Desaparecido en la última dictadura militar argentina, el secuestro de Pablo fue particular por varios motivos. Por un lado, porque fue un niño desaparecido, pero que no entra dentro de la categoría de “nacido en cautiverio”. Además, porque hay múltiples declaraciones de testigos que afirman que, al momento del secuestro, si los militares notaban un niño pequeño, no se lo llevaban. Y, si es que sí eran secuestrados, más tarde, esos menores eran liberados. Pablo de 14 años, es, por lo tanto, de los desaparecidos más pequeños, luego de los bebés apropiados. En segundo lugar, porque la vida de Pablo en cautiverio representó un dilema para los propios represores y el trato hacia él fue, en ocasiones, diferente al recibido por los demás secuestrados. Finalmente, porque no es mucha la información publicada sobre él, y tampoco se sabe a ciencia cierta cuál fue su destino.
Pablo Antonio Míguez nació en 1963, y desapareció en 1977. Fue secuestrado junto a su madre, Irma Beatriz Márquez Sayago. Ese mismo día también fue secuestrado Jorge Antonio Capello Davi, con quien Irma había formado pareja luego de separarse del padre de Pablo. Su pareja también continúa desaparecida. Jorge Antonio Capello es el hermano mayor de Eduardo Capello, uno de los 16 fusilados en la Masacre de Trelew en 1972, luego de haberse fugado del penal de Rawson, un hecho cuyos autores fueron condenados por crímenes de lesa humanidad. Cuando asesinan a Eduardo Capello en Trelew, su hermano, Jorge, habló con jueces, y se presentó en diarios y en la TV. “Desde entonces lo ficharon. Después le allanaron la casa y empezaron a perseguirlo”, declaró Soledad Davi, madre de los hermanos. La desaparición de Pablo Míguez, de su madre, y de Jorge Antonio, está vinculada a la Masacre de Trelew.
Eduardo. Jorge e Irma tuvieron otro hijo, Eduardo Capello. El día del secuestro él estaba al cuidado de su abuela. Era un bebé cuando sus padres y su medio hermano desaparecieron. Hoy, el hermano de Pablo Míguez, hijo de Jorge e Irma, sobrino de Eduardo Adolfo y nieto de Soledad Davi, habla en esta nota. “Mi tío fue uno de los 16 asesinados. Todas las familias de Trelew, después de 1972, fueron perseguidas por la dictadura. Muchas de ellas se exiliaron, otras pasaron a la clandestinidad, y en el caso de la mía, fueron desaparecidos. Mi tío, mi mamá, papá y hermano fueron víctimas de la represión del Estado”, cuenta Eduardo.
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Pablo Míguez era el hijo mayor; tenía una hermana, Graciela (hija de Irma y Juan Carlos, como Pablo), dos años menor que él. Al momento del secuestro, Graciela estaba con su papá. Pablo tenía 14 años, Graciela 12, y Eduardo dos, recién cumplidos. “En el Partido Revolucionario de los Trabajadores, Irma, ‘Nené’, mi mamá, conoció a Jorge, mi viejo. Surgió una historia de amor intensa. En 1975 nací yo. Y el 12 de mayo de 1977 una patota entró en la casa de Avellaneda y se llevó a Irma, Jorge y Pablo”, cuenta Eduardo. Continúa: “Pablo era un chico introvertido, alegre, inteligente. Había sufrido mucho. Cuando los secuestraron, lo llevaron al centro clandestino El Vesubio. Lo usaron para que mis padres hablaran. Lo hacían presenciar las torturas, las violaciones a mamá. Y ahí apareció un dilema en los militares. Pablo era demasiado chico para matarlo, pero demasiado grande para soltarlo, ya había visto mucho”.
