La Argentina se vio afectada fuertemente por una situación extraordinaria externa, como lo es el impacto en los precios internacionales de energía por la invasión rusa a Ucrania y, al mismo tiempo, por una situación recurrente interna, una mala microeconomía. Ambas situaciones forzaron, finalmente, a dejar a un lado las necedades políticas y la toma de decisiones imprescindibles que el país necesita: la expansión en la infraestructura de gasoductos (Gasoducto Néstor Kirchner) y de oleoductos. Proyectos que no son nuevos ni originales, pues el éxito de la producción de gas y petróleo de Vaca Muerta ya preveía su imperiosa necesidad.
La toma tardía de medidas en infraestructura y, principalmente, las importaciones de gas y de gasoil a precios internacionales nunca vistos, nos llevaron a un déficit de la balanza comercial energética de casi siete mil millones de dólares en 2022.
Algo similar sucedió con las acciones necesarias de la corrección paulatina de las tarifas para el sector residencial, tanto de gas como de electricidad. Dos años de congelamiento y leves enmiendas con inflaciones (del 50% en 2020 y 2021, y del 70% en 2022) no son medidas que puedan solucionar las realidades de todos los sectores, la de los consumidores afectados por la inflación, y las de las concesionarias de transporte y distribución que no pueden hacer inversiones. Finalmente, un Estado quebrado –y poco creíble–, debió recurrir a mantener subsidios exagerados y emisión.
Pero una solución que repercute con éxito: el Plan Gas.Ar. Promulgado en diciembre de 2020, su extensión en diciembre de este año es la prueba. Si bien se trata de una acción forzada ante la perspectiva de una desagradable realidad: un 2021 en el que nos hubiéramos quedado sin gas; es la punta del iceberg de reconocer al menos tres necesidades: dar un precio en dólares al productor; regularizar contratos con subastas libres con un horizonte de mediano plazo (situación inédita desde 2002, cuando los precios eran digitados por el Gobierno y nos quedamos sin gas, con un atisbo de corrección en 2018 donde la microeconomía nuevamente hizo explotar por el aire toda iniciativa), y viabilizar la exportación al menos en concepto de interrumpible.
El cortoplacismo político donde lo urgente y lo mezquino predomina sobre lo importante, sin mediar en las consecuencias, tendrá que ser un aprendizaje de lo que no debe hacerse si queremos que Argentina recupere el liderazgo energético en la región y genere un extraordinario impacto en nuestra economía, es decir, ser exportadores de energía en la inminente transición energética.
Desde hace varios años, con la llegada de Vaca Muerta, Argentina tiene diversos proyectos que necesitan encararse con urgencia: llenar los gasoductos de exportación, exportar GNL, ya sea por plantas y por barcos licuefaccionadores, ampliar la producción para exportar GLP (gas de garrafa), urea, petroquímica. Además, desarrollar toda producción posible para exportación tanto de crudo (proyectos offshore) y gas en convencional y en no convencional. Todo esto incluye, además, promover las exportaciones de litio, de hidrógeno verde y azul, y seguir desarrollando todos nuestros recursos renovables.
Argentina dispone de todas las riquezas naturales, mineras e hidrocarburíferas y no debe estar resignada a nuestro drama actual y a la falta de maduración política de nuestra dirigencia. Albert Einstein dijo: “Somos arquitectos de nuestro propio destino”, y somos culpables del que tenemos. Puntualizar los errores solo servirá si aprendemos de ellos.
A partir de agosto de 2022, lamentablemente con el mismo accionar, llevar situaciones al extremo con relatos insostenibles, ante un posible agravamiento de la situación de la economía, se observaron algunas medidas económicas necesarias y previsibles.
Como consecuencia de esta conducta recurrente, de retrasar lo importante, finalmente en el año 2022 se concretó el comienzo de la construcción del Gasoducto Néstor Kirchner, que no representa la solución de todos nuestros problemas, pero sí una parte de ellos. También el éxito de la ampliación del Plan Gas.Ar, gracias al otorgamiento de contratos previsibles en dólares hasta 2028 con autorizaciones de exportación en carácter firme sin el peligro de ser cortadas, que permite a los productores tener previsibilidad y planificar sus inversiones, incluso los precios que surgieron de esta nueva subasta fueron menores a los previstos (resultado del crecimiento de la producción). Resta tomar conciencia sobre el tema tarifario, todavía muy en revisión y en proceso, pero al menos reconocido en su trascendencia.
¿Qué nos falta entonces? La llave de todas las inversiones: seguridad jurídica, en primer lugar, salir de la ley de emergencia económica y respetar el funcionamiento normal de las instituciones. Frenar las confrontaciones y buscar puntos de encuentro, difíciles de lograr entre un gobierno jaqueado por sus propios socios, una oposición con muchos líderes y con falta de renunciamientos, y todos sólo pensando en las elecciones de 2023. El tiempo corre, el país se desangra, debemos hacer un balance (cuyos resultados y todo lo pendiente están a la vista), un acto de contrición sincero, y ser responsables de nuestras futuras acciones.
*Director del Instituto de Energía de la Universidad Austral.