ELOBSERVADOR
Diplomacia, causa y callejón sin salida

¿De qué hablamos los argentinos cuando hablamos de Malvinas?

Una pérdida sin duelo, los veteranos, los malvinenses y la memoria. ¡Tantos temas por hablar! Esta es la segunda parte de un ensayo sobre Malvinas, que recorre la identidad argentina, la política y la guerra.

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Qué se puede hacer, mientras tanto. Las decisiones que siguen, sólo podrían materializarse si quedara clara la existencia de un sentimiento público que pudiera contrarrestar el activismo nacionalista malvinero, una voluntad popular que pueda permitir iniciativas políticas valientes. De momento, no parece haber margen para eso, ni liderazgos políticos inclinados a estas iniciativas. Puedo dar al menos cuatro ejemplos de este tipo: a. restablecer el nombre histórico de la capital de las Malvinas, Puerto Stanley; b. suspender la celebración del 2 de abril como fecha de rememoración, y, en todo caso, establecer una fecha única de conmemoración por duelo, ligada a la historia del conflicto, que podría ser el 14 de junio (rendición militar argentina), y que recordaría a todos los caídos, los argentinos, británicos y malvinenses, manteniendo a su vez el homenaje a los veteranos ex combatientes; c. derogar los estatutos cartográficos legales y/o reglamentarios, aún vigentes, que exigen que todos los editores gubernamentales y privados incluyan el “territorio imaginario”, permitiendo que los editores cumplan con las disposiciones que corresponden a todo el territorio argentino, no especialmente a las islas. Y finalmente, d., dar lugar al debate que haría explícito cuán problemático y endeble es el actual reclamo constitucional argentino sobre las Malvinas.

Nosotros tenemos razón y ellos también. No está para nada claro que los argumentos históricos y jurídicos que la Argentina tiene a favor del reclamo de soberanía sean realmente superiores a los que presenta el Reino Unido. El estereotipo que tenemos los argentinos de los británicos es que, simplemente, son imperialistas, y que la presencia en las islas tiene por base la pura y desnuda fuerza; a muchísimos argentinos les sorprendería saber que existen estudios histórico jurídicos británicos del mismo modo en que existen en Argentina. Mientras tanto, y sin embargo, a lo largo de los años, se ha reforzado en la sociedad la creencia en que nuestros derechos son perfectos, y tal convicción ha sido abrazada por académicos, periodistas, políticos, publicistas, como un artículo de fe.

Existen algunos acontecimientos o procesos cuyos efectos, en lo que se refiere a la solidez de la posición argentina, nuestra diplomacia y nuestros gobiernos en general tienden muy fuertemente a desvalorizar, a considerar con displicencia. Ejemplos:

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a. el impacto político de la decisión de invadir militarmente las islas en 1982, violando el derecho internacional3; y a su vez el impacto político del resultado militar, la derrota;

b. los cambios en las corrientes internacionales en los que los encuadres jurídico territorialistas han sido desplazados en gran medida por orientaciones que realzan el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Se podría decir que, con el paso del tiempo, el valor político y eventualmente judicial de la resolución 2065 de la Asamblea General de ONU se ha visto menoscabado.

c. la intensidad del rechazo de los malvinenses hacia Argentina y los argentinos, que ha crecido enormemente desde la guerra, pero también el hecho de que los malvinenses han ganado fuerza relativa en el frente anglosajón en relación al gobierno británico, alcanzando casi un derecho (informal) de veto (probablemente ni unos ni otros, aunque por razones diferentes, ansíen la independencia formal en los próximos años, aunque los isleños agitan de vez en cuando esa bandera, mientras conservan a su favor el principio de autodeterminación, que luego de 1982 ha sido enfatizado fuertemente por el Foreign Office). Un punto alto de este proceso de ganancia de protagonismo malvinense es el referéndum de la década pasada (carece probablemente de valor jurídico, pero tiene un innegable valor político). Por fin, los malvinenses han incrementado la fuerza de su identidad y autoconfianza y han dejado atrás el tradicional estancamiento económico y social y el consabido decaimiento anímico. Con o sin referéndum, la animadversión contra los argentinos es profunda y prácticamente unánime (no me refiero a nada personal; para los malvinenses, los argentinos somos inimicus, colectivamente, lo que es compatible con el afecto personal en las raras situaciones de interacción; otro tanto sucede con la percepción, por parte de los argentinos, hacia los “kelpers” –término inapropiado debido a su carga despectiva). Lo peor que los argentinos podemos hacer al respecto es mostrar ansiedad, o decidir nosotros cuándo es tiempo de que nos consideren confiables. Pero para no mostrar ansiedad, se precisa, simplemente, no tenerla; no es posible fingir. Y la peor de las ansiedades argentina es, justamente, la de que los malvinenses nos consideren confiables de una buena vez, porque nosotros consideramos que ya hora de que lo hagan. Porque nosotros “siempre hemos sido pacíficos” (sic). Esta actitud se repite en infinidad de manifestaciones políticas, periodísticas, etc.

