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tras las declaraciones de horacio gonzalez

Lucha armada en los '70: un debate sin cerrar que vuelve una y otra vez

Cuatro intelectuales reflexionan sobre el llamado del ex director de la Biblioteca Nacional a repensar la valoracion de la guerrilla. En cuestión temas como socialismo nacional, violencia política, democracia o resistencia a la dictadura.

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González. El ex director de la Biblioteca considera que repensar lo hecho por la juventud maravillosa es no caer en los excesos del neoliberalismo actual. | Escayola / cedoc

Revisar el pasado sin nostalgia ni épica

“Hay que reescribir la historia argentina pero no en esa especie de neoliberalismo inspirado en las academias norteamericanas […]. Sino que tiene que ser una historia dura y dramática, que incorpore una valoración positiva de la guerrilla de los años 70 y que escape un poco de los estudios sociales que hoy la ven como una elección desviada, peligrosa e inaceptable”.

¿Los dichos de Horacio González son representativos de lo que ocurrirá si eventualmente Alberto Fernández y Cristina asumen la conducción del país? Prefiero imaginar que es una manifestación individual. Recordemos, por favor.

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¿Van a volver? Cuando Mario Vargas Llosa fue invitado a inaugurar la 37a Feria del Libro, González intentó prohibirlo con el argumento de que es un hombre de derecha que “ataca los gobiernos populares” y tiene un pensamiento “mesiánico y autoritario”. Los gobiernos populares eran, naturalmente, Venezuela, Cuba y Nicaragua. Afortunadamente, alguien le advirtió a la presidenta que el escándalo internacional de prohibir hablar a un Premio Nobel perjudicaría su imagen. Y lo desautorizó.

Si existe un ejemplo paradigmático del pensamiento autoritario, es que un intelectual intente acallar desde el Estado a otro intelectual. No es González el primero ni el único; la historia está plagada de casos en que el sectarismo totalitario induce a conductas de este tipo. Es una concepción estalinista del poder que tiñó el gobierno de los Kirchner.  

Recordemos. Para ingresar a la Biblioteca Nacional, entonces dirigida por González, había que pasar junto a las estatuas de Perón y Evita amorosamente sentados en un banco de plaza y luego atravesar gigantografías de Néstor Kirchner. Un sitio público había sido convertido casi en una unidad básica de nostalgias partidarias.

Aramburu, Rucci y los otros. ¿Cuál sería la valoración de la guerrilla de los 70? Si se trata de entender por qué una generación abrazó las armas como respuesta a las sucesivas dictaduras que desde 1955 castigaron a la sociedad, eso ya fue dicho y repetido. Hubo un hastío que empujó a muchos jóvenes a rebelarse y recurrir a la violencia. La conjunción entre la prepotencia de las Fuerzas Armadas y las propuestas del Che Guevara produjo un fenómeno que costó la vida de miles de jóvenes. Fue una circunstancia histórica analizada desde distintas corrientes del pensamiento. Alzarse en armas bajo la dictadura de Onganía, Levingston y Lanusse fue una opción irresistible para muchos.

Pero ¿qué valoración positiva quiere hacer González de la aparición en público de Montoneros asesinando a Aramburu? ¿Cuál valoración habría que realizar del crimen de José Rucci, secretario general de los trabajadores? ¿O de los numerosos dirigentes gremiales, policías, profesionales “enemigos del pueblo” también asesinados por los grupos armados?

Si los militares y Cuba empujaron a miles a usar las armas, no existe ninguna disculpa para quienes no las abandonaron cuando en 1973 toda la ciudadanía votó por la paz.

Le sugiero a González que relea la revista Controversia, publicada en el exilio hace ya cuarenta años, donde amigos como Sergio Rubén Caletti, Nicolás Casullo, Héctor Schmucler y muchos otros reflexionaron sobre estos temas con una lucidez que González parece haber perdido.

O más recientemente, que eche una mirada a la revista Lucha Armada en la Argentina en donde a lo largo de diez años intelectuales, académicos y ex guerrilleros también trabajaron en la revisión del pasado con un espíritu crítico, sin nostalgias, revalorizando la democracia y la libertad de expresión, lejos de toda épica y certezas religiosas.

*Sergio Bufano. Periodista y escritor.

