“Por momentos, lo que estamos viendo en estos días me recuerda a la época en que los esclavos liberados se desplazaban hacia el Norte, buscando poder vivir dignamente”. Marcel Feraud, abogado y diplomático ecuatoriano, se arrellana en una de las amplias butacas de su estudio jurídico, y deja flotar el silencio, acaso perturbado por la observación que acaba de pronunciar.
Afuera fluye, bajo un sol aplastante, el tránsito que viaja por Le Jeune, una de las avenidas principales de Coral Gables, en el condado de Miami-Dade.
Feraud se da esa pausa luego de haber soltado, a ceño fruncido, una descripción detallada –y lamentable– acerca del estrés que viven los inmigrantes del sur de Florida como resultado de las amenazas del gobierno federal.
Según datos oficiales estadounidenses, el desaliento de los inmigrantes ilegales es palpable. Al revisar los números de este año respecto del paso por la frontera de México y el Tapón de Darién, las cantidades son sensiblemente menores a las del año pasado.
Sin embargo, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) dependiente de la ONU, no publica cifras propias. Su directora, Amy Pope, afirma que “lo que vemos en Estados Unidos es similar a lo que vemos en todo el mundo cuando hay demanda de migrantes”, en referencia a la fragilidad de quienes dejan sus países en condiciones que, muchas veces, están al borde de la crisis humanitaria.
“Últimamente la gente consulta con mucho miedo. Están muy estresados y eso empeora todo cuando se trata de analizar decisiones posibles”, señala Feraud, que fue cónsul general de Ecuador en Miami a inicios de este siglo y es activo defensor de los derechos humanos en el Interamerican Institute for Democracy (IID), una organización sin fines de lucro que trabaja principalmente con los países latinoamericanos que sufren dictaduras o regímenes autoritarios.
Desde Ecuador. Al respecto, en varios pasajes de la conversación, Marcel Feraud refiere la singular situación de su país natal en el marco de las políticas migratorias estadounidenses: “Ecuador, en su historia reciente, no ha tenido una dictadura como la de Cuba, Nicaragua o Venezuela. Sin embargo, las políticas del último tiempo generaron más inseguridad y desempleo, lo que trajo un aumento significativo de la emigración”.
Desde 2020 y hasta el año pasado, según la ONU, la emigración ecuatoriana venía incrementándose en forma sostenida; 2023 marcó el récord de 121.335 emigrados, y para el primer semestre de 2024 ya habían salido del país casi 100 mil personas.
La mitad de ellas elige Estados Unidos como país de destino, y cuando pretenden ingresar al país de la primera economía mundial por la frontera con México, uno de los desafíos es el paso de Colombia a Panamá, conocido como Tapón de Darién.
La selva de Darién interrumpe el trazado de la ruta Panamericana, que conecta Sudamérica con América Central, creando un espacio de 160 kilómetros de vegetación exuberante, montañas, pantanos, animales peligrosos y mafias que lucran con los migrantes.
“Pero los ecuatorianos nunca han sido incluidos dentro de las excepciones humanitarias que Estados Unidos ofrecía a cubanos, venezolanos, nicaragüenses o haitianos; porque en Ecuador hemos tenido, salvo un período en los 70, democracia”, subraya Feraud. Más allá de que hoy día esas excepciones, conocidas como Temporary Protection Status (TPS) han sido suspendidas por la administración Trump, y que el “parole humanitario” –permiso discrecional de ingreso al país– ha endurecido sus condiciones de admisión, sigue siendo posible gestionar asilos para quienes son perseguidos por sus opiniones o actividad política.
Feraud trabaja en ello: “Más allá de mis connacionales, hay muchos venezolanos que se encuentran en México intentando entrar y no pueden, pero tampoco les resulta factible volver a su país. Hay que entender que nadie deja su tierra porque sí, y te aseguro que quienes entran por esa puerta –señala el frente de su estudio– traen historias que cuesta mucho escuchar”.
Según la OIM, en 2023 más de 50 mil ecuatorianos atravesaron esos 160 kilómetros de selva; luego les espera, en muchos casos, el río Bravo, que delimita la frontera sur de Estados Unidos. “Este es un país de inmigrantes –sigue Feraud– y necesita de los inmigrantes, porque todos venimos a trabajar. Por eso es difícil entender la situación de hoy, pero hay que destacar que la sociedad norteamericana siempre recibió bien a quienes llegan, no importa de qué país sea”. Para regularizar la situación, los inmigrantes necesitan tiempo. Poder trabajar y juntar dinero para pagar honorarios de la gestión de permisos de trabajo, asilos, excepciones.
