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Mileísmo

Un ensayo mesiánico de refundación atrapado por el tiempo corto

Javier Milei, quien hizo de la libertad un desafío de combate, adquirió su fama por una liberación guerrera de su propia palabra. Está en el punto álgido de una confrontación, después de una década de dos antinomias, el macrismo y el cristinismo. Hoy, desde su acceso al poder, ya se perfilan algunos rasgos de lo que se llamará el mileísmo.

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Mileísmo. | tara Winstead

Milei es la fuente de una nueva antinomia, probablemente la más absoluta, debido a que extiende a toda la sociedad el campo de la alternativa: su concepción de la liberación de la Argentina, o la concepción que tienen “los otros” de la libertad en democracia. En una coyuntura en la que la sociedad siente hartazgo por lo que fue, o dudas por lo que será, este ensayo de refundación queda construido sobre una promesa mesiánica. Una promesa que revela una distorsión entre el “tiempo corto” (mega-DNU y proyecto de ley ómnibus en los cien días) que necesita su gobierno para legitimarse, y el “tiempo largo” para alcanzar su meta irreversible (30 o 45 años). 

El camino designado es para “todos los argentinos de bien”. Al cabo, la promesa a cumplir: “Habrá luz al final del camino”. Encima, el “Yo” de la proclamación, y un ritmo inicial dionisíaco. Tiempo largo de la evolución histórica, que Fernand Braudel opone al tiempo corto del momento.

Un ensayo de refundación al margen de la nación. El discurso de asunción es, por excelencia, el momento simbólico en que se proyecta la ambición que el gobernante tiene, con su parte de sinceridad, para su país. ¿Qué nos dice este discurso? Primera constatación: en el momento en que la Argentina celebraba sus 40 años de democracia, ni una sola vez, en el Congreso, pronunció esta palabra. Y, al contrario de los otros presidentes, ninguna insistencia sobre un compromiso de ser presidente de todos los argentinos, como si la voluntad de refundar pudiera realizarse al margen de la nación. 

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Un discurso dual estructurado en una parte histórico-religiosa cruzada por una parte de diagnóstico económico con una avalancha de cifras. Un discurso que podía captar la atención más por la parte épica que por la parte técnica. 

Un hito histórico: “Para principios de siglo XX éramos el faro de luz de Occidente”. Los personajes: el “pequeño grupo de jóvenes idealistas que hoy conocemos como la generación del 37”, el general Roca, Sarmiento. Una acusación: la expansión económica fue quebrada por “los políticos”, que pusieron en marcha un modelo antiliberal que duró “más de cien años”. Milei ha pasado por alto la experiencia liberal de su aliado Macri. 

Su misión: invertir este “modelo de pobreza”, y volver al “modelo” de antaño. Una revolución, o sea, etimológicamente, una reiteración de lo que fue. 

Los episodios negativos evocados implícitamente: la ley Saénz Peña de 1912, que había introducido, con el sufragio universal masculino, un cambio total de paradigma. El acceso al poder de los presidentes que considera como populistas, Yrigoyen en 1916, Perón en 1946. Las referencias negativas, esta vez expresadas explícitamente: Alfonsín (la hiperinflación) y el kirchnerismo (la herencia recibida). Las referencias positivas: sus dos mentores de la ideología liberal de la escuela austríaca: el español Jesús Huera de Soto y el argentino Alberto Benegas Lynch (hijo). 

Por último, las citaciones bíblicas que remiten a una dimensión mística en el personaje Milei: la “fiesta de la luz” (Hanukkah), el Libro de los Macabeos, las “fuerzas del Cielo”. Reiterará su autoasignación mesiánica en su discurso del 31 de diciembre de 2023, con su advertencia sobre el riesgo de ocurrencia de una “catástrofe de dimensiones bíblicas”.

Los arquetipos de la refundación. ¿Cuáles fueron los principales arquetipos de la refundación-revolución, conducidos por figuras procedentes de elecciones libres? Primero, cabe precisar que estas refundaciones, verdaderas, también fueron refundaciones culturales, en el sentido en que Gramsci confería a la sociedad civil. Coincidieron con la emergencia de personalidades portadoras de carisma. La elección de Yrigoyen en 1916 fue una “revolución” contra el “régimen falaz y descreído”, esta falsa democracia impuesta por el “orden conservador”. El carisma de Yrigoyen tenía esta particularidad que era percibido como una virtud de probidad. Paradójicamente, un carisma de interioridad. 