 


 

No es el pasado, es el presente

Hablar de los años 70 no es, simplemente, hablar de los años 70. No hemos logrado convertirlo aún en un ejercicio histórico normal, como puede ser estudiar cualquier otro momento de nuestra corta vida nacional. Ver esa época es más parecido a asomarse a fisgonear en un espacio incómodo, no resuelto, de nuestra historia y con permanente proyección en el presente.

Cada tanto, el debate público reactualiza la disputa por la construcción de la memoria sobre aquellos años trágicos. Las opiniones académicas y políticas tocan a veces algunos extremos y pendulan entre quienes consideran que una suerte de olvido colectivo es lo más cercano a “resolver” el problema y otros que ponen el peso mayor en la reconstrucción de la memoria y en su confirmación como una suerte de hecho moral absoluto. Hay bibliografía profusa y buena para ambos argumentos, desde Paul Ricouer, Pierre Nora y David Rieff, hasta Elizabeth Jelin y Leonor Arfuch, pasando por Andreas Huyssen.

Estas discusiones aparecen como centrales toda vez que los 70 siguen viviendo entre nosotros. Esta semana fueron repensados a partir de la declaración de Horacio González, que llamó a reivindicar positivamente una de las partes incómodas de aquel pasado: la acción de los partidos armados.

Presente. Surge entonces, en primer lugar, la necesidad de preguntarnos, sabiendo que no estamos lidiando con la historia sino con el presente: ¿cuál es hoy el sentido de recuperar de forma positiva la acción de los jóvenes que en los años 70 decidieron que la mejor forma de hacer política era mediante la lucha armada?

En los años 80, la visión más extendida tendió a condenar la violencia política pero, al mismo tiempo, enmarcar la acción de las organizaciones armadas en una estrategia defensiva que hacía de quienes habían tomado las armas víctimas de su tiempo y de sus acciones.

Décadas más tarde, esta mirada fue resignificada con un interés más político que histórico: se impuso, así,  la figura de héroes para definir a quienes estuvieron dispuestos a morir y matar por sus ideas. Los héroes, a diferencia de las víctimas, son enteramente responsables de sus elecciones y de sus destinos. Héroe es aquel que, pudiendo haber hecho otra cosa, eligió el más correcto de los caminos.

De París a Praga. Desde un punto de vista historiográfico, e incluso desde el análisis político, no se hace difícil comprender la opción armada dado el contexto internacional. El espíritu revolucionario de la época, los impulsos posteriores a la revolución cubana y los reverberos del Mayo Francés y de la primavera de Praga maridaban muy bien con el discurso de los curas del Tercer Mundo y la lucha por los derechos civiles de Martin Luther King. En nuestro país, la opción armada tuvo como marco una época en la que se sucedieron gobiernos de facto y semidemocracias que mantuvieron la proscripción al partido mayoritario.

Sin embargo, incluso en este clima que favorecía la vía armada, no fueron pocos los debates que se dieron al interior de los espacios políticos sobre la conveniencia o no de tomar las armas. Hubo quienes decidieron que aquella era la mejor estrategia, como Montoneros o el ERP-PRT, mientras que otros –la Coordinadora Radical, el PST o Lealtad, para nombrar tres fuerzas con orientaciones políticas diferentes– apostaron a enfrentar a los gobiernos autoritarios de formas no violentas.

La sociedad política, el mundo de las ideas y la academia hicieron y hacen un esfuerzo por comprender cada tiempo histórico. Hecho ese trabajo, la pregunta que se nos instala, con una democracia consolidada y con más 35 años de recorrido, es por qué se hace más difícil reivindicar positivamente a los que no optaron por la violencia y eligieron, con todo el viento en contra, defender críticamente las instituciones democráticas. ¿Por qué no iluminar la experiencia de quienes tuvieron confianza en la soberanía popular y creyeron en elecciones libres, sin proscripciones ni condicionamientos?

Si la memoria de los 70 está cometiendo una omisión, es con este grupo de jóvenes. Cuánto mejor sería nuestra democracia si nos ocupáramos de reivindicar positivamente a ellos.

*Sabrina Ajmechet. Historiadora.

