La grieta está a flor de piel. La marcha multitudinaria que el martes pasado reclamó a los senadores el desafuero de Cristina y los allanamientos a sus propiedades mostró el resurgimiento en la escena pública de la porción de la ciudadanía donde se concentra la mayor parte del apoyo a Cambiemos. La celebración y el apoyo de figuras oficiales como Gabriela Michetti o Mario Negri, u oficialistas como Alfredo Casero, lo sugieren. Las consignas de los manifestantes lo comprueban.
“Devuelvan lo robado”, “desafueros a la chorra de CFK”, la preocupación y el enojo por la corrupción es uno de los nudos idiosincráticos de este electorado. La demanda de una Argentina transparente y con calidad institucional, condensada en el imaginario de la República, es el aglutinante de estos ciudadanos que desde hace tiempo tienen a Elisa Carrió como a una de sus voceras elementales, pero que tuvieron que esperar a Mauricio Macri para ser una expresión de gobierno.
Blumberg. La genealogía política de este electorado viene de mucho antes. No sorprende verlo a Juan Carlos Blumberg en las fotos, cuya marcha en 2004 a raíz del asesinato de su hijo Axel fue también multitudinaria. De aquél episodio a las marchas contra las retenciones al campo en 2008 (recordemos que De Angeli, actual senador de Cambiemos, entró en el mapa político como vocero de ese reclamo), movilizaciones como el 8N en 2012 y el reclamo por el esclarecimiento del caso Nisman hacia el final del mandato de Cristina, se iba consolidando una expresión de rechazo al gobierno anterior cada vez más contundente y con ella la llamada grieta con sus discusiones: inseguridad vs. sensación, corrupción vs. operaciones mediáticas, autoconvocados vs. militantes pagos, fiscal asesinado vs. fiscal suicidado, etc.
Lo que le faltaba a esta masa de ciudadanos indignados era una conducción política competitiva con proyección nacional. Hasta que llegó Cambiemos. El “cambio”, viejo cliché del discurso político, empezó a tener para esos electores una connotación específica a su contexto histórico y al gobierno de turno. En otras palabras, clausurar el ciclo anterior.
Bolsos y heladeras. Sin embargo, el apoyo a Cambiemos empezó a sufrir su desgaste con la crisis económica. Los argumentos a favor del Gobierno, que en 2017 todavía eran verosímiles para la mayoría de los argentinos (“hay que darle más tiempo”, “no se arregla un país en dos años”, “la pesada herencia”) en 2018 empezaron a perder credibilidad. Votantes de Macri empezaron a mostrarse desencantados. En los focus groups cada vez son más los que dicen que el Presidente “mintió” en sus promesas de campaña y que miente cada vez que dice (porque sienten que lo dice muchas veces) que “lo peor ya pasó”. La falta de resultados, sumada a algunos escándalos como el de los aportantes truchos, empezaba a minar la credibilidad de Cambiemos entre sus propias filas.
El contrapeso de ese desencanto fueron las marchas y expresiones masivas en rechazo a las medidas del Gobierno. Empezó con la reforma previsional en diciembre del año pasado y se vio también a lo largo de este año con los aumentos de tarifas y el acuerdo con el FMI. Incluso la manifestación a favor de la despenalización del aborto nucleó en su mayoría a jóvenes que son refractarios del gobierno nacional y que lo responsabilizan por el rechazo al proyecto en la Cámara Alta. En 2018 las calles y el discurso público parecieron estar acaparados por animosidades fuertemente opositoras.
¿Qué es lo que destapó el escándalo de los cuadernos de Centeno? Más que una trama de corrupción entre el gobierno anterior y el sector privado de la construcción, las anotaciones del ex chofer le devolvieron aire y voz a ese segmento de la población reunida en su enojo con el gobierno de Cristina. Le dio oportunidad a la ciudadanía que expresa el apoyo al actual gobierno de volver a ocupar las calles y de articular un discurso. La espiral de silencio en que estaba sumido este votante, encontró en los cuadernos un canal de expresión para volver a tener voz pública.
Otro de los carteles en la marcha decía “Bolsos llenos, heladeras vacías”. Se reactiva el imaginario que identifica a la corrupción como el causal de todos los males, incluso del económico. Esto explica que una de las demandas de la marcha del martes fuera el tratamiento de la Ley de Extinción de Dominio, un proyecto del massismo que plantea que el Estado pueda expropiar los capitales mal habidos en casos de corrupción. Expresa una idea sobre dónde ir a buscar la plata que le falta al Gobierno. Para este electorado es bastante obvio: está ahí, en los bolsos, en las bóvedas, está guardada. “Se la llevaron toda” suelen decir.
La patria contratista. La idea de que la corrupción es una mera sustracción de capitales públicos que va a parar a los haberes privados de funcionarios deja ver lo selectivo de estas interpretaciones. Ven a la corrupción como una desviación de fondos, como una interrupción de la lógica institucional, cuando lo que se muestra es que está arraigada en la mecánica misma de las decisiones de gobierno. ¿Cómo no toca esto al gobierno actual? ¿Por qué nadie reclamaba el martes por el fin de la patria contratista y la cartelización de la obra pública? Camino discursivo repetido con que responden los adherentes al kirchnerismo en los grupos focales.
Ante la falta de logros en materia económica y pronto a perder el activo de las obras (una repercusión del escándalo que afecta más a Macri que a Cristina) el apoyo popular y su puesta en discurso, su visibilidad pública recaban en lo más profundo de su genealogía política: el enojo. Cambiemos vendió la “revolución de la alegría” pero en gran medida lo que terminó gestando fue la revolución de la rabia.
Esto no carece de problemas. De momento esta expresión visible de apoyo al Gobierno que estuvo dormida o silenciosa gran parte del año, depende de avances y logros en el área judicial, un terreno que el Gobierno no controla (y si lo controla no lo puede decir). A los funcionarios solo les queda ponerse en el lugar de los ciudadanos, mostrarse igual que sus representados, expectantes de los resultados y eventualmente compartir la indignación o la euforia. Es como si no fuesen gobierno, ¿no? A tres años del mandato de Cambiemos, a sus partidarios no les queda mucho más que seguir esperando a que caiga el gobierno anterior.
*Analista de opinión pública. Directora de la consultora Trespuntozero.