El 8 de noviembre del 2017, cuarenta y cuatro ciudadanos argentinos, alistados en la Armada, decidieron subirse a un submarino… Fue su último destino. Siete días después la unidad perdió contacto con la base y lo que sigue es historia conocida.
Al cumplirse el primer año de esa ausencia, después de que esa partida inesperada nos cuestionara sobre el vínculo argentino con su mar y sobre la importancia en la dirigencia de la Defensa, surge una nueva pregunta. ¿Qué te lleva a subirte a un submarino para hacer ejercicios navales, a patrullar el mar Argentino, a ponerte un uniforme, a respetar una autoridad, a seguir una disciplina, a trabajar sincrónicamente con un grupo en tareas diferentes, y convivir en un espacio reducido, y enfrentar eventualidades conocidas o no?
Vocación. ¿Por que un joven argentino decide elegir para su vida la vocación militar? ¿Qué lleva a un ciudadano de 18 años a ponerse un uniforme, y estudiar esta profesión que tiene tan poca prensa? ¿Qué movió a cada uno de aquéllos 44 a hacerse a la mar en un submarino, vistiendo uniforme, creyendo en una misión, palpitando una profesión que en el mar se hace aventura?
Hay más de una respuesta a estas preguntas. De hecho, es difícil que exista una igual a la otra. Lo cierto es que la profesión de las armas no tiene buena prensa en Argentina, y podrían darse mil razones que expliquen por qué no está entre las opciones más requeridas.
Sin embargo, ese noviembre del año pasado, la ausencia de 44 que eligieron esa profesión, nos hermanó en su búsqueda, y a un año de no encontrarlos, sin respuestas ni certezas. Al mirar sus fotos me pregunto: ¿por qué ese 8 de noviembre decidieron subirse a ese submarino en el que estaban destinados?, y partieron a la mar.
En un mundo que tiene en crisis el sentido de lo colectivo, que no entiende el significado de Patria si no es con fundamentalismo, autoritarismo y xenofobia. Que el que tiene y es exitoso cree que no le debe nada a nadie, sino que se lo ganó por sus méritos y su esfuerzo, nada tiene que ver su país. Que el que no tiene, es excluido y no se siente parte de un todo que lo contenga y se ocupe de que no quede afuera. Un mundo en el que el colectivo Patria o Nación es reemplazado por colectivos de intereses parciales. En el que el “vivir juntos” va perdiendo valor, y con esa pérdida, va debilitándose el Estado, como expresión jurídica institucional de ese vivir juntos.
Globalización. En ese mundo en el que Argentina está inserta vía globalización, se perdieron los fundamentos del vivir juntos, y el sentido del aporte de cada miembro y cada sector que componen una sociedad y la hacen posible En recursos, en cumplimiento de reglas, en que me importen los otros que están conmigo.
Sentido colectivo. ¿Estaban locos? ¿Se quedaron en el tiempo? ¿No se dieron cuenta que ya no creemos en la camiseta? ¿Que pensamos que podemos arreglárnosla solos y que no necesitamos un cuerpo profesional que sepa algo de guerra, porque no nos amenazan? ¿Que no sentimos peligros vinculados a los que nos pasa como vivir juntos? ¿Nadie les dijo que no tememos que nos amenacen, que vengan por nosotros ni por nuestros recursos? ¿Nunca se dieron cuentan de que ningún dirigente incluyó en su proyecto la defensa?
Probablemente aquellos hombres y aquella mujer crecieron en una familia que creía en el sentido de la Patria. Un sentido que solo se transmite desde la niñez, un valor que se respira o que no existe. Pero que no se puede comprar ni vender. Ni imponer el día que necesitamos tenerlo. Quizás en su seno, descubrieron la vocación de defender ese intangible que habrán sentido valioso, la Patria. Patria que es su familia, su barrio, su camiseta del club, pero también la bandera en el colegio, la escarapela en la solapa, el grito de gol en un Mundial.
Explicar porqué puede atraer la profesión militar en un país que está tan desvalorizado el uniforme y deteriorados los medios, es difícil. Pero mucho más difícil es explicarla en un país en el que sus propios ciudadanos no creen en la camiseta, en lo que los une. Para que la profesión militar tenga sentido, hay algo que tiene que haber, y es algo que valga la pena defender.
Ellos y ella creían que había algo. Quizás partieron para dejarnos esa esperanza. Hay una Argentina, por la que vale la pena estudiar para defenderla. Hay un colectivo celeste y blanco cuyo mar hay que custodiar. Hay un vivir juntos que todavía inspira a algunos jóvenes a elegir entrenarse para su defensa. Ellos y ella creían que valía la pena y se animaron a estudiar y ser parte en esa profesión, con esos medios, con el desprecio y la desconfianza de alguna parte de la sociedad aun, y con poca claridad sobre sus misiones.
Y entonces hay familias que transmitieron ese fuego, y hay escuelas que inspiraron todavía ese amor y hay Argentina que defender.
La crisis del vivir juntos no afecta solo a la profesión militar: también al docente, al político, al juez. Todo aquello que tenga que ver con el vivir juntos está puesto a prueba en un mundo que promueve el individualismo, el consumo y la atomización. La vocación pública pierde sentido si no hay Patria. Se desnaturaliza.
No están locos. Tripulantes del ARA San Juan. Su vocación puede ser una esperanza. No están locos por creer que hay Argentina que defender, porque queremos más locos que estén dispuestos a creer en ese colectivo, queremos políticos para conducirlo y mejorar la vida de todos los que somos parte, con camino, rumbo y sentido; ciudadanos que cada uno ponga su parte creyendo en todos; y entonces, ahí, la defensa estará menos maltrecha, porque solo tiene sentido, si hay colectivo, si hay Patria.
Hace una década, la campaña de la Armada para convocar a jóvenes argentinos era “Viví distinto”. Y convocaba a vivir esos valores donde lo colectivo trasciende a los destinos personales. Quizás en esa inspiración, 44 hermanos nuestros subieron hace un año a un submarino, y en su partida nos dejaron su esperanza, ésa de que se puede vivir distinto. Solo hay que creer que vale la pena vivir juntos.
*Politóloga UCA, especialista en Seguridad internacional, Defensa e Inteligencia.