ELOBSERVADOR
bajo un nuevo paradigma

Un 1º de Mayo que encuentra a los trabajadores en peores condiciones

Para el titular de la CGT, la celebración de este martes debería abrir la puerta a reflexiones y actos concretos en pos de la dignidad de los sectores más vulnerables de la población. Algo que, a su juicio, no está en la agenda del Gobierno.

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Peronismo. Todos los gobiernos justicialistas le dieron particular importancia a la celebración del Día del Trabajador. Incluso en 1975, cuando la caída era inminente. | cedoc

Hace ya más de un siglo que la clase trabajadora se debate en múltiples escenarios de lucha para hacer respetar el derecho a una vida digna.

En esta perspectiva, la razón primordial del sindicalismo es garantizar el trabajo como instrumento principal y sostén de la dignidad humana. Estos valores, lejos de pertenecer al pasado, son los únicos que pueden asegurar un porvenir mejor hacia el futuro. Quienes los defendemos, los hombres y mujeres del trabajo, organizados y solidarios, somos los verdaderos portavoces de la libertad y la democracia.

Egoísmo. Lamentablemente las enormes posibilidades que trae el desarrollo científico y tecnológico, en lugar de orientarse hacia el bien común, se ponen al servicio de las desmedidas ambiciones de un capitalismo depredador, egoísta y deshumanizado. Avances que deberían contribuir a una mejor calidad de vida para todos y liberar el potencial creador del género humano, como la robótica o la revolución de las comunicaciones, se emplean en sentido contrario. Son un desafío para el mundo del trabajo, golpeado por la precarización, la desocupación, la marginación y la degradación de las condiciones laborales y de vida de las grandes mayorías.

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Debemos pensar y actuar sobre los nuevos paradigmas, asumiendo la necesidad de emprender un cambio de estructuras, económicas, sociales y culturales, para asegurar un futuro vivible para nuestros hijos, nuestros nietos y las futuras generaciones.

Por ello, este 1º de Mayo debe ser un día para que reflexionemos todos los que tenemos responsabilidades sociales, gremiales o políticas, sobre los momentos que atraviesan nuestro país y el mundo, signados por la pérdida de lazos fundamentales en el tejido social, con síntomas de desintegración familiar, de exclusión de millones de compatriotas.

Dignidad. No es posible concebir el trabajo sustrayéndolo de la dignidad y los derechos irrenunciables de la persona humana. Como señalaba el papa Juan Pablo II, “el trabajo constituye uno de los grandes y fundamentales derechos inalienables del hombre, porque le da vida, un significado”.

Nada hay más alejado de estos valores que las actitudes de quienes encarnan el capitalismo neoliberal, que siguen convencidos de que el trabajo es una simple mercancía, sujeta a la ley de la oferta y la demanda.

Como ha sostenido siempre el movimiento obrero en todas sus vertientes, y ha recordado el papa Francisco, “el trabajo no puede considerarse como una mercancía ni un mero instrumento en la cadena productiva de bienes y servicios, sino que al ser primordial para el desarrollo tiene preferencia sobre cualquier otro factor de producción, incluyendo el capital”.

La defensa del derecho al trabajo digno se vuelve tanto más imperiosa cuando vemos avanzar en nuestro país y en nuestra América las fórmulas que, bajo las dictaduras de hace tres décadas o con los gobiernos neoliberales de los 90,  buscaban consagrar los derechos sociales como una utopía. Basta mirar lo que ocurre en Brasil y su mal llamada “reforma laboral”. Reforma que debería llamarse “el estatuto legal del esclavismo” mirada con buenos ojos por los  poderosos en una larga lista que encabezan funcionarios y empresarios de los grupos más concentrados de la Argentina.

Esta defensa debe incluir a todos los trabajadores por igual: a los que tienen empleo formal, a los que padecen las más diversas formas de precarización, a los de la economía informal, a los desocupados, a los jubilados. Sobre todos nosotros se descarga la ofensiva que viene haciendo tabla rasa de los valores más elementales para la convivencia social, y frente a ella, más que nunca, es indispensable la solidaridad de las organizaciones sindicales,  de los movimientos sociales y de la economía popular, a los que el papa Francisco ha bautizado “poetas sociales” por la creatividad puesta en práctica.