 


 

“Los dichos también cuentan”

Un grupo de intelectuales se manifestó en contra de los dichos de Horacio González. En una declaración pública firmada entre otros por Graciela Fernández Meijide, Santiago Kovadloff, Sabrina Ajmechet y Nicolás Isola, afirman que “para los que participamos del múltiple y extenso mundo de la cultura y las ideas no es un dato menor que quien diga esto haya sido durante más de una década director de la Biblioteca Nacional. En esa tarea, lo esperable es que se cuide, se preserve y se expanda el poder de las palabras en el discurso público. Que quien tuvo semejante responsabilidad maltrate la memoria y se vea a sí mismo tanto representado por un discurso de odio como dispuesto a reproducirlo provoca desasosiego”.

Consideran que “los que firmamos esta nota estamos preocupados. Creemos que la glorificación de la violencia política no reconoce fronteras temporales y es, en todo caso, una  celebración de la muerte”.

*Pablo Helman.

 


 

Si la idea es reescribir el papel de la lucha armada, llegamos tarde

Primero leí los titulares en los grandes darios, y bastante después fui a buscar en el portal La Paco Urondo los dichos de Horacio González. Confieso que siempre me cuesta entender sus textos y esta vez tampoco me quedó claro qué quiso decir. Por supuesto,  el Gobierno y los medios oficialistas, que siguen el manual de Duran Barba, con tan pocas buenas noticias que dar de nuestro presidente, salieron rápidamente a magnificar y cuestionar los dichos del ex director de la Biblioteca Nacional, como si hablara el futuro jefe de Gabinete de Alberto Fernández.

Yo no voy a opinar  sobre una frase cuyo sentido y dimension no veo claros. Voy a relatar algunos hechos que ya son parte de la historia, y aportar alguna idea acerca del debate pendiente sobre la guerrilla de los años 70.

Una agobiante tarde de enero  de 1974, en un pequeño departamento de Once nos apilábamos una docena de jóvenes conspiradores. Yo era, creo, el más joven y novato de todos, y estaba en calidad de acompañante del cura, el Viejo Galli. Estaban debatiendo dar un paso política y humanamente muy complejo: fracturar la organización Montoneros, tratando de llevarse la mayor cantidad de cuadros posibles. Maniobra que contaba con el aval expreso del General Perón. Los argumentos centrales eran dos: uno, que si nos decíamos peronistas, teniamos que acatar la conducción de Perón; y dos, que era totalmente ilógico seguir con la lucha armada estando en democracia, y con Perón de presidente. Entre esos jóvenes había uno, muy activo, que aportaba ideas y escribía; borrosamente recuerdo su imagen, rubio de pelo largo y raya al medio. Muchos años después supe su nombre, Horacio González. Horacio, si bien no era un cuadro combatiente (varios de quienes estaban allí sí lo eran), era ya un intelectual de fuste y estaba dando origen a lo que se llamó la JP Lealtad y Montoneros Soldados de Perón, organizaciones de muy breve vida política. Pero –a decir de Perdía y Vaca Narvaja, en sus libros biográficos– la Lealtad fue la fractura más importante que tuvo Montoneros por la cantidad y calidad de los cuadros que se fueron en ese momento.

Néstor y Cristina. El escritor y ex Lealtad Teodoro Boot ha dicho: “Tal vez lo más importante de la Lealtad fue que salvó muchas vidas, y entre ellas las de dos jóvenes que años después serían protagonistas de la gran historia: Néstor y Cristina”.

Horacio, en ninguno de sus escritos, ha reconocido esta parte de su historia, incluso cuando con Norberto Raffoul y Rodolfo Beltramini entrevistamos a más de cincuenta compañeros para el libro (La Lealtad-Los montoneros que se quedaron con Perón), a Horacio no le interesó dar su testimonio, ni hacer aportes a una historia que conocía muy bien, pero tenía negada. Cuento esto porque él, como yo y como muchos de quienes escribimos sobre los 70, no somos intelectuales asépticos incontaminados de las pasiones, dolores, errores y culpas. No es lo mismo escribir sobre el Combate de Obligado, o la Campaña del Desierto, que sobre la ejecucion de Rucci, el acto del 1° de Mayo, y la muerte de tantos amigos queridos.

Volviendo a su frase, sigo sin entender cuál es su sentido. Si se trata de reescribir la historia reinvindicando el papel de la lucha armada, creo que llegamos tarde. Diré que hay no menos de un centenar de libros con ese enfoque. Desde el 85 hasta hoy, escribieron: Miguel Bonasso, Horacio Verbitsky, María Seoane, Eduardo Anguita y Martín Caparrós, Marcelo Larraquy y Roberto Caballero; Ernesto Jauretche, Roberto Perdía, Fernando Vaca Narvaja, Enrique Gorriarán Merlo, Luis Mattini, y al menos tres decenas de ex militantes del ERP y Montoneros, que han dado su version de la historia; e incluso muchos historiadores jóvenes se sumaron con entusiasmo a esta “valoración positiva de la guerrilla de los años 70”. Por lo tanto, no entiendo qué quiso decir Horacio cuando pide reescribir algo que está escrito en abundancia.