Con Perón en 1946 (y 1945), se trata de una “revolución” esencialmente cultural, verdadera refundación, funcional en la vida cotidiana (los ejemplos-tipos: la integración de la “masa sudorosa”, de las “cabecitas negras” y, por extensión, de los “trabajadores”; el combate, con la ley 14.367 promulgada en 1954, contra el vocablo “hijo ilegítimo” que estigmatizaba a los hijos extramatrimoniales). El carisma de Perón era percibido como una alianza, desde el 17 de octubre, con “el pueblo”, y el de Evita le añadía una dimensión sacrificial. 

Con Alfonsín, se trata de un carisma de diferenciación y de austeridad. Una refundación por la restauración del Estado de derecho, considerado como una conquista irrevocable de la democracia, para “cien años”, es decir para siempre. El símbolo era el “Juicio” a las Juntas militares. 

Con Menem, la percepción que tienen los seguidores de su carisma es justo lo contrario del caso de Milei. Los dos personajes Milei y Menem están en las antípodas. El carisma de Menem es un carisma de identificación y de fraternidad. (“El pueblo vio mis ojos, vio mi alma, y descubrió en mí a un igual”). Si el realismo mágico-religioso está presente también en Menem (la anáfora del “Levántate, Argentina”), éste, identificado a la América morena según la expresión de Bolívar, tuvo un poder sorprendente de convocatoria, trascendiendo los antagonismos hereditarios (inclusión del antiguo enemigo personificado por la UCéDé liberal). 

En economía, verdadera analogía con el mileísmo, Menem se encuentra también ante una emergencia. Recurriendo a la herramienta simbólica de las privatizaciones, realiza en dos años el milagro carismático: la inflación vencida.

Las identidades de Milei. Se puede calificar el carisma de Milei de diferentes maneras. Es un carisma que, dentro del círculo de sus creyentes, suscita la atracción, de naturaleza casi catártica, por la desmesura en la persona de un Salvador virtual. Milei es el admirador de su propia desmesura, y sabe hacerla compartir. Desmesura en las formas ostentosas y fulminantes que exhibe. Lo que es singular, son las diversas identidades, asumidas simultáneamente, del personaje. Existe en él una tensión permanente entre lo ostentoso y lo íntimo. El observador queda perplejo frente a esta identidad con aspectos tan contradictorios. ¿Considera Milei que su mundo interior puede servir como objeto de una estrategia clientelista de comunicación? ¿O es su mundo personal el verdadero baluarte, de alguna manera ontológico, del hombre privado que es?

En todo caso, digamos que es detentor de tres marcadas identidades. La primera es la del economista dogmático. Los pensadores del neoliberalismo y del libertarismo le inculcaron la convicción que el Estado es liberticida en lo que se opone a la iniciativa individual y a la dinámica salvadora del mercado. Milei se hizo “liberal libertario”, o “anarco-capitalista”, la yuxtaposición de los vocablos ya revelándose discordante. El ejemplo contempóraneo del que Milei quiera, tal vez, inspirarse es él de la “revolución thatcheriana” (1979-1997). Esta experiencia tenía su “visión del mundo”. El Welfare State de la posguerra debía ser desmantelado, para que el criterio del mérito sustituya al de necesidad. 

La segunda identidad es la del político, a la vez populista y pragmático. Un político, en congruencia con la escuela Hayekista que, fundamentalmente, tiene aversión al Estado de derecho. Este se define como un equilibrio entre dos principios: la voluntad de la Nación que se expresa a través de sus representantes; los valores liberales que afirman el primato del individuo y del “orden natural”. Milei estaría más cercano a las formas populistas de la democracia directa, esta tentación de atribuir al pueblo poderes legislativos. Esto si no tuviera consciencia de la versatilidad del pueblo con respecto al hombre providencial que quiere encarnar. Se sabe que el poder carismático, valorado por la “comunidad emocional” de la que habla Max Weber, tiene un estado efímero. En cuanto al “pragmatismo”, se trata de la consciencia, por parte del político Milei, de la situación cuantitativa de sus fuerzas en el terreno, y de la escasez del recurso económico de que dispone. Es decir, del principio de realidad. 

