para estar muerto y no lo conseguí. Cuando empecé a escribir y, pues empecé a ser medianamente famoso, me llamaron de una cárcel en concreto, La Roca del Vallés donde había estado mis últimos 5 años. Para mí no resultó ningún problema, más bien todo lo contrario, me hizo mucha ilusión poder ir y poder explicar, porque la cárcel de La Roca se ha hecho para menores. En realidad, debo decir que no me gusta ir a cárceles de mayores, en otros países sí que voy a cárceles de mayores, como Uruguay y tal, pero aquí en Barcelona, en España o Cataluña visito cárceles de menores que es donde creo que uno puede dar un mensaje de esperanza, de que después de la droga y el delito hay vida y soy el ejemplo. Creo que ni psicólogos ni terapeutas les pueden dar ese mensaje que yo les doy que sí que hay una salida y la respuesta que recibo es brutal, en cada cárcel donde voy, es la afluencia masiva de internos. Hablamos de todo y yo pues la verdad que me lleno mucho, aunque ahora últimamente no solo voy a cárceles, creo que los jóvenes en sí es el futuro nuestro.
Difusión. Daniel Rojo es un personaje conocido en España, pero también estuvo en la Argentina para difundir sus libros. No solo se trata de una persona. Es un personaje, que pudo reconstruirse. Siente que tiene un mensaje por transmitir: “tanto en mi canal Youtube, por las redes sociales hablo mucho con ellos, he cogido un punto, tengo muchos fans seguidores bastante jóvenes, y bueno, lo único que intento es no enseñarles a ir por el buen camino, sino a marcarles que hay un camino –explica–, a marcarles y decirles que cada acción va a tener una consecuencia. No prohíbo las cosas, creo que en el prohibir no está la solución sino que les explico eso, las consecuencias de cada acto que van a tener. A partir de allí, luego está el libre albedrío de cada uno y que cada uno va a ser quién quiera ser y bueno, creo que con los mensajes de apoyo que recibo y cartas y creo que estoy más que pagado. Es una labor que hago sin cobrar. Uno los brinda porque cree que tiene que darlos. En mi caso doy mi ejemplo de vida, ahora pues en las redes sociales pues eso, ven que estoy sin fumar, sin fumar hachís, que cada día voy a hacer deporte, creo que ese ejemplo es el mejor, no el dicho sino el hecho”.
*Diplomada en Criminología y Criminalística. Especializada en Técnica de Perfilación Criminal.