d. Desde los 80, la comunidad malvinense ha conocido un largo período de excepcional prosperidad, debido en parte a la mayor atención que le ha prestado Gran Bretaña, a los royalties de origen pesquero, al turismo y a cierta diversificación de las actividades económicas. Esa prosperidad ha convertido a las islas en un atractivo para la inmigración (invirtiendo la tendencia demográfica de largo plazo), y el incremento de la población ha transformado así a la comunidad malvinense en multicultural. Las mutaciones, luego de un larguísimo período de inmovilismo, han sido así muy rápidas: primero un despertar de la autoconfianza y la identidad, y luego el comienzo de una etapa de diversificación en los orígenes nacionales, étnicos y culturales4. Hasta donde sepamos, esto no está desatando tensiones serias. Pero si algo parece muy improbable es que los incentivos de esta comunidad diversa se estén organizando a favor de una reconsideración de las demandas argentinas.

Diplomacia multilateral. El marco diplomático multilateral (las Naciones Unidas, la Corte Internacional de Justicia, los organismos multilaterales) no es nada alentador para la Argentina y es esa, y ninguna otra, la razón por la que la diplomacia calificada se abstiene de llevar el caso sea a la Asamblea General buscando una opinión consultiva, sea intentando convencer a Gran Bretaña (no podría hacerlo sin ello) de presentarlo directamente ante la Corte Internacional.

Sucesos como el de Chagos, que suelen ser reiteradamente presentados como auspiciosos para que nuestro país obtenga resultados en cuanto a la soberanía, no lo son, dado que presentan diferencias demasiado grandes con la cuestión Malvinas (por ejemplo, las disposiciones o preferencias, en el caso de Chagos, de los grupos humanos involucrados, son sustancialmente distintas a las de los malvinenses). Sin embargo, el caso de Chagos es presentado constantemente por la prensa y por especialistas en relaciones internacionales argentinos como mostrando “el camino para recuperar” la soberanía en Malvinas.

Aunque se agita una y otra vez la retórica del apoyo latinoamericano, dando por supuesto que América Latina en bloque respalda de modo activo el reclamo argentino de soberanía, esto no es lo que ocurre. El entusiasmo latinoamericano se ha enfriado desde 1982 sobre todo, y hoy día, por parte de muchos países, predomina la tibieza –incluyendo a Brasil y Uruguay, por no hablar de Chile.

La ignorancia no solamente de la opinión pública, sino de las élites periodísticas, políticas, etc., en materia antártica, es supina. Hay un desconocimiento asombroso de la naturaleza de las regulaciones que establece el Tratado Antártico, pero también del despliegue permanente de bases y actividades de otros países (numerosos, más allá inclusive del Reino Unido y Chile) en el oficialmente denominado Sector Antártico Argentino, afectado en lo jurídico político por reclamaciones de soberanía total o parcialmente superpuestas con la reclamación argentina y por políticas establecidas por parte de otros países contrarias al reconocimiento de cualquier soberanía en todo el continente.

Tenemos esa noción estólida de que la resolución 1514 (1960) de Naciones Unidas da la razón a Argentina, al establecer un límite genérico a la determinación, implícitamente, en caso de que esta afecte la integridad territorial: “todos los pueblos tienen un derecho inalienable a la libertad absoluta, al ejercicio de su soberanía y a la integridad de su territorio nacional”. Esta resolución, que no menciona ningún caso en particular, está claramente pensada para evitar que minorías territoriales afecten la integridad de un estado constituido. Pero decir que da la razón a la Argentina, equivale a que Argentina se dé a sí misma la razón por anticipado en el diferendo por Malvinas y, por tener razón, su integridad territorial estaría siendo afectada.