Luego trasladaron a Pablo al Centro Clandestino de Detención que funcionaba en la hoy ex ESMA. Ahí es cuando se cruza con la periodista y sobreviviente Lila Pastoriza. Ella estuvo secuestrada entre 1977 y 1978, y mientras estuvieron juntos, Pablo le contó parte de su historia y Pastoriza se encargó de difundirla. Los demás detenidos lo llamaban “Pablito”. Pastoriza y Míguez compartieron un mes en el más alto de los altillos de la ESMA. En un testimonio, nombrado “Un pibe con cara de travieso”, Lila escribió: “Pablo me contó del Vesubio, de los presos trasladados desde allí que luego un comunicado oficial los diera como ‘abatidos en combate’. De su mamá, de quien no se despidió, ‘ella estaba en la cocina’, de la esperanza de que lo llevaran con su padre, de su vida en el mundo de afuera, el colegio, la natación, los hermanos, la abuela, los primos y el turf, de sus amores y sus miedos. Habíamos encontrado una forma para hablar sin que se notara y con los ojos cubiertos, cada uno tirado boca abajo en la cucheta o arrodillándonos contra el tabique de madera que nos separaba. Lo doblaba en años, pero nos cuidábamos mutuamente. Yo intentaba protegerlo, sobre todo alguna noche que despertaba lloroso, ‘soñé con mi mamá’. Él también: cuando me contó que lo habían picaneado y me descontrolé, se desesperó por tranquilizarme, ‘tanto no me dolió’, decía”.
En la sentencia del Poder Judicial a los represores de El Vesubio (2011), se puede leer en el relato de los testigos, sobrevivientes del centro de detención: “Recordó que Violeta (así apodaban a la mamá de Pablo) les llevaba cigarrillos y dulce de batata y que les dijo que sabía que la iban a matar, pero que lo único que le importaba era que se salvara su hijo. Dijo que a ella la torturaron delante del niño y la amenazaban con torturar al nene si ella no hablaba. (...) Escuchó una voz que gritaba ‘mamá, mamá’ y que después supo que era Pablo Míguez. (...) Dijo que era insoportable ver y escuchar a ese chico quien, con el correr de los días se calmó y luego desapareció”.
En 1977 el padre de Pablo, Juan Carlos, realizó un pedido de hábeas corpus que fue rechazado por la Justicia. La pose del niño en la estatua fue tomada como referencia de una fotografía del padre de Pablo, a la misma edad del secuestro del niño. Eduardo revela que su familia no conservó muchas fotos; fueron quemadas durante la dictadura como una forma de protección.
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Dilema. El dilema sobre qué hacer con Pablo estuvo presente desde el primer momento del secuestro. Pastoriza cuenta que cuando lo trasladan a “Pablito’’ a la ESMA, escuchó como un oficial le dijo a otro: “Mirá a lo que nos dedicamos ahora... 14 años tiene”.
“Era tan chico, tan vivaz, aparecía tan indefenso en ese mundo alucinante, que no pocos guardias se conmovían por su presencia. (...) Quise creer entonces que lo liberarían. ¿Quién podía enviar a la muerte a un chico de 14 años? El día antes del Juicio a las Juntas, en Tribunales, alguien me dio un volante con su foto. ‘Pablo Míguez, desaparecido’ decía”, relata Pastoriza. “Cuando estaba en la ESMA estaba muy flaco, con pelo largo, cara muy triste. Para mediados de 1978 ya no hay más registros de él”, dice su hermano Eduardo. “Pero no los doblegaron. A mis viejos los mataron a finales del 77. Fueron parte de los vuelos de la muerte”. No se sabe el destino de Pablo, se cree que fue igual al de su madre. El lugar de emplazamiento de la obra del Parque de la Memoria cobra sentido: es en el Río de la Plata, donde fueron arrojadas muchas de las víctimas de la última dictadura, y donde fue arrojada la madre de Pablo, y, tal vez, él mismo también.
