Del mundo del fútbol extraemos la anónima observación de que mientras los brasileños “aman odiar” a los argentinos, los argentinos “odian amar” a los brasileños. Más allá de la claridad conceptual de la sentencia en su propio campo, que es mucha, estamos en el reino de las ambigüedades. Amar odiar es disfrutar de ver al otro en problemas. ¿A qué otro? Al rival soberbio, arrogante. Los lugares comunes de la percepción brasileña sobre los argentinos consisten en la arrogancia, el orgullo, el egocentrismo, el preconcepto (los argentinos serían preconceptuosos “racialmente”) y la desubicación. La fuerza de estos prejuicios se hace flagrante tras experiencias de un contacto cultural más directo: visitan el país y “ven otra cosa” y lo admiten algo desconcertados; ven El secreto de sus ojos y dicen sorprenderse con tipos humanos que no esperaban encontrar en la Argentina.
Con bastante frecuencia la expresión hermanos argentinos (en español) es utilizada en la prensa brasileña. La mayoría de las veces su empleo conlleva una mordaz carga de ambivalencia: si por un lado expresa afecto o simpatía, por otro pone de manifiesto un vivo deseo de escarnecer a los hermanos, ironizando sobre su idiosincrasia o revolviendo el dedo en la llaga de sus defectos. Estas ligeras provocaciones envuelven por fuerza señas de identidad: cuando se mentan el chiste del “mejor negocio del mundo”, o las pasiones futbolísticas, son rasgos identitarios, como la (supuesta o real) arrogancia argentina y la sed de reconocimiento en aquel deporte, los que están en juego (sin duda el sintagma “hermanos argentinos” tiene su equivalente en el fútbol en la disposición ya observada de que los brasileños “aman odiar a los argentinos”). Si ciertamente no hay hostilidad ni rechazo en este modo de aproximación, el mismo reúne una carga negativa que, según todo indica, está prácticamente ausente en las imágenes argentinas sobre Brasil y los brasileños, que se han alterado sensiblemente en los últimos tiempos (desde cuando las imágenes futbolísticas gruesamente insultantes impregnaban las percepciones).
Pero hay, en estos intercambios, un conjunto de imágenes, tanto propias como recíprocas, que son homologables para cada caso, y que son compartidas: brasileños y argentinos estarían de acuerdo con ellas ya sea que se refieran a sí mismos o al otro. Así es el caso con la cordialidad, la alegría y la vitalidad de los brasileños, el optimismo, la creatividad y la informalidad y sus homólogas argentinas, la nostalgia, la melancolía y la pasión: brasileños y argentinos coinciden en la alegría brasileña y en la melancolía argentina. Y creo que otro tanto puede decirse de los pares ira/calma, hosquedad/afabilidad, tensión/serenidad, rigidez/flexibilidad, formalidad (no obstante la reputación del argentino, en Brasil, de ser bardero)/informalidad, exasperación/descontracción, introversión (ensimismamiento)/extroversión (fama de la cordialidad carioca), exasperación/placidez, reflexividad (no obstante la reputación de impulsivo)/espontaneidad, etc. Por supuesto se trata de tópicos, lugares comunes y preconceptos. No estoy en ningún caso insinuando que argentinos o brasileños sean así o asá. Lo más lejos que llego es indicar que entre argentinos y brasileños hay coincidencias en atribuir tal o cual modo de ser a unos u otros. Pero esas condiciones pueden ser puramente imaginarias o muy parciales. El mundo universitario y académico brasileño, por ejemplo, es mucho más formal que el argentino. En una oportunidad un joven estudiante tuvo un comportamiento desatinado con una profesora; cuando le pidió disculpas, la respuesta fue: “yo no lo puedo perdonar, pídale perdón a su orientador, que es a quien su conducta está comprometiendo”. Inimaginable en la Argentina. Todavía hoy, me temo que muchos brasileños y argentinos encuentren razonable una definición del carácter brasileño tan absurda como ésta, que precisa hipotéticas características psicosociales de pueblo brasileño: “la cordialidad, el deseo de complacer, la ociosidad, la resistencia a la especialización, la falta de continuidad en el esfuerzo, la volubilidad, la falta de firmeza en las decisiones”. Están, por fin, los atributos que no tienen un homólogo claro, entre ellos engreimiento, arrogancia, prepotencia, para los argentinos y moral flexible para los brasileños. Para Gustavo Ribeiro la serie de oposiciones estereotipadas que vincula a los brasileños con el hedonismo, la sensualidad y la alegría, y a los argentinos con la arrogancia, la nostalgia y la agresividad encontraría sus núcleos fundantes en las auto-imágenes simplificadoras del tropicalismo y el europeísmo. Parece un salto muy atrevido derivar de representaciones tan abstractas la vigencia de esos estereotipos, pero esto no hace menos consistente la presentación (la noción de Buenos Aires ciudad europea sigue siendo cultivada por todo turista brasileño). También cuentan los estereotipos comunes, como la falta de confianza, y la incorporatividad –la diferencia es que la noción de incorporatividad que tiene el brasileño es de un enriquecimiento mutuo–, mientras que la del argentino consiste en la adopción de los atributos de la sociedad donante.