Pero esto no tiene sentido, porque lo que había era un diferendo no resuelto. Lo que más importa de la posición británica es la base, previa, de discusión: Gran Bretaña no afecta la integridad territorial argentina y el hecho de haber incluido a las islas en la lista de territorios en descolonización no cambia las cosas: hay un diferendo territorial entre los dos países. Sin embargo, si los isleños lo autorizan – esta fue la tesitura británica –, cederemos las islas a la Argentina. Fue así hasta 1982, sobre todo desde mediados de los 60, cuando la resolución 2065 de Naciones Unidas instó a las partes a sentarse a negociar. Hubo en el seno de diferentes gobiernos británicos, varios intentos más o menos serios, nacidos en el medio diplomático, de convencer al grueso de los parlamentarios, y a los isleños. Mientras tanto, el Reino Unido nunca adoptó, ni menos negoció con Argentina, formalmente, la cesión de soberanía. Al mismo tiempo los británicos no establecían formalmente un derecho de autodeterminación.

El Foreign Office y probablemente importantes sectores del establishment político adoptaron en esa época una posición flexible, trataron de mantener grados de libertad y de ver si era conveniente y posible ceder las islas. Toda esa etapa, inclusive después del grave tropezón de 1966 (lease back; los isleños se sintieron engatusados por el Foreing Office y no les costó nada hacerse oír en Londres), estuvo signada por esa flexibilidad.

En suma, la diplomacia británica quiso ceder las islas y en los 60 la opinión británica y los isleños lo impidieron5. Lo de la autodeterminación surge después de la guerra. De todos modos, más peso tiene mi argumento político, de que, en la escena internacional, no sólo en el caso Malvinas en particular, la corriente jurídico-política del territorio dio paso en las últimas décadas a una más clara relevancia de la autodeterminación.

Del mismo modo en que una consecuencia de la guerra fue una postura muchísimo más rígida de los isleños, la posición británica cambió en el mismo sentido. Hasta 1982 era titubeante (por diferentes razones que no discutiremos aquí); tras la guerra se endureció rápidamente. La disposición a buscar un escenario de composición con Argentina que implicara presionar a los isleños, o a imaginar alguna concesión real para la posición argentina, se redujo prácticamente a cero.

Veteranos. Me gustaría discutir ahora qué acontece con un sector clave; su surgimiento es, obviamente, una consecuencia inevitable de la guerra de 1982: los ex combatientes, veteranos. Empiezo destacando dos aspectos que marcaron el desarrollo posterior de lo que, con el paso del tiempo, se convertiría en un actor colectivo. Primero, el hecho de que la inmediata posguerra se solapó en un 100% con la transición a la democracia. Lo que equivale a decir, casi casi, que no digerimos la guerra con la dictadura o con los militares frente a nosotros. Fue la democracia la que la tuvo que procesar. Lo hicimos con los políticos; delante nuestro teníamos a los políticos democráticos, a los políticos que votaríamos y que nos gobernarían. ¿A quién le íbamos a pedir cuentas? Por supuesto en ese momento estábamos pidiendo cuentas, pero por algo más monstruoso aún y en lo que los civiles no nos habíamos comprometido tan masiva, incondicional y alegremente como en la ocupación de Malvinas: el Terrorismo de Estado.

Y, observemos una diferencia notable: el Informe Rattenbach. El Informe Rattenbach es de 1983 y es durísimo. O sea, a diferencia del Terrorismo de Estado, en lo que se refiere a la guerra de Malvinas los militares se juzgan a sí mismos, no le sacan el cuerpo al sendero legal estipulado (aunque no se cumplieron sus recomendaciones más severas). Yo no recuerdo qué estaba haciendo el día en que los soldados, los ex combatientes, regresaron al continente. No fue posible descargar sobre la dictadura la catarsis y la responsabilización, pero de hecho esta no recayó en nadie. Las conexiones que se podrían haber hecho –básicamente que por lo menos el envío de jóvenes conscriptos por parte de un gobierno despótico había sido una nueva violación masiva a los derechos humanos – no se hicieron.

El Informe Rattenbach se filtró (a fines de 1983) a la prensa, pero sólo años después (en los 90) se desclasificó oficialmente; los cargos que se hicieron en el mismo, se centraron básicamente en “graves fallas en el proceso de decisión” (político-militar), no en el empleo masivo de civiles en acciones de guerra iniciadas por una dictadura militar. De modo tal que la guerra de Malvinas fue sólo colateralmente una cuestión política de primer orden durante la transición. Y esto era más que comprensible: el dirigente que tenía menos tejado de vidrio que todos los otros, Alfonsín, no tenía ningún interés en crearse problemas con cientos de miles de civiles que habían respaldado la guerra con el mayor entusiasmo. La democracia hizo las cosas con sus propios recursos, y no tenía muchos. Y estaba clarísimo que la sociedad civil estuvo ocupada en otras cuestiones, no se dispuso a examinar sus responsabilidades –en el escenario de posguerras, por esto no habría que asombrarse, es de lo más común, basta recordar Alemania en 1945. En este marco, el lugar de los jóvenes veteranos era complicado y confuso. No sabían del todo bien en qué los habían metido, qué había pasado, y no tenían una explicación satisfactoria al respecto.