“La edad que tenía Pablo no es un tema menor. En agosto de 1975, cuando los militares ingresaron en la casa de los Pujadas, en Córdoba, y se llevaron a gran parte de la familia, en un dormitorio estaba el hermano menor de Mariano, José. Los militares lo despertaron y le preguntaron: ‘¿Qué edad tenés, pibe?’. ‘Once’, dijo él. ‘Zafaste, no matamos menores de 15’, dijo el milico, y se fue. Lo dejaron encerrado en un baño junto a una sobrina de once meses”, relata Eduardo Capello. Todos los integrantes de la familia Pujadas, menos José, fueron secuestrados y asesinados. Mariano Pujadas fue también víctima de la Masacre de Trelew. “Dos años después, el criterio ya había cambiado. A un chico de 14 se lo llevaron y lo usaron en sus planes de tortura”, afirma Eduardo.
Un extracto de la sentencia del juicio de El Vesubio: “La ‘M’ correspondía a Montoneros (...) y la “V” a “Varios”, (...) cuyos miembros, en principio, tenían posibilidades de ser liberados. (...) No siempre se respetaba el destino que en principio suponía la letra ya que, por ejemplo, Pablo Míguez tenía la letra ‘V’ y no se salvó”. Pablo estuvo también secuestrado en el centro de detención Mansión Seré, fue visto en la Unidad Carcelaria N° 9 de La Plata y en la Comisaría 2° de Valentín Alsina. En la sentencia a los represores de Mansión Seré un testigo declara que a aquel chico “muy alegre, lúcido, inteligente y vital”, no tenía ningún oficial a cargo que se encargara de su caso, a diferencia del resto de los detenidos. Otras víctimas declararon también que vieron a “Pablito” jugando al ajedrez con varios uniformados, y que el niño “estaba suelto y andaba por todos lados”. Cuando se lo llevaron le dijeron a su madre que lo trasladaron a un reformatorio.
Historia. La primera en enterarse de que algo le había sucedido a su familia fue la abuela que estaba cuidando a Eduardo, ya que Irma no había vuelto por su hijo. En su testimonio, la abuela cuenta que cuando llegó a la casa las puertas y las ventanas estaban abiertas. Que los vecinos le contaron que el secuestro fue a las tres de la mañana, y que ingresaron al domicilio “un grupo de personas fuertemente armadas, ametrallando la puerta”. Cinco meses después, cuando volvió a visitar la casa, todos los muebles, hasta las canillas, habían sido robados. “Una vecina le dijo que se había hecho presente un grupo armado, de unas ocho o diez personas, que sustrajeron todas las cosas de la casa”, dice un testigo.
“Crecí en un hogar muy marcado por la tragedia de la dictadura militar. Quedé al cuidado de mis abuelos paternos. Cuando desaparecen mis padres, yo era un bebé. Actualmente estoy muy vinculado a la Masacre de Trelew y al Juicio a los represores del Vesubio, que fue el lugar en el que estuvieron mi mamá, mi papá y mi hermano. Toda mi vida ha estado signada por la cuestión de Memoria, Verdad y Justicia”, sostiene Eduardo. Su abuela, Soledad Davi fue una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. En el año 2011 dio su testimonio en el juicio “Causa El Vesubio”. “Me quedé sin hijos”, les dijo a los jueces.
En 1979, Soledad envió una carta al representante del gobierno de Cuba ante la ONU solicitando que interceda la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas por el caso del secuestro de su hijo, Jorge Antonio Capello. La carta finaliza así: “De ellos nos ha quedado un hijito que actualmente tiene tres años (Eduardo), que de alguna manera nos ayuda a vivir. Él y nosotros necesitamos saber qué ha sido de ellos. Le ruego nuevamente, a usted que puede poner su granito de arena, no se olvide de nuestro dolor”. El caso de Pablo Míguez aparece en el archivo de Abuelas de Plaza de Mayo en la sección “Niños desaparecidos junto a sus padres”.
Pablo Míguez hoy tendría 59 años. Dicen que cuando los pilotos despegan de Aeroparque, al pasar por la escultura, se persignan.