Entre el 10 y el 11 de marzo, 1.518 malvinenses, sobre un total de 1.672 empadronados, votaron si querían seguir siendo un “territorio británico de ultramar”. El “Sí” ganó con el 98,8%. Desde el anuncio de la consulta, hemos hablado de “resultados cantados”. En una aproximación superficial, puede ser cierto. Pero el referéndum ofrece dos sorpresas, y de cómo sean explotadas dependerá el futuro de la disputa.
En Malvinas, la charla con algunos de sus habitantes revela que no todos estaban de acuerdo con el referéndum tal cual se planteó. Muchos apoyan directamente la idea de la independencia. No hay una voz única: es una sociedad muy estratificada (por origen, por actividad económica, por lugar de residencia). Tiene todos los infiernos de pueblo chico potenciados por el conflicto con Argentina. Estos se pusieron en juego de manera más o menos abierta frente a la consulta.
En la Argentina hubo distintas respuestas. La posición oficial desconoció el referéndum, y mantuvo lo que Naciones Unidas dice: que es una disputa que debe ser resuelta entre Argentina y Gran Bretaña. Los isleños no pueden participar como parte porque son ciudadanos británicos. Pero lo interesante es que debido al referéndum, hemos empezado a decir otras cosas sobre Malvinas. Nos hemos atrevido a dudar y a preguntar, y hemos sobrevivido. Es un indicio, a pesar de algunas reacciones intolerantes, de un crecimiento como democracia. Muestra, además, que las diferentes coyunturas (nacional, regional, internacional) han cambiado, y que puede ser el momento para pensar de otro modo las cosas. Una mirada histórica que ponga los hechos en una larga perspectiva puede ayudar a pensar el problema de Malvinas de otra manera.
Colonialismo. La comunidad británica de las Malvinas es una consecuencia del colonialismo. En Conquista, libro que analiza el mundo moderno desde la historia del expansionismo europeo, el historiador australiano David Day desarrolla el concepto de “sociedades suplantadoras”: aquellas que toman posesión de un territorio a costa de sus pobladores originarios y en competencia con otras naciones, en un proceso multisecular en el que numerosos espacios han cambiado de dueños. Day reconoce tres etapas: la primera es la de la “reclamación legal o de iure” simbolizada por rituales como el izamiento de una bandera o la erección de un crucifijo, que certifican la toma de posesión. Luego venía la “reclamación efectiva” que establecía “la propiedad del territorio” (por ejemplo al fundar una colonia permanente). En tercer lugar, la “reclamación de la propiedad moral del territorio”, mediante la redacción de una historia épica de su conquista, o justificándola a partir del antiguo esquema de progreso versus atraso, civilización contra barbarie, por supuesto con la adecuada acumulación de evidencias históricas en base a derecho (aunque en el caso que nos ocupa evidentemente no es suficiente).
Es interesante aplicar esta secuencia a la historia de las islas Malvinas. Las primeras dos etapas se corresponden con la competencia entre las monarquías europeas por los territorios americanos, y llegan a fechas y situaciones que constituyen lo que en la disputa por la soberanía son los “títulos históricos”: el reconocimiento de la soberanía española sobre las Malvinas, el pasaje de esta a las nuevas Provincias Unidas independientes (por el uti possidetis iuris), el nombramiento de Luis Vernet como autoridad política y militar en 1829 (protestado por Gran Bretaña), la agresión británica en 1833.
Los caminos aquí se bifurcan. Se “congela” la historia por parte argentina (pues se concentra en el reclamo), y emerge una historia fundacional por parte de los ocupantes ingleses, que hablan de familias instaladas allí desde hace nueve generaciones. Llegamos así al tercer momento, el de la “propiedad moral”. Argentina la fundamenta en la historia previa a 1833 como una forma de reforzar lo que considera sus legítimos derechos. Los isleños, con apoyo británico, construyen esa propiedad moral de distintas formas. La última, el referéndum, que a sus ojos revalida su derecho a la autodeterminación. Esto, como señalamos, no lo reconoce la ONU. Pero a pesar de las resoluciones del organismo internacional, que dicen que no pueden ser parte en la discusión por la soberanía, existen.
Este análisis permite pensar en el largo plazo. ¿Qué duda cabe de que la consolidación del Estado argentino moderno fue en parte consecuencia de procesos de suplantación? La Argentina que reclama por la usurpación británica también fue suplantadora y usurpadora, por caso, de las tierras de los pueblos originarios. Una lectura fácil llevaría a pensar que es una idea funcional al argumento británico. Tal vez sea así. Pero el esquema jurídico internacional, que niega a los isleños la autodeterminación y nos “beneficia” como “usurpados”, es paradigma emergente de la colonización europea y la dominación capitalista del mundo. Según Day, “el mundo de hoy sufre aún las consecuencias de las acciones de las sociedades suplantadoras en su lucha por consolidar la apropiación de tierras”. Deberíamos pensar la disputa de Malvinas en una clave que permita construir un nuevo orden de cosas, y no sólo como una cuestión territorial, esa vieja manía imperialista.
*Historiador, Conicet/ IDES.