Pero la segunda cuestión, complementaria con la primera, es quizás más importante. Los conscriptos que fueron a la guerra tenían entre 18 y 20 años (clases 62 y 63). Los sobrevivientes (una gran mayoría) habían sufrido entre abril y junio de 1982 una mutación que había cambiado sus vidas para siempre. Literalmente. Pero de inmediato, tenían 20 años y llovieron sobre ellos las interpelaciones. Muchísimos de ellos no tenían elementos para dar cuenta de lo que habían vivido, no tenían cómo hacerlo, o absolutamente no deseaban hacerlo. Sucede también en todas las guerras, pero no es casualidad que entre ellos hayan tenido lugar varios centenares de suicidios. Y como no pudieron ser ellos quienes elaboraron sus propias experiencias, esa elaboración la hicieron otros por ellos. Se las hicieron. Las figuras de chicos, sobrevivientes, “pichiciegos”, víctimas, y un poco más tarde la de héroes fueron plasmadas en obras de mayor o menor talento. Pero de ninguna de ellas, o de todas, podríamos decir que es la imagen genuina de los excombatientes sobre ellos mismos, porque tal cosa no existe.

Sólo bastante después, y en parte porque se fueron reconociendo unos a otros, fueron surgiendo imágenes o interpelaciones identitarias más arraigadas en sus propias percepciones y que ofrecían espejos más dignos de y más merecidos por ellos mismos. Muy comprensibles: la gesta y la heroicidad. ¿Qué iban a elegir? ¿Ser víctimas o héroes? Aunque ellos no necesariamente se definen a sí mismos como héroes, sí se inscriben en el relato de la gesta. Y tiene todo el sentido. Sería imposible no comprender esto. Los “chicos”, las “víctimas”, fueron creciendo, ya no tan solos, unos con otros, y expuestos a las interpelaciones disponibles. ¿Es sorprendente que escogieran la gesta y lo heroico para construir sus identidades? ¿Es sorprendente que eso se articulara plenamente con la causa Malvinas? ¿O que ellos se constituyeran en el eslabón que vinculara la causa y la guerra historiada como gesta?

Este, el de los veteranos, es un lazo muy sólido, que ha construido una historia y una estética. Y esa estética no es pura exterioridad, pura expresividad; hay también una interioridad profunda. Y que debe ser tratada con el mayor de los respetos y del aprecio; y también con la franqueza para decir lo que pensamos, aunque discrepando necesariamente. Y ciertamente en la cuestión Malvinas los veteranos se han convertido – lo quieran o no – en un poder de veto. No será fácil desconocerlos a la hora de tomar fuertes decisiones políticas. Y además, han contribuido decisivamente a la fusión histórica entre la causa Malvinas y la guerra de Malvinas. Malvinas es metonímico de guerra de las Malvinas pero también es, y principalmente, sinécdoque de la causa y de la cuestión. Ya que la guerra, para esta visión, nos ha dejado un legado, un pasado que se impone sobre nuestro presente y abruma nuestro futuro, un pasado inescapable. El lector puede considerar ese legado ambivalente, positivamente ambivalente: la Constitución de 1994 pesa en el mandato de la Cláusula Transitoria (que sin la guerra de 1982 no se podría entender), sobre nuestro cerebro, pero tiene su lado bueno –nos obliga a valernos exclusivamente de medios pacíficos. Pero su ambivalencia no nos ahorra la imposición: es la imposición del sentido de nuestros muertos y de sus muertes. El más puro romanticismo patriótico del siglo XIX en su versión del siglo XXI. La tierra y la sangre se han mezclado esta vez con aviones supersónicos y submarinos nucleares.

Y no se puede negar que los veteranos sean eficaces. La memorización de las Malvinas, como ya he señalado, ha llegado al fútbol y los veteranos han sido el vehículo principal, como se puede percibir en letras futboleras, en películas, canciones, murales, nombres de clubes recientemente fundados. Es lo más lógico del mundo.

* Politólogo, Club Político Argentino.