Llegamos a la tercera identidad de Milei, la del profeta autoritario y de la relación que mantiene con la trascendencia. Podemos hablar de su misticismo y de su sincretismo religioso. Con esta identidad, que manifestó gradualmente, su panteón interior aparece poblado de personajes míticos y reales, sus inspiradores o sus intercesores ante las “fuerzas del Cielo” (de las que se considera parte). En lo espiritual, Moisés, claramente; el rabino Menachem Mendel Schneerson, un rebe (maestro) del misticismo jasídico, ante cuya tumba se inclinó, durante su estadía en Nueva York, justo antes de asumir el poder. Un Guía, para “saber separar el bien del mal”; y, lo notamos porque Milei hizo hincapié en el tema, su perro Conan, muerto en 2017. En lo temporal, su hermana Karina, que aparece como su ancla de estabilidad en el caos de las ideas. Y que tiene además, como dijo, “demasiada grandeza para ser entendida por el humano promedio”. 

Milei tiene fe en su misión. Y de esta fe surge el autoritarismo de esta increíble sentencia lanzada desde el balcón de la Casa Rosada, el 10 de diciembre de 2023: “Hoy los argentinos de bien hemos decretado el fin de la noche populista”. El desafío profundo es el de volver a la luz, enseñando que, al final del camino, el individuo se salva solo. 

La primera etapa se caracteriza por una tensión extrema entre las vías de la “revolución”, que consisten en tomar libertades con la legalidad, y el pragmatismo de la negociación. En tal proceso, la proclamación mesiánica coexiste con los giros del método, como sucedió con las personas (Patricia Bullrich, el papa Francisco), y con las temáticas (dolarización, política ambiental).

¿Qué liberación? Sobre el concepto de libertad, Milei está a la vez en simbiosis y en total disonancia con el pensamiento de Alberdi con que se referencia. Alberdi consideraba “la omnipotencia del Estado como la negación de la libertad individual”. Establecía entonces una oposición entre el bloque Patria-Gobierno-Estado y la libertad individual: “La omnipotencia de la Patria, convertida fatalmente en omnipotencia del gobierno en que ella se personaliza, es no solamente la negación de la libertad individual, sino también la negación del progreso social, porque ella suprime la iniciativa privada. El Estado absorbe toda la actividad de los individuos… y se distrae así de su mandato esencial y único, que es proteger a los individuos de que se compone, contra toda agresión interna y externa”. En esto Milei aparece como un epígono de Alberdi. Pero Milei es, también, la antítesis de Alberdi, en el comportamiento y la concepción de la gobernanza. Alberdi, en la construcción del ser nacional, analiza las raíces de la tiranía, y opta por el modelo “frío”, o sea por un modelo antinómico de los orígenes latinos de la Argentina. Se trata de contrarrestar “el fanatismo, es decir, el calor y la pasión que ciegan”. Se refiere a Adam Smith, al modelo de “la libre Inglaterra” y de “los Americanos del Norte” encarnados por George Washington. Les atribuye “el temperamento frío, pacífico”. Por otra parte, Milei, en su relación con la Constitución (la Constitución de 1994 no cambió los principales contenidos de la de 1853), le da la espalda a Alberdi. Este quería que la Constitución fuera el instrumento, para gobernar, del Poder Ejecutivo. Según tal principio, Alfonsín era muy alberdiano.

En el fondo, ¿la cuestión no sería saber para quién se gobierna? De Gaulle, en una famosa conferencia de prensa de 1959, decía: “En nuestro tiempo, la única pelea que valga la pena es la del hombre. Es al hombre que debemos salvar y hacer vivir”. En tal proyecto, ¿es necesario el recurso mesiánico para movilizar la interacción de los gobernantes y de los ciudadanos?

*Analista político. Doctor en Ciencia Política, Iheal (Institut des Hautes Études de l’Amérique Latine), Universidad de la Sorbona Nouvelle Paris III.