Históricamente, y de acuerdo con la Cuarta Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, la policía no tiene permitido detener a ninguna persona sin razón. Es decir, en ningún Estado del país se admiten retenes. Sin embargo, la entrada en vigor de la Ley SB-2 y la extensión del 287(g) –Sección 287(g) de la Ley de Inmigración y Nacionalidad– crearon un margen de maniobra nuevo: la primera norma citada obliga a la policía estatal a colaborar con el ICE –Inmigration and Custom Enforcement, Servicio de Inmigración y Control de Aduanas–, y la segunda permite a los oficiales del mismo cuerpo estatal actuar como agentes migratorios.
En otros términos, y si bien en Miami esto no resulta frecuente, ahora sí la policía estatal tiene razones para detener personas y observar su estatus migratorio.
Cruzar el río Bravo. En la prensa internacional, especialmente en medios europeos, es habitual que se publiquen artículos en los que se narra el calvario de los migrantes. Sin dudas, como afirma Pope, se trata de un problema global.
Sin embargo, escuchar en primera persona cómo es cruzar el río Bravo estremece.
Tayla es panameña, tiene menos de 40 años, es morena y luce una sonrisa que desafía lo imaginable. Llegó a Miami en 2022 con tres hijos: una nena de 4, otra de 12 y un varón de 17. A él lo perseguían miembros de un cartel de narcotraficantes y, cuando su vida estuvo en riesgo, Tayla decidió huir.
“Las migras mexicanas no tienen problemas con los migrantes de otros países que van a cruzar el río, salvo que seas ruso o chino, porque saben que ellos tienen un pocotón de dinero. Pero a mí me aconsejaron que me vistiera como andrajosa y así lo hice, y lo mismo con mis hijos”, recuerda la madre.
Continúa: “El coyote (el acompañante que organiza el cruce del río, en sociedad con los efectivos de la patrulla fronteriza estadounidense) sí te cobra. Y también los siete retenes militares que pasamos. No puedo decir que me trataron mal, pero a los últimos tres les di 60 dólares. El coyote nos llevó hasta un lugar que era como un centro deportivo, todavía del lado de México, frente a Texas. Ahí nos dijo que corriéramos hacia el río, que estaba como a dos cuadras”.
“Esto fue a las nueve de la mañana –sigue–. Él nos había estado llamando por teléfono desde las cuatro, pero no cogíamos señal en el campamento, así que me avisó que a la hora que cruzábamos el río iba a estar alto, como por mis pechos. Recuerdo que tomé a la pequeña y me la clavé en las costillas, de costado, y los otros dos cruzaron detrás de nosotros, de la mano”.
“¡Ay, qué fría estaba esa agua!”.
“Yo la verdad es que allí sí tuve miedo, porque el río y las maras eran lo que a mí me preocupaba, de allí más nada. Pero la chiquita lloraba a los gritos de lo fría que estaba el agua. Y cuando llegamos al otro lado, nos esperaba la Border Patrol con mantas. Nos saludaron y nos dieron la bienvenida. De allí nos llevaron en un bus al centro de detención de inmigrantes, nos dieron desayuno, almuerzo y cena, nos duchamos y dormimos”, afirma. “Al día siguiente nos llevaron a una iglesia y nos dejaron allí, salvo al varón, que ya con casi 18 años no lo aceptaban en ningún programa de ayuda. Él quedó detenido en otro lado, porque tampoco lo incluían en lugares para madres solteras. Lo dejaron ir un mes después, y nos reencontramos en Miami”, concluye.
Estadounidenses que también migran. Marcel Feraud señala que en los últimos dos meses recibió varias consultas sobre un tipo de visa no retributiva para permanecer en España. “Es sorprendente que los que aplican desde aquí son jóvenes, por lo general primera generación de americanos, que no tienen comprometido su estatus legal, pero no están dispuestos a soportar el asedio de las autoridades”, observa.
La explicación viene acompañada de un análisis: “Si bien con esa visa no está permitido trabajar, es posible manejar asuntos vía remota. Es bastante simple aplicar, y el trámite no demora tanto. Solo hay que demostrar cierto dinero en una cuenta bancaria”.
Quienes tienen antepasados en Europa buscan obtener la ciudadanía. Mientras, miran desde el Viejo Mundo el rumbo del país que supo abrir los brazos a hombres y mujeres de todo el mundo, para construir la democracia más duradera y la economía más potente.
*Periodista.