En la plataforma Netflix puede verse la película Hater, que se puede traducir como “odiador”, o persona “que odia” o “que aborrece”. La película, ambientada en la Polonia actual, trata sobre la manipulación vía redes de un joven cultor de teorías conspiranoicas, para que realice un atentado.
En 2019 hubo dos masacres realizadas por odiadores. Una, en marzo de 2019, en Christchurch, Nueva Zelanda, que dejó 51 muertos. Un joven de 28 años ingresó en la mezquita Al Noor, con un fusil a repetición, y disparó a mansalva contra los asistentes a un oficio religioso. Llevaba en su casco una cámara y trasmitió la masacre, durante largos 17 minutos, por Live4 en Facebook. Antes había publicado en sus redes una proclama contra la supuesta invasión musulmana, el anuncio de que cometería el atentado y fotografías de las armas y símbolos nazis.
La segunda tuvo lugar el 3 de agosto, en El Paso, Texas, en un Walmart, y dejó un saldo de 22 muertos. El autor fue un joven de 21 años y repitió la metodología de anunciar una hora antes, en las redes, que iba a cometer un atentado contra los mexicanos y latinos, que estaban “invadiendo los EE.UU.”
Desde 2018 los muertos por atentados de supremacistas blancos en EE.UU. y Europa han superado por cinco a los del extremismo islámico. En Alemania condenaron a dos neonazis por el asesinato de Walter Lübcke, el político conservador que defendió la integración de refugiados. El último informe de los servicios secretos alemanes cifra en 32 mil los extremistas de derecha en el país; de ellos, 13 mil estarían dispuestos a utilizar la violencia,
El perfil del “hater”. En su mayoría son jóvenes, blancos, heterosexuales, enfadados y solitarios. Se autodefinen como inconformistas, usan la frase “creen que no podemos pensar por nosotros mismos”, descreen de las versiones oficiales y se sienten dueños de verdades, que les son reveladas por videos de Youtube de inverificable procedencia.
Siempre tienen un enemigo a quien culpar de todos los males, alguien a quien atacar. Se sienten patriotas que defienden su país de otras “razas” que lo quieren “invadir”. Se juntan en comunidades cerradas, donde comparten ideas y contenidos. Se consideran víctimas, atacados y menospreciados. Usan la comunicación online, con memes o videos siempre muy visuales e innovadores.
Son antipolíticos, antiinstituciones o antisistema. Y en esto se parecen a sus primos hermanos, los militantes de ultraizquierda. Y ya sabemos que, si la política no sirve para mediar los conflictos en una sociedad, lo que la reemplaza es la confrontación violenta o directamente la guerra civil. No es casual que en estos tiempos en los EE.UU. se enarbolen las banderas sureñas de la Confederación y se vuelva a hablar de una segunda guerra civil.
Argentina. El clima político y comunicacional de nuestro país brinda un ambiente propicio para el crecimiento de los grupos de odio. La ya famosa grieta, que lleva unos diez años de profundización, se instaló primero en los medios de comunicación masiva. Y la confrontación llevó a discursos de guerra de ambos lados. En simultáneo, crecieron en las redes, alimentados por las fake news y el mecanismo homogeneizador de los algoritmos, que nos llevan a ver y leer solo lo que está de acuerdo con nuestras creencias. Un mecanismo perverso que elimina el debate de ideas, la apertura hacia otras posiciones; lleva a la cancelación y a pensar que todos piensan como uno.
Advierte el papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti: “El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba por favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo modo, obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos cerrados facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios y odios”. (…) “La agresividad social encuentra en los dispositivos móviles y ordenadores un espacio de ampliación sin igual. Ello ha permitido que las ideologías pierdan todo pudor. Lo que hasta hace pocos años no podía ser dicho por alguien sin el riesgo de perder el respeto de todo el mundo hoy puede ser expresado con toda crudeza, aun por algunas autoridades políticas, y permanecer impune”.
