ELOBSERVADOR
andres lopez, ex suboficial y custodio presidencial

El encargado de cuidar a Perón, testigo y parte de la historia reciente

Estuvo en los bombardeos de junio del 55, se fue con el general a Venezuela y cuidó a Isabelita. Dice que los dirigentes de hoy “son traidores, no peronistas”.

Recuerdos. El ex suboficial Andrés López vive rodeado de objetos y fotos de su época de servicio. A los 91 años, recuerda todo con lucidez.
| Marcelo Aballay

El levantamiento cívico militar contra la Revolución Libertadora del 9 de junio de 1956, comandado por los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, aún es recordado como el primer intento por hacer que Juan Domingo Perón retomara la presidencia del país tras el golpe de Estado de 1955. Sin embargo, esto dista de la realidad, al menos eso es lo que señala el suboficial Andrés López, quien formó parte de esas revueltas. A sus 91 años, el ex suboficial aún recuerda en detalle lo que ocurrió en esos días que lo llevaron al exilio en Venezuela donde se convirtió en custodio del General. Y dispara contra los peronistas de este tiempo, y hasta los considera “traidores”. Aquí, su historia.  
“Empecé a conspirar el mismo día en que se fue Perón. Vino uno de los granaderos y me dijo que el segundo jefe de Granaderos le había pedido hacer una reunión con un grupo de oficiales y mi gente. Nos reunimos y nos instó a empezar la resistencia. Nos pusimos de acuerdo con suboficiales de distintas unidades y comenzamos a trabajar. Tiempo después, aparecieron Valle y Tanco. Teníamos con nosotros al Regimiento Motorizado de Buenos Aires, a la Escuela de Mecánica del Ejército, el arsenal Esteban de Luca y unos oficiales que trabajaban con el I y II de Infantería. La mayoría éramos suboficiales, había pocos jefes”, cuenta a PERFIL en su departamento porteño, plagado de recuerdos de sus viajes y carpetas de recortes prolijamente guardadas.  
“Tanco se juntó con el coronel González y el capitán de navío Nogueira y constituyeron un comando y empezaron a llamar a oficiales. Nos pusimos de acuerdo con ellos y los aceptamos como líderes. La condición fue que si triunfábamos, el General tenía que estar a las 48 horas sentado en el sillón de Rivadavia y entrar en vigencia la Constitución de 1949. Aceptaron”, rememora, y sigue: “Nos engrupieron. Dijeron que Perón estaba de acuerdo con la revolución y los apoyaba y nos entusiasmamos más. Un día viene un conocido y me dijo: ‘Saqué información de cómo va a ser la proclama’. Ahí fue donde se armó la podrida, porque decía que a los 180 días de triunfado el movimiento se iba a llamar a elecciones. Nos fuimos con el principal García a buscarlos y les exigimos que respetaran el compromiso”, dice. Allí estaban Valle, Tanco y González.
“¿Tienen intenciones de fusilar a algunos traidores?’, nos preguntaron. Sí, algunos van a pasar por las armas. ‘No, eso no’, nos respondió Valle. Y yo dije: ‘Vea mi General, si piensa usted que va a ganar una revolución aplaudiendo, nos van a matar a todos’. ‘Le voy a pedir un favor, López, díganle a los suboficiales que no cometan errores, que trabajen, porque acá hay muchos jefes de regimiento que están de acuerdo con la revolución, pero no con la vuelta de Perón. Nosotros queremos ganar para reincorporar a todos los que echaron’. Nosotros aceptamos”, dice.
“El 9 de junio a las 23 debíamos tomar todas las unidades comprometidas. A las 22.15 estábamos esperando a dos cuadras del Regimiento Motorizado Buenos Aires con toda la gente. En eso, viene García que se había escapado por el portón de la calle Garay y nos advierte que no nos expusiéramos porque lo habían copado oficiales de la Escuela Superior Técnica y la Escuela Superior de Guerra. Habían delatado el movimiento. El gobierno estaba enterado de todo y quería que lo intentáramos para darnos un escarmiento. Cada uno tuvo que esconderse donde pudo. Me fueron a buscar a mi casa con dos camiones de la Policía Federal y con un tanque a la de mi suegro. Iba por todos lados y nadie me quería. Fui a lo de mi consuegro y me pidieron que me fuera porque era un compromiso para ellos. El 13 de junio llegué a lo de mi suegro para ver a mi esposa y a mis hijos. Su padre estaba con el ex chofer de la embajada uruguaya y me sugiere que me metiera en la residencia del embajador de Haití que había ayudado a otros peronistas en 1955. Ellos fueron a verlo y una hora después me llamó. “Venga que lo estoy esperando”. Allí, había varios militares más y un sindicalista y, después, los trajeron a Tanco y a González.  
Al día siguiente, “nos llama la señora del embajador. ‘Les pido que vayan al lavadero porque están llamando por teléfono y son argentinos. Preguntan por el embajador y tengo miedo’. Al rato, entra un tipo con una ametralladora, golpea la puerta y nos grita: “¡Mano en la nunca, ponerse de pie!”. Nos sacaron a los golpes y nos pusieron contra la pared de la calle”, relata con emoción.
Luego, “nos llevaron a la esquina, vino un colectivo cargado de pasajeros, lo pararon, los bajaron a todos, nos hicieron subir y nos trasladaron al comando de la Primera División. Nos tomaron declaración, nos sacaron todos los documentos y dijeron que nos iban a llevar. ¡Era para liquidarnos! Dos días antes lo habían fusilado a Valle”, cuenta.  

