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Perfil en Gries, donde vive Jalics

En Alemania, tras las huellas del "otro" Francisco

Perfil viajó a la localidad alemana donde vive el padre Jalics, eje de las denuncias contra el Papa.

Silencio. En la casa de ejercicios, escribió dos libros y coordina retiros muy requeridos.
| Cedoc

Son las 10 de la mañana y hace un frío que atraviesa la ropa: tres grados bajo cero, en Gries, apenas unas casas perdidas en el bellísimo bosque de Alta Franconia, la capital mundial de la cerveza, a unos 250 kilómetros de Munich, en el sudeste de Alemania. Un anciano trepa apurado unas escaleras, pero se detiene cuando Stefan, el taxista, le pregunta a los gritos por la ubicación exacta de la casa de ejercicios espirituales de los jesuitas, dirigida por Francisco Jalics. El anciano vuelve sobre sus pasos y entra sin responder en la casa número 6; los minutos pasan, el frío apura y golpeo a la puerta de madera; reaparece el anciano, esta vez junto con una joven sonriente, simpática, que se presenta como Suzanne: “Soy voluntaria y ayudo en las tareas domésticas al padre Jalics y a los otros dos padres que viven aquí”, dice en inglés.

“Los padres viven aquí para siempre, pero los voluntarios estamos acá solamente por un tiempo, un año más o menos; yo me voy dentro de seis meses. Justo estaba empezando a cocinar”, agrega, mientras se arregla el delantal.

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Cuando le pregunto por Jalics, Suzanne cuenta que “viajó a su tierra natal, a Hungría, a principios de marzo y volverá a principios de mayo. El viaja bastante porque es una personalidad muy conocida, muy requerida como director de ejercicios espirituales y de contemplación de Dios. Pero, para más información sobre el padre Jalics, debe dirigirse a esta persona”, y señala un cartel adherido a la puerta que indica que un tal doctor Thomas Busch atiende las consultas de la prensa en un determinado teléfono.

Buscando a Francisco.
Es que Jalics se ha convertido en las últimas semanas, luego de la elección el 13 de marzo del cardenal Jorge Mario Bergoglio como el primer papa argentino y americano, en una persona muy buscada por la prensa internacional. Nacido en Hungría, Jalics, de 86 años, vivía en la Argentina en 1976, cuando fue capturado y torturado en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) durante cinco meses, junto con otro jesuita, Orlando Yorio, que murió en 2000.

Este episodio dio origen a una versión persistente, recalentada luego de la elección del papa Francisco por periodistas afines al gobierno kirchnerista, que aseguraba que Bergoglio, cuando tenía 36 años y era el provincial (jefe) de los jesuitas en nuestro país, había entregado a Jalics y Yorio a la dictadura, presumiblemente porque estaba molesto con el trabajo pastoral que realizaban en las villas miseria y con su supuesta afinidad con el ala izquierda del peronismo.

Algunos periodistas oficialistas especularon incluso con que Bergoglio estaba celoso de la formación intelectual de Jalics y de sus posibilidades de ascenso dentro de la Compañía de Jesús.

A través del sitio oficial de los jesuitas alemanes en internet, Jalics sacó primero un comunicado un tanto ambiguo y luego otro más contundente en el que afirmó que “el padre Bergoglio no nos denunció a Orlando Yorio ni a mí”. Jalics explicó que fueron los propios represores quienes les hicieron creer que habían sido denunciados desde adentro de la Compañía de Jesús, por Bergoglio: “Alguna vez yo mismo estuve inclinado a creer que éramos víctimas de una denuncia. A fines de la década de 1990, tras numerosas conversaciones, me quedó claro que esta sospecha era infundada. Por lo tanto, es un error afirmar que nuestra captura ocurrió por iniciativa del padre Bergoglio”. Jalics también desmintió la pertenencia política que se le adjudicaba y explicó que habían trabajado en una villa miseria del barrio de Flores junto a una catequista que luego entró a Montoneros, la guerrilla peronista, a quien no vieron durante nueve meses. “A los dos o tres días de que ella fue detenida, nos capturaron a nosotros”, agregó.

Incluso, el Vaticano, ante el eco que esa versión despertó en la prensa internacional, se vio obligado a defender la actuación de Bergoglio durante la dictadura. “Las denuncias provienen de una izquierda anticlerical para atacar a la Iglesia y deben ser rechazadas con decisión. Son hechos antiguos, no probados y con una fuerte carga ideológica”, señaló el portavoz papal, Federico Lombardi, en aparente alusión al diario Página/12 y a su principal columnista, Horacio Verbitsky, el más duro crítico de Bergoglio.

En esa disputa, Bergoglio fue defendido incluso por miembros del kirchnerismo, que destacaron que, por el contrario, cuando era el provincial de los jesuitas ayudó a salvar a personas perseguidas durante la dictadura, a las que protegía en el seminario de San Miguel, en el Gran Buenos Aires, antes de facilitar su huida del país. En los últimos días, los dardos contra el papa Francisco han mermado en forma considerable, en sintonía con el nuevo vínculo entre el pontífice y la presidenta Cristina Kirchner, para quien no parece ser ya un enemigo o un opositor, como lo consideraba cuando era arzobispo de Buenos Aires y le negó catorce pedidos de audiencia.
 