En algunos casos, las imágenes son muy precisas y éstas coincidencias se mantienen: la pasión argentina tendría una dimensión individual, expresada por ejemplo en el tango, y una dimensión colectiva, expresada en la política: las pasiones desbordando en la esfera pública y a veces arrasando con ella (más adelante volveremos sobre esta cuestión). Otro ejemplo es el del gregarismo brasileño por oposición a la soledad, tanto como al individualismo, de los argentinos. Por fin, consignemos aquí los lugares de la Hybris, del exceso (sobre los que volveremos luego): las relaciones personales para brasileños, la política para argentinos.
El tipo de hombre cordial de Sérgio Buarque de Holanda (más que el hombre cordial del sentido común), se puede contraponer así a los tipos de hombre que surgen de Ezequiel Martínez Estrada y de Raúl Scalabrini Ortiz. El primero es un particularista para quien los lazos personales tienen primacía completa sobre las normas impersonales; éste es su rasgo más destacable, en tanto que los arquetipos que se desprenden de los dos autores argentinos, aún con sus diferencias, se alejan de aquella cordialidad, tienen en común la melancolía que les ha conferido la tierra, que en el primero es el trazo de una irredención y en el segundo la promesa de lo colectivo (ambos están solos, mientras tanto). A su vez, el hombre cordial de Holanda no comparte un rasgo fundamental con el argentino que vive “al margen de la ley” –para el hombre cordial no es el caso. Cabe señalar la fuerza que en ambos países tuvo la creación intelectual en la configuración de los arquetipos, o los estereotipos según el caso, que se divulgaron y sedimentaron.
Lo que en el interior argentino piensan de los porteños (soberbios, prepotentes, etc.) es lo que muchísimos brasileños piensan de los argentinos; para gran disgusto del hombre del interior, lo porteño es sinécdoque de lo argentino. Otro tanto ocurre con el tango, aunque ciertamente esta aproximación es tan válida como cualquier otra relación estereotipada; vale para ciertos atributos mal asignados al tango, como la pasión, pero el prototipo porteño sintoniza mejor con la milonga (urbana): jactanciosa, desafiante, algo prepotente, pretenciosa. Hasta donde sé, Brasil carece de un género musical equivalente a la milonga urbana rioplatense.
Las percepciones argentinas sobre los brasileños se aproximan a las que el propio ensayo brasileño, en ocasiones, ha logrado forjar de modo perdurable sobre Brasil y su gente. Es el caso otra vez, por ejemplo, de Sérgio Buarque de Holanda (1995), quien menta “la dulzura de nuestro genio”. Pero más contundente aún es la transformación que sufrió a lo largo del tiempo, y de su afianzamiento en el sentido común, la expresión homem cordial, consagrada por Buarque de Holanda, que perdió su connotación crítica (ésta quedó dentro de los límites de la literatura culta) y pasó a cargar el significado común y corriente: el brasileño como una persona cordial. Y otro tanto puede decirse del carácter brasileño fraguado por Gilberto Freyre: el paso del tiempo le borró los contrastes y suele creerse que Freyre pintó un Brasil esclavócrata idealizado (así como habría supuesto una “democracia racial”). El resultado es que la imagen distorsionada de la pintura de Freyre, de algún modo impregna las visiones brasileñas sobre Brasil. Lo que tienen en común estas interpretaciones es su trayectoria: un movimiento desde lo negativo a lo positivo, trayectoria en la que no son cuestionadas.