Autocrítica. Lo que no abunda en materia de historia reciente son justamente visiones autocríticas de esa etapa. Señalo algunas excepciones tal vez poco conocidas como: Nicolás Casullo, Pilar Calveiro, Carlos Flaskamp, Jorge Rulli, la revista Lucha Armada de Sergio Bufano, y agrego el último libro de Horacio Verbitsky, Vida de Perro.

Satanización. Como decía, los 70 es un debate pendiente que deberíamos esforzarnos en dar primero quienes fuimos protagonistas de esa compleja etapa histórica, para intentar dejar un saldo de aprendizajes para las nuevas generaciones.

Para cerrar, voy a transcribir un pensamiento que me gusta  mucho de Nicolás Casullo: “Desde este ensayístico punto de vista, nuestros 70 no son buenos o malos. No deberían llevar a la melancolía o la satanización. No han muerto ni volverán. Remiten al humus societal cuando abreva y riega lo trágico: al entusiasmo y el duelo de las causas humanas llevadas a la cultura. Razón y mito en cruce: las narraciones que siguen calladamente hablando”.

*Aldo Duzdevich. Autor de La Lealtad -Los montoneros que se quedaron con Perón y Salvados por Francisco.

 


 

El aporte es valioso ante un tiempo que será difícil

El aporte de Horacio no demanda ser reivindicado. La profundidad y prolongada vigencia de su análisis hablan por sí solos. Tampoco estimo que agregue mucho debatir sobre la “oportunidad” o no de sus expresiones. Sí me parece, a partir de las reacciones, que ofrecen una posibilidad excepcional para colocar bajo la lupa el momento que vivimos. El estrepitoso fracaso del liberalismo atendido por sus propios dueños.

Históricamente, los militares habían servido de mascarón de proa, pero también resultaba útil su salida para indultar con bajo costo al resto de beneficiarios de las atrocidades. En esta oportunidad, en “cambio”, son ellos mismos. Es el poder real, los grandes grupos económicos, los propietarios y títeres del fenomenal aparato mediático y un sector importante de la Justicia los que han quedado expuestos. Lo que viene es un tiempo difícil, pero también muy, muy interesante. Valioso el aporte de Alberto y para nada menor que la clave, la gran jugada maestra, haya sido concebida por una mujer.

Popular, populista. A favor de lo que en términos muy amplios podríamos denominar el espacio popular, o populísmo, como peyorativamente le dicen ellos, creo que lo que viene en Argentina y América Latina es una etapa difícil, pero también promisoria. Central el movimiento de mujeres, el protagonismo colectivo que allí se observa, en contraposición a los “liderazgos infalibles”. Estoy convencido de que los excluidos, los que faltan, van a ser importantes y central en un sentido amplio y generoso de unidad, la movilización, la calle. Lo que salva es el distinto, el diferente, lo colectivo. Los valores nobles se perciben y es muy importante cultivarlos. La economía, la “ciencia triste”, al decir de Franco Berardi, no tendrá más remedio que abrir espacio a la política y volviendo a Horacio González, me parece muy interesante decir que “la cultura es la estructura secreta de todo lo que se hace”. Valioso el desafío del peronismo y la nueva síntesis con el sector más consecuente del radicalismo y la izquierda. No tengo duda de que va a haber errores. ¿En qué acción humana no los hay? Pero deberíamos ser capaces de un esfuerzo especial en nosotros mismos, para que prevalezca el sentido de unidad y por supuesto “siempre que hubo que hacer una tortilla, hubo que romper al menos un par de huevos”.

Por los liberales o neoliberales, no hay que preocuparse. Es como en la moda: siempre mirando al norte, siempre una temporada atrasados. Me parece que si vieran ¿Qué invadimos ahora?, la película de Michael Moore, podrían lograr una mirada alguito más aggiornada.

*Luis Brunati. Ex diputado nacional y ministro de la provincia de Buenos Aires en 1987.