Sobre los discursos de odio, el doctor en Ciencias Sociales Esteban Dipaola expresa : “La circulación constante de información maliciosa y falsa, con el objetivo de desacreditar a personas, instituciones o situaciones concretas, la formación de un entramado mediático que desiste de presentar informaciones, y ofrece una posición de sus intereses como si debieran ser los de todos. Se trata de una producción y diseño del escándalo, para formar individuos indignados, que ya no se ajusten a principios estables de reflexión de sus ideas y motivaciones. (…) Los discursos de odio son registros de una verdad de época, que se funda en la indignación y el menosprecio como valor (…) estos discursos conjugan un nuevo régimen de lo verdadero que otorga el permiso de validar cualquier violencia y menosprecio sin reprimenda moral (…) son la afirmación de una individualidad desprovista de mecanismos morales represivos y, con esto, de facultades de integración”.
“Haters” criollos. Al momento de escribir esta nota, todavía no se conoce si Fernando Sabag Montiel actuó solo o fue instrumento de un plan orquestado por otros. En la película Hater se muestra cómo un joven con tendencias antisociales es captado por internet, jugando con una mezcla entre realidad y fantasía. Sí está muy claro que Sabag Montiel es producto o engendro de la mecánica que expuse antes y, además, fue dando pasos en su actividad confrontativa y de exposición mediática.
Quien va a cometer un magnicidio seguramente tiene rasgos megalómanos. El megalómano es una persona con un concepto elevado de sí mismo, narcisista y con comportamientos de delirios de grandeza y omnipotencia. David Chapman, quien a los 25 años asesinó a John Lennon, luego de cuarenta años de cárcel, explicó: “Lo asesiné porque era muy, muy, famoso y esa es la única razón. Yo estaba muy, muy, concentrado en buscar la gloria personal”.
Sin duda, Sabag Montiel también aspiraba a la gloria personal. Pensaba que matar a Cristina Kirchner le iba a dar gloria personal. Y lo más grave y doloroso es que, efectivamente, existe una parte de la sociedad que iba a festejar el crimen y lo iba a convertir en una especie de héroe. De hecho, ya una legisladora santafesina está pidiendo su libertad.
Grieta. Para finalizar, no quiero dejar pasar algunos discursos de este lado de la grieta, en el que me encuentro. En las redes sociales, he visto estos días, repetidamente, las palabras guerra civil. Por ejemplo, un conocido tuitero K escribió: “¿Son conscientes de que si ese disparo salía del arma, acá no quedaba piedra sobre piedra? Si la bala salía estaríamos quemándolo todo, este país estaría terminado, sumergido en la violencia más cruda”. Otro imaginó: “En un universo paralelo donde la bala salió de la pistola, hoy en Argentina empieza una guerra civil cuyo final es imposible prever”.
Más allá de comprender y participar del profundo dolor e indignación que nos hubiese producido el magnicidio, y el entender que más de uno quisiera descargar su bronca en las calles, debemos ser muy prudentes en el uso del lenguaje, porque las consignas violentas preceden a los hechos de violencia.
Quienes vivimos de cerca la violencia de los años 70 sabemos que no es un juego. Que cada acción violenta tiene una reacción, y un crecimiento en espiral. Y la violencia cuesta vidas propias y ajenas.
Aclaremos también que, en los 70, nunca estuvimos cerca de una guerra civil. Lo más cercano a una guerra civil fue en 1955, que Perón frenó con su renuncia. Tal vez el único registro recordable es la Guerra Civil Española. Fue una guerra de familias contra familias. Cuando tan livianamente alguien dice: “Esto termina en una guerra civil”, debería hacer el ejercicio de pensar: cuántos familiares, cuántos amigos, compañeros de trabajo, cuántas personas que conoce están del otro lado de la grieta y califican como “enemigos”. Una cosa es insultarse en el Facebook o en la cena de Navidad, y otra muy distinta es empuñar un arma contra una persona que no piensa como nosotros.
Está claro que las enormes mayorías que poblaron las plazas el 2 de septiembre lo hicieron en paz y con alegría. El nuestro es un pueblo que anhela la paz. Pero los dirigentes, los militantes, los activistas de las redes y las calles tenemos la obligación de ser prudentes y medir hacia dónde empujamos.
*Autor de Salvados por Francisco y La lealtad. Los montoneros que se quedaron con Perón.