Si hay una línea que une a Nicolás Dujovne con Martín Guzmán, a Mauricio Macri con Alberto Fernández, es la coincidencia en que el Fondo Monetario Internacional con el que negociaron “no es el de antes; ahora es diferente”. Es más, el presidente actual dijo que las nuevas autoridades están dispuestas a apoyar un tipo de programa distinto. Tanto que, más en broma que en serio, se habla de una “Kristalina Georgieva peronista”.
Claudio Loser fue el director para el Hemisferio Occidental del organismo que a lo largo de su historia se caracterizó por recomendar (y a veces exigir) recetas ortodoxas para que los países honraran sus compromisos internacionales. Sin embargo, dice que “en mi experiencia, encontré que muchos de mis colegas del Fondo eran personas que tenían ideas que podrían calificarse como socialdemócratas”. Sostiene que ese cúmulo progresista no impide que se crea en “una economía de mercado”, que puede ser menos inequitativa en sus objetivos. Y que las ideas de cada uno pueden incidir, pero en esencia, lo que prima son los “números de las cuentas fiscales”. “Si se habla de una Kristalina Georgieva peronista –ironiza–, hay que agregar que mucho más peronista que ella es el papa Francisco”.
—¿Sus colegas del Fondo eran de centroizquierda?
—En general, los profesionales que llegan al organismo vienen de distintas universidades. Todas de excelencia, muchas de Estados Unidos. Y también de Europa. Mi formación profesional es, además del título de contador de la Argentina, en la Universidad de Chicago. Pero hay otros colegas del MIT, de Harvard. Y en esas universidades prima ese criterio. Esas ideas, por supuesto, no van en contra del mercado. El concepto es que se puede ser más equitativo y distribuir mejor. Pero todos tienen en claro que la base es que no se puede distribuir lo que no se tiene. A partir de estas premisas surgen los distintos matices. Yo me considero un liberal a la manera clásica, inglesa, pero ya en mis tiempos personas como Michel Camdessus, por ejemplo, tenían una mirada que apuntaba a una mejor distribución del ingreso. Una visión socialdemócrata, una visión que yo llamaría moderna del mercado.
—La mirada de los profesionales formados en la Universidad de Chicago no es igual a la de los formados en Columbia, por ejemplo.
—Sí, pero el eje está en la profesionalidad de la misión. Lo cierto es que en el organismo se dan ciertas características. Y le diría que es muy difícil encontrarse con personajes que piensen igual que Donald Trump. Corro un riesgo al decirlo, pero me parece que en muchos casos es así. Existen, sí, criterios en los que están de acuerdo: la necesidad de no emitir como fórmula; de que, más allá de algunos momentos precisos, no hay que ser expansivos en cuanto a la emisión monetaria. También existe consenso en que no debe haber monopolios, ni de las empresas ni de los sindicatos. A partir de allí se puede llegar a propuestas que son más keynesianas, a estrategias que pueden resultar más de izquierda, pero siempre sobre la base de respetar ciertas reglas de funcionamiento.
—¿Se puede seguir siendo progresista manteniendo las cuentas en cero y teniendo una política restrictiva desde el punto de vista monetario?
—Es que nunca se puede ir más allá de las posibilidades reales que se tienen. La cantidad de recursos es limitada. Uno puede darse diferentes estrategias de cómo usar esos recursos. Poro lo que no puede hacer es inventarlos. Esto es algo en lo que están de acuerdo todos los economistas.
—Muchos de los economistas del Fondo no comparten las ideas de Donald Trump sobre economía. Pero Estados Unidos tiene mucho que ver en las decisiones finales del FMI.
—El Fondo está gobernado por una cantidad de países. Y por tanto, las decisiones económicas que se tomen tienen que ver con lo que sucede en esos países. Estados Unidos tiene un porcentaje importante en las decisiones. Esto le da derecho a poner presión sobre algunos de los temas. Pero no tiene tanto poder a la hora de establecer algunas cuestiones que son eminentemente técnicas. Y estas tienen que ver con una filosofía. En el caso específico de Argentina, evidentemente se ejerció algún tipo de influencia, que se puede haber manifestado en cuestiones, por ejemplo, como el valor y el volumen del préstamo que se acordó. Es lo que interpreto acerca de lo que sucedió, conociendo los mecanismos. No es que yo haya participado del proceso.
—Se suele decir que este Fondo Monetario de hoy “no es el de otros tiempos”. Es una afirmación que, con matices distintos, pudo escucharse en boca de Nicolás Dujovne o Alberto Fernández. ¿Es así?
—Hay un libro que ya tiene sus años y que habla acerca de la cuestión del tratamiento de los países sobre el tema de la deuda. Y se llama Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera. Es de Carmen M. Reinhart y Kenneth S. Rogoff. En general, lo que se puede decir es que los países suelen argumentar que las situaciones en las que se contraen compromisos van cambiando a lo largo de los años. Pero, más allá de las bromas y los estereotipos, diría que el Fondo aprendió. Y si bien ciertos fundamentos continúan vigentes, es cierto que hay una mirada sobre los sectores más vulnerables de la sociedad. Se sabe que los países y las economías pueden tener momentos diferentes. Y que en estos momentos, quizás se pueden tomar decisiones con algunas particularidades. Y sí se puede poner énfasis en las cuestiones referidas a la inclusión social de algunos sectores. También existe una tendencia a dejar una mayor libertad de acción por parte de cada uno de los países, comprendiendo las particularidades de cada caso; por ejemplo, a la hora de establecer los detalles de un determinado programa. Claro que todo sucede dentro de determinados parámetros. Pero es cierto que personas como Michel Camdessus, a quien me referí, tenían ya en los tiempos en los que yo trabajaba una visión social, que bien podría definirse como progresista, con una preocupación real sobre cuestiones como la pobreza o la distribución del ingreso, lo que no les impedía ser neutrales a la hora de tomar decisiones que tienen que ver con aspectos instrumentales de los distintos programas que debían analizarse.
—Cuando Alberto Fernández dice que ahora el Fondo sabe que tiene interlocutores creíbles y nos va a ayudar más, ¿es creíble? ¿Está más atento a cuestiones ideológicas y menos técnicas?
—Nuevamente, vuelvo a lo del libro, aquello de “esta vez es diferente”. Es cierto que puede haber ciertas variaciones que no hubo previamente. Y que también puede existir un vínculo diferente entre Martín Guzmán y los distintos negociadores del Fondo, como Luis Cubeddu, Alejandro Werner y Michel Lipton, en el momento de asumir precisamente las negociaciones. Pero en el momento de la verdad, lo que se va a reclamar es consistencia en el planteo argentino. Por más que existan otros estilos, por más que Kristalina Georgieva sea en algún sentido más piola que Christine Lagarde, los números mandan.