Exilio en Venezuela. “Allí trabajé como jefe de transporte en el Ministerio de Defensa hasta que llegó el General desde Panamá y dejé para ser su custodio por la tarde, ya que durante la mañana se dedicaba a leer, escribir y a contestar correspondencia. Compartí con él dos años y lo pasó muy mal. No tenía un mango. Una vez le pregunté por los millones que todos decían que tenía. ‘Si hubiera tenido 600 millones de dólares no me hacían la revolución porque me compraba a todos los traidores’”, recuerda.
Cuando el General se fue a República Dominicana, me quedé en Venezuela como gerente en un night club y vendiendo libros hasta que salió la amnistía en la Argentina y pude volver. Le tuve que pedir plata al cuñado de Jorge Antonio para viajar y llegué a fines del 58. En todos lados me echaban por peronista. Cuando vino Isabelita, en 1964, para destruir el plan de Augusto Timoteo Vandor, la acompañé en toda su gira por el interior del país. A Perón recién lo volví a ver una semana antes de su muerte, aunque nos escribíamos constantemente. Cuando murió, me cambié tres veces para ir al velorio, pero no pude salir. No lo quería ver en el cajón. Para mí, no murió. Un día me preguntó: “¿Por qué es peronista?” Porque soy hijo de la pobreza, mi General”.

Peronistas eran los de antes. “Del peronismo de Perón no queda nada”, dice, seguro, López, y abre fuego: “Menem fue un traidor. Privatizó lo que Perón había estatizado y él sabía que eso iba a provocar que echaran a la gente. Duhalde cometió el error de darle el apoyo a Kirchner porque estaba enfrentado con Menem, creyendo que a los cuatro años lo sacaba y él podía ser presidente. Y Kirchner no respetaba la investidura. A mí,  los tipos medio autoritarios y medio colifas no me gustan”.

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“Nos sorprendió la primera bomba”

La Aviación Naval bombardeó Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955 y dejó un saldo de 364 muertos y más de 700 heridos en su intento por asesinar a Perón. Pero también atacó la residencia presidencial, en el barrio de Recoleta, en la que López era el jefe de custodia.
“Atilio Renzi (el mayordomo) me dice: ‘Llegó la orden de que hay que desalojar toda la residencia. Así que proceda’. Y yo respondí ‘encárguese usted, que con mi gente voy a dedicarme a defender esto como si Perón estuviera adentro’.
Agarré las tres ametralladoras Coll, subí a la terracita que tenía atrás y armamos todo cuando nos sorprendió la primera bomba. Sentíamos que llovían vidrios de los edificios de al lado. Iban y venían aviones y no sabíamos a quiénes respondían. Otra bomba cayó en Plaza Francia y no explotó. A partir de ese momento, le tirábamos a cualquier aeronave que se movía en dirección hacia la residencia. Tiempo después, Perón me llamó al garage y me dijo: “Quiero hacerle un presente por su actuación”. Le dije que no, porque me había limitado a cumplir con mi deber, fue lo único que hice. ‘Quiero hacerlo: elija una moto’. No, si quiere regalarme un presente lo que me dé será bien recibido, respondí. El general me dijo: ‘Si a mí me dan a escoger me quedo con la roja. Elija’. La roja, dije. ‘Lo felicito, veo que sabe elegir’. Me movía con ella para todos lados”, recuerda.