Quienes practicamos en alguna medida y en alguna de sus formas la sociología –y las ciencias sociales en general, si se nos permite– tenemos problemas similares a quien invierte en la bolsa, encara un microemprendimiento o se la juega por una vocación: ir a lo seguro no es rentable pero permite, al menos, reproducirnos como especie.
Apostar a grandes descubrimientos o a pegarla con un pleno en la ruleta de la vida laboral no garantiza el éxito. A tientas, como la mayoría, nos movemos entre preguntas y respuestas viejas y nuevas.
Proponerse indagar acerca de la calidad de vida implica aceptar algunos desafíos: es preguntarse por las percepciones sociales en una época de cambios culturales en un sentido fuerte: hoy, en promedio, parece que somos más libres, más individualistas, más tolerantes, más relativistas, más hedonistas, más atentos a nuestro cuerpo que unas décadas atrás. Preguntarse por la percepción de la calidad de nuestra vida es interrogarse por niveles de satisfacción con cuestiones diversas que, a su vez, se correlacionan con distintas variables, dando por resultado agrupamientos que no siempre se distinguen a partir de las habituales diferencias de clase, de edad o de género (considérese, incluso, que hasta hace poco, ante este punto, decíamos “sexo”).
Debemos preguntarnos por las percepciones sociales en una época de cambios culturales fuertes
Enfocar estas cuestiones es salirse de un canon de problemas sociológicos con respuestas convencionales desde el punto de vista epistemológico, es decir, respuestas expresadas en datos conocidos, al menos por los iniciados en la materia: niveles de pobreza, distribución de la riqueza, acceso a la salud, intención de voto y otras tantas variables más complejas o menos complejas pero siempre expresables numéricamente y comparables, a su vez, con mediciones realizadas anteriormente en el tiempo, o bien en otras latitudes. Enfocar estas nuevas cuestiones es formularse preguntas que probablemente queden sin respuestas firmes, preguntas que apenas logren aproximaciones a temas que requieren de mucho esfuerzo para, finalmente, consolidar una respuesta decorosa.
Si estas dificultades que venimos enumerando son de orden conceptual –y nos disculpamos, desde ya, por separar lo conceptual y lo metodológico, pecado que cometemos solo a los fines de esta columna–, hay otra complejidad, precisamente, de orden metodológico y operativo: desde hace algún tiempo –sobre todo en los aglomerados urbanos– es imposible realizar una encuesta por timbreo (casi nadie le abre la puerta a una persona desconocida). Eso nos conduce a elaborar una muestra telefónica, pero que requiere de un conjunto de ajustes estadísticos que, de no considerarse, condenarían a la papelera de reciclaje a cualquier informe de resultados.
Pero aun con estas dificultades, la nave va: luego de esta primera indagación que realizamos, algo de lo viejo y algo de lo nuevo conviven en los resultados: encontramos diferencias relevantes según la región de procedencia de entrevistadas y entrevistados, también según si se tratara de hombres o mujeres, lo mismo en relación con el máximo nivel de educación alcanzado (una variable que corre muy asociada al nivel socioeconómico) o a la calidad de los servicios de salud a disposición: no es casualidad que quienes pudieron finalizar grados más elevados de formación manifiesten mayores niveles generales de satisfacción con su vida. Y junto con esta confirmación del peso de variables tradicionales, aparece en los resultados una fuerte valoración por la salud y el bienestar personal que se distribuye de modo muy parejo y cuya correlación con el nivel de satisfacción general es más fuerte que la que este tiene con el resto de las variables postuladas como independientes. Claroscuros conceptuales que son indicios de una época de cambios profundos, cambios que desafían los antiguos determinismos tan caros a algunas voces tan proféticas como equivocadas, tanto en los medios de comunicación como en la política, y que nos obligan a barajar y dar de nuevo, esto es, revisar todo el arsenal de preguntas y de respuestas esperables.
*Director y **Secretario académico de la carrera de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales (UBA).