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Salir del poder

Los que dejaron la política

Estamos acostumbrados a dirigentes que cambian de posición, pero siguen ahí, en sus cargos. Aquí hablan los que entraron a la función pública, pero se fueron. ¿Por qué no continuaron?, ¿qué no se esperaban?, ¿es sucia la política?, ¿meterse en política es meterse en terreno pantanoso? ¿Qué vieron que no les gustó, como diría Carlos Reutemann?

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Salir del poder. | cedoc

En 2002, quien fue gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann, rechazó la propuesta del expresidente Eduardo Duhalde para ser el candidato presidencial del peronismo con una frase que quedó en la memoria colectiva: “Vi algo que no me gustó”. Sin mayores aclaraciones, de aquella sentencia enigmática se habló siempre, aunque desconociendo su verdadero significado. Reutemann nunca dijo públicamente qué fue lo que no le gustó y, finalmente, aquel heredero fue Kirchner. 

Hay funcionarios que están desde hace más de tres décadas en la política. Cambia el puesto, el rango, el partido, pero la carrera política sigue y se vuelve el trabajo permanente. Otros, cumplen sus funciones y siguen con su vida laboral por otros horizontes. Estas son algunas de sus historias. 

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Tras doce años de experiencia en las Naciones Unidas en diferentes departamentos, Susana Malcorra asumió como ministra de Relaciones Exteriores y Culto el 10 de diciembre de 2015, con Mauricio Macri como presidente. “Ser ministra, representar a mi país, fue uno de los más grandes honores que pude tener”, admite la diplomática. Renunció a su cargo el 12 de junio de 2017, con menos de dos años en el puesto. Su sucesor fue Jorge Faurie. El resto de ese año, de julio a diciembre, fue asesora presidencial. “Contribuí a la proyección de la Argentina al exterior, desde mi formación, y desde lo que aprendí en más de una década en la ONU. Me retiré por razones personales, familiares, esa es la realidad”, explica.

Malcorra es ingeniera eléctrica y actualmente se desempeña como miembro de múltiples instituciones, como Global Woman Leaders. En medio de su paso por el ministerio, en 2016, surgió una posibilidad: fue postulada para ser la Secretaría General de la Naciones Unidas. Por aquel entonces dijo: “Los presentes hoy aquí compartimos el reconocimiento de que las Naciones Unidas suelen ser el único bastión de esperanza para muchas personas que enfrentan circunstancias difíciles alrededor del mundo. Tengo la convicción de que esta organización puede ir más allá de lo que ha hecho hasta ahora”. Finalmente, aquel deseo se esfumó. El 13 de octubre de 2016, tras la recomendación por unanimidad del Consejo de Seguridad, logró el puesto el portugués António Guterres. Para Malcorra no quedan rencores: “Hay un momento para cada cosa. Mi momento para la Secretaría General ya fue. No se dio. Voy a estar trabajando fuertemente para que la próxima secretaría nos represente y me aseguraré de que así sea. Pero ya no es más mi momento”. 

El balance por el ministerio también fue bueno. Nada de embarrarse: “Hay muchas cuestiones difíciles en la gestión, en el día a día de un gobierno. Sin lugar a duda, muchas cosas complejas. Pero mi balanza es totalmente positiva. Es de la inserción de Argentina en el mundo, de agregar lo que Argentina necesitaba”. 

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Julián Colombo, licenciado en Ciencias Políticas, fue funcionario de la provincia de Buenos Aires durante el gobierno de Daniel Scioli, entre 2007 y 2015. Empezó a militar en 2004, cuando terminó la secundaria. “Me encantaba la política. En ese momento todavía no existía Twitter para comentar, pero siempre miraba los actos por la televisión”, recuerda. Cuando terminó su licenciatura comenzó a trabajar full-time en el gobierno de la Provincia: “Empecé sacando fotocopias y sirviendo café. Para cuando terminó la gestión de Scioli, yo ya era coordinador de la Unidad Gobernador y miembro de su gabinete. Pasaba todo el día con él, asesorando en temas de toda índole”. 

Algo cambió cuando en 2015 Scioli perdió las elecciones presidenciales que logró Mauricio Macri. En ese momento el nombre de Julián comenzó a sonar en la prensa como quien podría ser el secretario general de Presidencia si ganaba su jefe, y como uno de los hombres de mayor confianza del gobernador. “El hecho de no haber podido ganar las elecciones en 2015, haber estado tan cerca. Eso siempre va a ser una deuda pendiente”, reconoce. “Consideraba que Daniel era la mejor opción. Teníamos muchos proyectos para el país”. 

Luego de aquella derrota, Colombo fue a Estados Unidos a realizar una maestría en Políticas Públicas. Más tarde, en 2020, acompañó a Scioli a Brasil, donde hasta el momento cumple con su rol de embajador. “Estuve unos meses en la embajada de Argentina, pasé la pandemia en Brasil, con las fronteras cerradas. Tenía ganas de volver a Buenos Aires con mi familia. Para ese punto mi paso hacia el sector privado fue, por un lado, por esta cuestión profesional. Y por el otro, porque ya no tenía la misma motivación por la política que tenía diez o doce años antes, cuando había empezado. Tenía la necesidad de probar cosas nuevas”, cuenta. Hoy Colombo es el CEO de una empresa de criptomonedas. “Empecé a ver un sector en el que podía lograr un cambio social, que fue lo que siempre me interesó. Pero esta vez, desde el sector privado. No veo a los dos sectores como antagonistas. Daniel hacía correr a todos con la velocidad de una empresa tecnológica. Todo era rápido, urgente. No es muy diferente al ritmo de ahora”, afirma. 