El amigo Ernst. Inútil llamar al doctor Thomas Busch a los teléfonos que indica el papel pegado a la puerta 6 para ampliar los dichos de Jalics. “Está todo en los comunicados del padre Jalics”, informa. Y enfatiza que el sacerdote viajó a Hungría mucho antes de la elección del papa Bergoglio.

En tanto, Suzanne, la amable colaboradora de la casa de ejercicios espirituales, presenta al anciano que trepaba la escalera: “Es el padre Ernst Heinrich”, que emite en alemán las únicas palabras que se le escucharán durante toda la visita. “Dice que el padre Jalics es un gran amigo”, traduce Suzanne, que explica que durante todo el año llega gente “que quiere meditar según el método del padre Jalics. Ahora mismo hay un grupo de visitantes que sigue los textos del padre Jalics”. Y que, como tienen que estar en silencio, no me permitirá entrar ni sacar fotos. “Pero puede quedarse afuera todo lo que quiera y sacar las fotos que quiera”, completa.

Antes de volver a sus tareas domésticas, Suzanne dice que Jalics habla muy poco de su vida en la Argentina. “Pero una vez me dijo que en su país la carne es deliciosa”, recuerda.

La amplia casa de retiros está asentada sobre una loma y tiene paredes amarillas y techos negros; Jalics hizo construir una capilla en su interior. Justo en la entrada del villorrio hay un santuario con una imagen espléndida de Jesús resucitado, protegida por una reja; hace tanto frío que el agua bendita se ha congelado.

Francisco Jalics vive en Alemania desde hace más de treinta años. Luego de ser liberado de la ESMA, pasó por Estados Unidos y por otros países hasta recalar en este lugar perdido de Alta Franconia, una de las siete regiones administrativas en las que está dividido el estado o provincia de Baviera. Aquí fundó la casa de retiros y escribió dos libros que son muy consultados también en la Argentina: Ejercicios de contemplación, que fue traducido ya a trece idiomas, y Caminos de contemplación. Incluso, el año pasado, en el primer semestre, dirigió tres retiros en el interior de nuestro país.

“Los seres humanos buscan un contacto simple, espontáneo y directo con Dios. No en vano esta sencillez es una necesidad básica del hombre moderno frente al mundo tecnificado, complejo y vertiginoso que habita. A ese camino, caracterizado por el contacto directo con Dios, se lo denomina contemplación”, explica Jalics al inicio de Ejercicios de contemplación.

Un contacto directo con Dios facilitado seguramente por el maravilloso paisaje de Alta Franconia, que en este otoño particularmente frío presenta su famosa foresta integrada por árboles casi desnudos. “Todo este frío viene del Este, de Rusia”, se queja en inglés Stefan, el taxista, que con una muñeca a lo Sebastián Vettel, el campeón alemán de la Fórmula 1, recorre a toda velocidad la carretera serpenteante hacia Kulmbach, la ciudad más cercana, a una treintena de kilómetros.

“¡Y mire cómo sigue nevando! A esta altura del año aquí hacen, normalmente, 14 o 20 grados y no tres grados bajo cero, como ahora. A esta altura del año, las flores deberían estar creciendo”, sigue lamentándose. Se nota que el tema lo apasiona: “Y en Navidad, en pleno invierno, hicieron diez grados. ¿Quién entiende algo de lo que está pasando en todas partes? Yo creo que es el calentamiento global; usted, ¿qué piensa?”.

Alta Franconia es considerada la Toscana bávara; sus habitantes son en su mayoría católicos como en todo el sur alemán. En otra de las regiones administrativas del estado de Baviera, en Alta Baviera, más precisamente en la ciudad de Marktl am Inn, nació Joseph Ratzinger, que fue arzobispo de Munich y sorprendió al mundo con su renuncia como papa Benedicto XVI, el 28 de febrero.

Los habitantes de Alta Franconia lucen muy orgullosos de sus fábricas de automóviles y textiles, y, especialmente, de los mil tipos distintos de cerveza que se producen acá. “Tenemos más de doscientas fábricas de cerveza en Alta Franconia; somos los campeones mundiales de la cerveza”, cuenta Stefan, que está muy contento por la elección del papa Francisco: “El me gusta mucho, me parece una persona con mucho carisma, muy simpática y, a la vez, humilde. Seguro que el próximo papa viene de Africa”, arriesga. ¿Por qué no?

Viajar caro, pero como personas. De Roma a Frankfurt en avión y, sin salir del aeropuerto, en tren hasta Kulmbach, la ciudad más cercana a la casa de retiros espirituales que dirige el padre Francisco Jalics, en plena foresta de Alta Franconia. Tres horas veinte minutos de viaje, incluida una combinación en la estación de Wurzburg, para pasar de un tren ICE, “Intercity Express”, de alta velocidad, a otro regional, que también es muy veloz y con una comodidad similar.

Para un usuario habitual del Mitre, y eso que es de las líneas que mejor funcionan en nuestra región metropolitana, utilizar un tren alemán es una experiencia muy gratificante, sin los apretujones de las horas pico ni los “pungas” ni los huelguistas por cualquier motivo ni las locomotoras que se detienen de viejas que son o por falta de mantenimiento.

Claro, el boleto sale más caro y hay que pagarlo: 67 euros en segunda clase; 110 euros en primera. Pero se viaja como personas, cada uno sentado en su lugar, que es limpio, reluciente; se llega a tiempo, y se disfruta más de la vida.