El silencio de Cristina Kirchner frente a las medidas de la nueva ministra de Economía, Silvina Batakis, es interpretado por los mercados como un “cheque en gris”. No sale a criticarla públicamente como a su predecesor, Martín Guzmán, pero tampoco a apoyarla públicamente. Para cheque en blanco ya tiene la experiencia sin final feliz de Alberto Fernández con Martín Guzmán. Si el devenir demostrara que las medidas de Batakis funcionan, podrá mantener su apoyo a la distancia, y si fracasan volver a las críticas directas que sufrió el discípulo de Stiglitz.
“Cheque en gris” es lo que creen los mercados que le dio Cristina Kirchner a Silvina Batakis
Pero lo sintomático no es que Cristina Kirchner deje pasar el tiempo antes de expedirse sobre quién conduce el Ministerio de Economía, hizo lo mismo con Guzmán, sino que el propio Presidente canceló todo contacto con los medios, no estuvo junto a la ministra cuando presentó sus medidas y se limitó, como únicas apariciones públicas durante medio mes, a la formalizada el Día de la Independencia y ayer en la Rosada por una ley sobre VIH y oncología pediátrica.
No solo el Presidente desapareció del debate público desde la renuncia de Martín Guzmán, sino también el locuaz presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa. Que los tres coincidan en llamarse a silencio simultáneamente no puede no interpretarse como una acción coordinada. Supuestamente atribuida a un pedido de la vicepresidenta de que no existan filtraciones ni off the record al periodismo sobre lo que sucede en las reuniones que mantienen entre los tres, recuperadas luego de meses de desencuentros.
Obviamente, una cosa es que un funcionario pase información a los periodistas escondiendo la fuente generalmente para dejar mal parado a otro funcionario sin pagar el costo del enfrentamiento directo y otra es conceder entrevistas donde, con nombre y apellido, se informe de lo que el sujeto noticioso comunica.
Una de las características negativas del kirchnerismo fue siempre su solipsismo mediático expresando tácitamente su desprecio por el periodismo y los medios. Al revés, cuando a Cambiemos le tocó gobernar asumió, aunque a disgusto en el caso de Mauricio Macri, el deber democrático de exponerse a las preguntas de los medios como representantes, de una u otra forma, de la sociedad. No es casual que Máximo Kirchner no conceda reportajes, al igual que su madre: es una cultura antagónica con el periodismo (que no debiera ser devuelta desde el periodismo de igual manera, igualándonos así en el error).
Proyectando el presente desde el pasado, y dado que tanto Alberto Fernández como Sergio Massa han sido prolíficos con el periodismo, no sería ilógico inferir que el silencio de ellos pudiera ser una condición que les hubiera impuesto Cristina Kirchner si querían reunirse con ella. Quizá no sea así y conjeturas de este tipo sean un prejuicio por actitudes del pasado, pero en cualquier caso, como no se puede no comunicar –ya que quien no comunica, comunica no comunicar–, el silencio de Alberto Fernández y Sergio Massa es interpretado como una decisión de Cristina Kirchner.
Siguiendo lo prescripto por Eliseo Verón en su canónico La semiosis social. Fragmentos de una teoría de la discursividad, los destinatarios de estos silencios que gritan serían tres. Los protodestinatarios: la tribu propia, el núcleo duro de sus votantes, a quienes se les estaría diciendo: “Nuestro silencio es rechazo, equivalente a haber votado en contra del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional”.
A los paradestinatarios, que son aquellos que en 2005, 2007, 2009, 2011 y 2019 votaron al kirchnerismo desde el centro y a la oposición en 2013, 2015, 2017, 2021, creen y suspenden su creencia en el kirchnerismo según los resultados, siendo los que hacen que no gane las elecciones las oposiciones sino que las pierdan los oficialismos, les estaría diciendo: “Por responsabilidad institucional no podemos oponernos públicamente aunque desconfiemos del resultado de las medidas”, actitud similar a la de la abstención en el momento de votar el acuerdo con el FMI.
Y a los contradestinatarios, aquellos que nunca votarían al kirchnerismo, cuyo principal representante sería el mercado, los “poderes fácticos” del capital local e internacional, le estaría diciendo: “Nosotros siempre fuimos pagadores, aunque no nos guste cumpliremos nuestros compromisos y, más allá del discurso, estiraremos la cuerda todo lo posible pero somos responsables tanto en materia económica como institucional, Maduro no le hubiera entregado el poder a Macri con poco más de un punto de diferencia en segunda vuelta, como sí hicimos nosotros”.
No solo Cristina, también se retiraron al silencio los locuaces Alberto Fernández y Sergio Massa
La polisemia del discurso analógico, el de los gestos, distinto al un poco más preciso del de las palabras, no estaría dando grandes resultados en el mercado cambiario paralelo. Desde los anuncios del lunes pasado tampoco salieron a hablar los ministros del área económica: la propia Batakis, el predispuesto Scioli, y son ministros claramente distantes de lo económico como Aníbal Fernández y Agustín Rossi quienes salieron a cubrir el espacio mediático sabiendo que lo que ellos pudieran decir sobre el tema no tenía peso. La falta de la palabra de los ministros económicos, además de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa, hizo que cobrara creciente protagonismo la portavoz de la Presidencia, Gabriela Cerruti, con una visibilidad que nadie hubiera imaginado en octubre pasado, cuando fue nombrada después de la derrota electoral.
Otra interpretación de los silencios que gritan tendría su fundamento en la psicología. Para Lacan, existían cuatro tipos de discurso: el discurso del amo (del agente), el discurso neurótico (del paciente), el discurso de la ciencia (del saber) y el discurso del analista (del intérprete). El del periodismo es este último y el del Gobierno debería ser el primero. Cuando el “amo” se confunde e invierte los roles creyendo que el discurso del poder es el de los analistas (los medios y sus periodistas), y sintiéndose injustamente mal tratado responde haciendo lock-out de mensajes, se comporta neuróticamente. En el discurso del amo, el líder lucha por el control emulando la dialéctica del amo y el esclavo Hegel. Al revés, el discurso neurótico es el de la resistencia al discurso del amo vigente.
Si Cristina Kirchner creyera que la fuerza de Juntos por el Cambio es el mercado, el verdadero amo, y que además tiene los medios (los analistas) operando a su servicio, correría el riesgo de ocupar un lugar simbólico equivocado y, como en 2015, conducir al Frente de Todos hacia la derrota electoral. La transformadora y sana rebeldía a lo dado, como toda virtud, en exceso se transforma en defecto.