“Uno sabe que cuando trabaja con un gobierno hay que legislar con intereses contrapuestos. Eso hace que las discusiones sean álgidas y que la toma de decisiones sea difícil. Pero no sé si lo consideraría como embarrarse o jugar sucio”, dice. Como ejemplo recuerda cuando, aún en funciones, la Legislatura dictó la ley que estableció la fertilización in vitro gratuita: “Ahí había prepagas y obras sociales que no querían cubrir el tratamiento. En ese sentido uno debe tener un temple especial y una convicción muy grande por lo que hace. En mi caso no sentí que haya que bajar al barro, intenté mantenerme lejos de las discusiones típicas de las chicanas y de las cosas personales, que para mí no llevan a ningún lado. Disfruté mucho debatiendo ideas con gente que pensaba diferente, pero siempre intenté que sea con altura y argumentos”. 

“Hay cosas que extraño de la política. No hubo nada en particular que no me haya gustado, tiene todos los sinsabores del sector público, muchas áreas son difíciles, muy burocráticas. Cuando uno tiene buenas ideas, a veces cuesta moverlas por todo el entramado de la administración. Pero más allá de eso, mi experiencia en la política fue súper positiva. Sigo en contacto con Daniel todos los días. Uno nunca deja la puerta cerrada”, admite. 

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“El 2001 me marcó. En ese momento estaba en el colegio. Más adelante decidí estudiar Ciencias Políticas, resignando Arte y Diseño que era la otra opción. Quería solucionar lo que pasaba, me dolía que el país esté así. Pero primero quería comprender, entender cómo funciona el sistema, el poder y cómo resolver lo que nos pasaba como sociedad”, explica Paula Herrera, quien fue la comunera más joven en la primera elección de comunas, entre 2011 y 2015 en la Ciudad de Buenos Aires. Con Mauricio Macri fue coordinadora del equipo de Comunicación de Casa Rosada entre 2015 y 2016, y entre 2017 y 2018 fue directora de Coordinación Federal en el Ministerio de Cultura de la Nación, “hasta la reforma de la estructura política del Estado Nacional que llevó adelante Macri, donde se eliminaron uno de cada cuatro cargos políticos”, aclara. 

Lo que llevó a Paula Herrera a entrar en la política fue la crisis y la curiosidad. Aparte de su licenciatura en Ciencias Políticas posee un posgrado en gestión de asuntos corporativos. Hoy es consultora en comunicación estratégica, política e institucional, y desde mayo de 2022 colabora con Roberto García Moritán en su estrategia. Además, es la secretaría ejecutiva del Centro de Estudios en Ciudadanía Cives de la Universidad de Palermo, y también es docente. “Ahora no milito”, aclara. 

La casualidad jugó su papel al momento de su entrada en la política. Aunque no hay que negarlo, también respondió a una búsqueda personal: Paula era presidenta del Centro de Estudiantes de la UCA y la invitaron a participar en la juventud partidaria del PRO. “Desde la primera reunión tardé un año en involucrarme de lleno en la militancia”, recuerda. No todo fue lo que esperaba en este camino: “Me frustró sentir que desde un cargo público es poco lo que se puede lograr, hay muchos condicionamientos”. “Cuando fui funcionaria en la Comuna 14 era más tangible el impacto debido a la cercanía con los vecinos. El comunero se convierte en el funcionario más cercano para el diálogo permanente”, opina. Agrega: “Trabajé en la transformación de la Ciudad en una más sustentable y verde. Ahora quizás nos olvidamos, pero en ese momento las bolsas de basura se acumulaban en las esquinas, y no había contenedores, y menos diferenciados. La Comuna 14 fue la primera en implementarlos”. 

Sin embargo, la dificultad para lograr cambios que nombra Herrera tiene su lado positivo, y es que dicha complejidad se produce por la puja de intereses que la democracia reclama: “Aprendí que el modo por el que conseguís los resultados condiciona su sustentabilidad y que el poder está mucho más distribuido de lo que parece. Por lo tanto, es imposible lograr cambios profundos sin acuerdos mínimos compartidos. Tampoco es posible si hay minorías intensas en contra, o actores de peso con poder de veto. En la conversación pública es donde se da la batalla más relevante para construir esos consensos mínimos necesarios que posibiliten los cambios reales”. “Encontré en la comunicación un modo de seguir vinculada con la política, pero desde otro lugar que me permite ser más libre y creativa. Me considero una librepensadora con una visión profunda sobre la complejidad de la realidad. Creo en la importancia de la expresión humana libre, siempre que no perjudique a terceros, para construir sociedades pacíficas”, explica sobre su nuevo rumbo. 

“Hoy no me considero militante de nada. Y en cierto sentido, soy bastante crítica de ese concepto, después de haberlo sido. La militancia siempre tiene sentido desde las necesidades de las estructuras de poder, que no siempre coinciden con las necesidades de la gente. El militante autobloquea su capacidad de pensamiento en pos de defender los intereses de sus jefes políticos, autoconvenciéndose de que eso es lo mejor. Es lo que en comunicación llamamos disonancia cognitiva”, apunta. “Lo que sí rescato de la militancia es que en general hay una generosidad de entrega de tiempo por una causa, y eso lo veo de ambos lados de la grieta. También que saben construir comunidades de pertenencia”, sostiene. “Creo que si los militantes jóvenes lograran mayor capacidad de autocrítica de sus propios espacios políticos podrían convertirse en dirigentes interesantes para la Argentina del futuro y así construir con sus rivales para lograr soluciones sostenibles en el tiempo. No creo que la realidad sea blanca o negra, ni tampoco gris, sino que el verdadero reto es poder descubrir los colores y mezclarlos”, asegura la exfuncionaria. Y finaliza: “Cada día me convenzo más de que la salida de Argentina no es ni la tibieza ni la confrontación, sino la creatividad”.