A raíz de la conmemoración del día 20 de junio como Día de la Soberanía, con feriado y monumento desde 2011, no ceja el debate acerca de si aquel combate librado en el río Paraná en el paraje conocido como Vuelta de Obligado se resolvió a favor o en contra de nuestras tropas, conducidas por Lucio N. Mansilla en tiempos de la Confederación Argentina del gobernador Juan Manuel de Rosas.
El malentendido surge de la equívoca denominación de una guerra que transcurrió a lo largo del río Paraná, que la armada invasora recorrió de ida y vuelta, y que se estrecha con el solo nombre de su primer combate.
Sin duda, la Guerra del Paraná, que así debería recordársela, es, junto al cruce de los Andes, una de las dos mayores epopeyas militares de nuestra Patria. Una gesta victoriosa en defensa de nuestra soberanía, que puso a prueba exitosamente el coraje y el patriotismo de argentinas y argentinos.
Recordemos sucintamente. Fue en 1845 cuando las dos más grandes potencias económicas, políticas y bélicas de la época, Gran Bretaña y Francia, se unieron para atacar Buenos Aires. Puerto que Francia había bloqueado siete años sin lograr la rendición y fue obligada a desistir de su propósito por la determinación de Rosas y de los habitantes del Plata. Ello debería de haber servido de experiencia.
El pretexto de la invasión, o de la “intervención”, como la llamaron los europeos, fue una ficticia causa “humanitaria”: terminar con el gobierno supuestamente tiránico de Rosas que los desafiaba poniendo trabas al libre comercio, con medidas aduaneras que protegían los productos nacionales, y fundando un Banco Nacional que escapaba al dominio de los capitales extranjeros. Los reales motivos fueron de índole económica. Deseaban expandir sus mercados a favor del invento de los barcos de guerra a vapor, que les permitían internarse en los ríos interiores sin depender de los vientos y así alcanzar nuestras provincias litorales, el Paraguay y el sur del Brasil. Dichas intenciones eran denunciadas por los casi cien barcos mercantes que seguían a las naves de guerra.
Otro objetivo de la gigantesca armada era desnivelar el conflicto armado entre la Argentina y la Banda Oriental (hoy República del Uruguay) a favor de ésta, que los franceses consideraban entonces protectorado propio. También independizar Corrientes, Entre Ríos y lo que es hoy Misiones, formando un nuevo país, la República de la Mesopotamia, que empequeñecería y debilitaría a la Argentina, y haría del Paraná un río internacional de navegación libre. Lo que hubiera sido, en caso de ser derrotados los nuestros, otra pérdida territorial y una mutilación de consecuencias desastrosas.
Los invasores contaron con el antipatriótico apoyo de argentinos enemigos de la Confederación rosista, que se identificaban como “unitarios”, muchos de ellos emigrados en Montevideo. Mal aconsejados por éstos, ingleses y franceses creyeron que la sola exhibición de sus imponentes naves, sus entrenados marineros y soldados, y su modernísimo armamento bastarían para doblegar a nuestros antepasados, como acababa de suceder con China. Pero no fue así: Rosas, que gobernaba con el apoyo de la mayoría de la población, sobre todo de los sectores populares, decidió hacerles frente.
Encargó al general Lucio N. Mansilla conducir la defensa. Su estrategia fue la siguiente: dado que se trataba de una operación comercial encubierta, el objetivo era provocarles daños económicos suficientes como para hacerlos desistir de la empresa y lograr así una victoria estratégica que vigorosas negociaciones diplomáticas harían luego contundente. Es sabido que Mansilla emplazó cuatro baterías en el lugar conocido como Vuelta de Obligado, donde el río se angosta y describe una curva que dificultaba y retrasaba la navegación. Allí nuestros heroicos antepasados tendieron tres gruesas cadenas sostenidas sobre barcazas, y de esa manera lograron que, durante el tiempo que tardaron en cortarlas, los enemigos sufrieran numerosas bajas en soldados y marineros y devastadores daños en sus barcos de guerra y en los mercantes.
Es clave señalar, para despejar lo de triunfo o derrota, que Rosas y Mansilla sabían que los invasores lograrían superar esa primera barrera, era imposible detenerlos debido a su superioridad bélica y tecnológica. Podríamos decir que la “derrota” en la Vuelta de Obligado era parte del diseño bélico patriota. Se consideraban satisfechos si, como sucedió, las fuerzas enemigas se convencían de que lo que anticiparon como una acción sin inconvenientes iba a transformarse en una pesadilla. Como así fue.
El calvario de las armadas europeas y los convoyes mercantes que las seguían continuó durante el viaje de ida y de regreso, siendo ferozmente atacadas desde las baterías de Quebracho, del Tonelero y de San Lorenzo , por lo que debe ser claro que la denominación Vuelta de Obligado alude en realidad a Guerra del Paraná, con lo que se hace justicia con quienes lucharon y murieron en ardorosos combates en distintos emplazamientos a lo largo de nuestro río.
La estrategia fijada por Rosas y Mansilla tuvo éxito, y las grandes potencias de la época finalmente se vieron obligadas a capitular, aceptando la mayoría de las condiciones impuestas por la Argentina y cumpliendo con la cláusula que imponía a ambas armadas, al abandonar el Río de la Plata, disparar veintiún cañonazos de homenaje y desagravio al pabellón nacional.
Fue don José de San Martín, henchido de orgulloso patriotismo, quien en carta a su amigo Tomás Guido del 10 de mayo de 1846 definiera insuperablemente el significado de la Guerra del Paraná: “La batalla de Obligado es una segunda Guerra de la Independencia”. Se refería a Gran Bretaña, que, años más tarde, tendría su revancha en Caseros…n
*Historiador.