En 1966, el presidente de Francia Charles de Gaulle se permitió un exabrupto que hizo historia: “O Brasil nao é um país sério”. Por el éxito local del comentario, resulta interesante la trayectoria del sintagma complexo de vira-lata, destinado, en su creación, en la pasada década del 50, a escarnecer un hipotético complejo de inferioridad en el carácter nacional brasileño. Un perro vira-lata es un pichicho cualunque, de raza indefinida debido a las mezclas incontables, que da vuelta los tachos de basura en la calle. La expresión tiene una inocultable connotación racista (no fue ésta la intención de su autor, Nelson Rodrigues): en el concierto mundial, Brasil desentonaría debido a la mezcolanza y al componente de razas inferiores y el brasileño cargaría con este complejo como un rasgo de identidad. Que la postulación de un sentimiento brasileño de minusvalía no era algo nuevo nos lo muestra el propio Sérgio Buarque de Holanda, que en su clásico Raízes do Brasil escribe: “Cuando se hizo la propaganda republicana, se juzgó apropiado introducir, con el nuevo régimen, un sistema más acorde con las supuestas aspiraciones de la nacionalidad... sin necesitar exhibir formas políticas caprichosas y anticuadas. Sin embargo, fue más bien una incitación negativa lo que animó a los propagandistas: Brasil debía entrar en un nuevo rumbo, porque se ‘avergonzaba’ de sí mismo, de su realidad biológica. Aquellos que pugnaron por una vida nueva representaban, tal vez, todavía más que sus antecesores, la idea de que el país no puede crecer por sus propias fuerzas naturales: debe formarse de afuera para adentro, debe merecer la aprobación de los otros.” Las raíces de esta autoimagen se encuentran sin duda en la persistencia de la esclavitud a lo largo de casi todo el siglo XIX; la expresión “para inglês ver” que alude a la disposición no cumplida contra el tráfico (Ley de 1831), la “vergüenza” sentida al mantenerse Brasil como el único país esclavista en el mundo, son ilustrativas de estas raíces.
Lo cierto es que el tropo canino complexo de vira-lata se prestó muy bien para conferirle mayor visibilidad a ese supuesto sentimiento de minusvalía. Para Rodrigues, el brasileño se colocaba, voluntariamente, en situación de inferioridad delante del resto del mundo: “el brasileño es un narciso invertido, que escupe contra su propia imagen. Esta es la verdad: no encontramos pretextos personales para la autoestima”. Como se puede ver, la ambigüedad anida en el propio autor: según él ¿el complejo de inferioridad es injustificado o tiene fundamento? De algún modo, la ambigüedad se hace cargo de la que ha sido propia durante décadas de las imágenes sobre Brasil por parte de las élites brasileñas. Porque la falta de confianza – de origen racista o no– en la sociedad brasileña, coexistía incómodamente con una plena confianza en un Brasil destinado a la grandeza, confianza que se sustentaba, en sólida consonancia con la tradición histórica nacional, muy poco en la sociedad, y mucho en el Estado brasileño. En cierta medida, el pesimismo social de las élites, y su optimismo (pesimismo de sociedad, optimismo de estado / nación) estatal, eran anverso y reverso de la misma medalla: Brasil no podía ser el país del presente (en virtud del lastre social que lo afectaba), pero podía sí ser el país del futuro (a cargo de sus élites ilustradas portadoras de una visión de largo plazo titulares del Estado). En verdad, la convicción en la grandeza futura del país se remonta a los tiempos de la colonización portuguesa, a la epopeya del sacrificio por la grandeza de un Brasil imperial, por la conquista territorial inmensa y unitaria, sin perspectiva inmediata de poder colonizar o desarrollar el territorio que caía en sus manos.
Comparados con los argentinos, ¿son los brasileños más proclives al acuerdo y a la transacción en sus formas de procesar conflictos y antagonismos? ¿Cómo se relacionan unos y otros con la aplicación de la ley? ¿Hay en la sociedad argentina un afán igualitarista y en la brasileña un inveterado apego a las jerarquías? ¿Cómo se distinguen los populismos de ambos países? ¿Existen puntos de contacto entre el carnaval brasileño y las manifestaciones populares argentinas? ¿Domina verdaderamente en la Argentina un espíritu trágico y en Brasil uno festivo.
Un libro, una relación, dos políticas
Tal como dice en la presentación, en La alegría y la pasión. Relatos brasileños y argentinos en perspectiva comparada, Vicente Palermo busca dar respuesta a estos y otros interrogantes referidos a las imágenes y representaciones propias y recíprocas de argentinos y brasileños, y a su manifestación en los modos de ser personales y colectivos. El resultado es una valiosa contribución para comprender más y mejor el relato del otro país tanto como el del propio, las tradiciones históricas que sostienen a los respectivos regímenes políticos y sus particulares formas de interacción social. Por último, a este ejercicio de comparación multidimensional entre Brasil y Argentina se suma un riquísimo apéndice en el que se explican expresiones fundamentales de la jerga política de ambos países, imprescindible.
*Politólogo y ensayista.