Deuda social. Todos los días tenemos pruebas del grado al que ha llegado la destrucción del tejido social en nuestra patria, en los despidos y cierres de fuentes de trabajo; en la imposibilidad de muchas familias de llegar a fin de mes, en el drama de nuestros viejos que se endeudan para comprar el remedio que dejó de cubrirles el Pami; en la pobreza y la desprotección rondando amenazantes a nuestros chicos; en el desamparo y el deterioro de nuestras barriadas populares, sobre las que se ceban como aves de rapiña las más violentas formas de delincuencia. Y, como obscena contracara, el lujo desmedido de los que se enriquecen con la timba financiera y una variedad de manejos turbios, fugas millonarias a guaridas fiscales donde se pueden encontrar parientes amigos, socios o cómplices del poder de turno.

Para colmar la medida, nos encontramos con la negación de esta realidad por parte de los funcionarios y sus comunicadores sociales haciendo anuncios poco creíbles acerca de la reducción de la pobreza.

La pobreza no bajó. Si los salarios han perdido sistemáticamente poder adquisitivo frente a los aumentos generalizados de precios; cuando la mayoría de los jubilados y pensionados cobra la mínima, de apenas 7.660 pesos, mientras los cálculos del propio Gobierno hablan de una canasta básica de 19.290 para nuestros adultos mayores, ¿de qué baja de la pobreza hablamos?

Es más que preocupante el enfoque distorsivo que tienen las estadísticas oficiales que no toman en cuenta la incidencia real de los servicios públicos, que representan no menos del 21% del presupuesto familiar, y no el 6% que sigue considerando el Indec, como si nada hubiese pasado en los últimos tiempos.

Y para colmo, en lo que uno ya no sabe cómo calificar, se vuelve a descargar sobre la población otro brutal tarifazo generalizado, que incluso alarma a miembros de la coalición gobernante. Acumulado a los reiterados incrementos previos, nos encontramos ante cifras siderales, de entre el 500% y el 1.900% de aumento, según el rubro, en dos años y medio.

Todo ello evidencia un desprecio hacia los pobres, que se agrava con las argumentaciones oficiales para “justificar” la medida y sus invocaciones a que ahorremos energía.

No caigamos en la trampa de quienes se dicen modernos u otros titulados CEOs brillantes, cuando vociferan que la buena sociedad se construye con el éxito individual de unos pocos, y a los demás, que Dios los ayude.

En realidad lo que nos están diciendo es que nos jodamos por haber nacido en un lugar humilde, porque papá no fue lo exitoso que debería haber sido, porque el colegio de nuestra barriada dejó de ser escuela para convertirse en comedero, o simplemente porque la naturaleza no nos dotó de algunas habilidades. Nos quieren hacer creer que la cuna de oro define la vida.

Lo que queremos es reconstruir un estilo de vida que los hombres de mi generación supieron vivir; que podamos realizarnos en una genuina comunidad y no en la selva del sálvese quien pueda.

Reconstrucción. Queremos nuevamente la familia que ampara y formatea; el barrio y su solidaridad, donde los vecinos se ayudan y protegen; la escuela como lugar de realización de la ciudadanía; la parroquia que enseña la trascendencia; el club deportivo que canaliza la energía juvenil; la fábrica y el trabajo como fragua de dignidad; el hospital y la sala del barrio, en los cuales todos podamos confiar nuestra salud; el policía que debe ser el amigo y a quien no queremos mirar con recelo.

Parece un sueño… Otros dirán, nostalgias del pasado. Nada de eso.

Es simplemente volver a creer, con firmeza, que el hombre no se salva solo y que su realización depende de que a los otros también les vaya bien.

Por eso nuestra contundente respuesta es un  no, un no que nos sale de las entrañas y del cerebro. Es un no contra la humillación, un no para que nos escuchen y sepan que no estamos vencidos.

Porque mientras se mantenga viva la llama de la fe, de la esperanza, y de la lucha por la dignidad del hombre y el trabajo, por los siglos de los siglos siempre habrá un 1º de Mayo.

*Secretario general de la CGT.