A las cuatro de la tarde del viernes 2 de diciembre, en Buenos Aires, el sol rajaba la tierra.
Un perfume a verano adelantado (de esos que calientan el cemento y atentan contra la presión arterial) zigzagueaba entre las columnas de la Facultad de Derecho de la UBA, en cuyo Salón de Actos ultimaban detalles para el inicio del Empathy Game, evento con el que el Laboratorio de Innovación e Inteligencia Artificial (Ialab) de esa universidad cerró su año y anunció varios lanzamientos.
Las novecientas butacas se fueron ocupando en los sesenta minutos siguientes al horario de inicio mientras la pantalla gigante, ubicada en el centro del escenario, mostraba segmentos de películas icónicas de los ochenta: Terminator, Flash Dance, Volver al futuro, Star Wars.
La invitación a recorrer los últimos cuarenta años de tecnología completaba la escena con un muñeco de ET sentado a la izquierda, sobre el centro de comandos de audio y video; una máquina de videojuegos a la derecha de la pantalla gigante, y, en los pasillos, dispositivos de distintas eras tecnológicas: un teléfono a disco de los primeros, negro, enorme; una cámara de fotos analógica; una máquina de escribir, una tele de las chiquititas que se usaban en los viajes, algún celular con teclas.
Entre todo ello deambulaba sonriente Henoch Aguiar, exsecretario de Comunicación y vicepresidente de Arsat, cuya impronta ha resultado determinante en el desarrollo e implementación de las tecnologías de la información y la comunicación en este país.
Docentes e investigadores de todas las épocas, incluyendo a quienes vivieron completamente el paso de lo analógico a lo digital, no podían creer que el cuadro central del recinto –que muestra la inauguración de la Facultad en la Iglesia de San Ignacio– fuese intervenido con proyecciones al estilo Matrix. Uno de los fascinados resultó Hugo Álvarez Sáez, quien tuvo un rato para compartir, desde el escenario, la emoción que lo embargaba por completo.
Ideado por Juan Corvalán, director del Laboratorio, el evento combinó espectáculo con reflexiones respecto del modo en que Argentina y América Latina pueden insertarse en la tan mentada Cuarta Revolución Industrial.
En ese contexto, resulta fundamental la sinergia anunciada entre el Ialab y UBA TEC, la empresa pública de la Universidad, desde donde “vamos a formar e impulsar jóvenes que sean jugadores que ganan partidos y formen equipos que ganan campeonatos” tal como afirmó, a tono con el clima mundialista, Juan Manuel Haddad, líder de vinculación público-privada del Laboratorio y gerente de Regulación y Competencias de Telefónica Hispam.
Por otro lado, se lanzó Jóvenes Innova Lab, un área especialmente dedicada a quienes piensan en criptomonedas, Web 3, ecosistemas tecnológicos y startups como modo de emprender y abrirse paso en este siglo.
Mario Adaro, juez de la Corte mendocina y líder de innovación tecnológica en la Justicia, también apuntó a la relación entre actores de distintas generaciones: “Vamos a hackear las instituciones judiciales, porque ya hemos tomado impulso (…) hoy es un orgullo que, de pronto, en la región se hable de Argentina como referente de incorporación de tecnología en el sector público” señaló.
De hecho, junto con Adaro, también Laura Díaz Dávila, referente de inteligencia artificial (IA) de la Universidad Nacional de Córdoba, le dio un tinte federal al evento, sumando incluso a Gerardo Simari, por la Universidad Nacional del Sur, especialista en ciencias de la computación.
Todos ellos insistieron en la importancia de digitalizar por completo los circuitos de información en las instituciones públicas. Además, y dado lo costoso que resulta hoy día el trabajo de programadores y otros roles técnicos, parece vital compartir experiencias y casos de éxito entre las provincias y los países del Cono Sur, especialmente cuando la innovación no ocupa los primeros lugares de la agenda pública y, por ello, los presupuestos son exiguos.
Promediando el evento, fue el turno de algunas figuras salientes de la divulgación tecnológica local: Connie Ansaldi, Tomás Balmaceda, Fredi Vivas y Mateo Salvato, entre otros, conversaron sobre los desafíos éticos del uso de la IA, a propósito del reciente libro de Cecilia Danesi, El imperio de los algoritmos.
Mientras tanto, de a ratos, los fragmentos de películas y series memorables, como Alf, entretuvieron al público.
También hubo tiempo de repasar hitos. El Ialab ha desarrollado sistemas inteligentes para la Corte Constitucional de Colombia, y para el poder judicial de Perú. El BID utiliza programas informáticos que automatizan decisiones, que han sido gestados en esta institución surgida junto con su primer producto, Prometea, la IA que se usa en el Ministerio Público Fiscal porteño desde 2018 y aún hoy es vanguardia.
Llegando las 21, el clima era directamente festivo.
Unos globos enormes, metalizados, se preparaban en el balcón del Salón de Actos sobre Figueroa Alcorta, mientras los últimos oradores cerraban la serie de exposiciones.
En el semblante de cada miembro de la organización se traslucía el cansancio, mezclado con esa particular sensación que invade el espíritu cuando llega diciembre y los calendarios van dando la vuelta.
“Noches sin dormir para que esto salga así”, me confió Corvalán en un costado. Después de todo, durante las cinco horas de evento, se dio el gusto de jugar con su hijo y saludar a sus padres, ambos egresados de esa misma Facultad. Y hasta tuvo tiempo de hacer participar a Lolo, un genio de no más de 10 años que quiso subir al escenario a explicar qué significa para él la IA, para luego darse vuelta y jugar tranquilamente al Pac–Man, mientras el acto seguía su curso.
Habitar los lugares es, también, darles sentido. Los eventos impulsados por el Ialab –este año en la misma sala, anunciaron el Metaverso de la Universidad– vienen cambiando completamente la forma en que se piensan y se habitan las instituciones educativas, académicas, científicas.
Un aire de renovación que, llamativamente, sopla desde el Derecho, pero invita a innovar de modo transversal e intergeneracional.
Es la materialización de una comunidad. Allí reside, probablemente, su capital más valioso.