Dos muertes inesperadas. Estuvieron activos hasta el día de su muerte. De Eliseo esperábamos una próxima nota. Laclau estaba conferenciando.
Verón se formó en la corriente de pensamiento que hizo eclosión en Francia a fines de la década del 50 del siglo pasado y durante toda la década del 60. Lévi-Strauss y los estructuralistas, luego C.S. Peirce, fueron sus referentes. Los pocos meses que estudié Sociología en la UBA, Verón era profesor junto a Miguel Murmis de una materia muy elogiada: Sociología Sistemática.
Seguí su discusión con otro teórico de fuste: Oscar Masotta.
Leí Construir el acontecimiento y estudié con detenimiento su libro Semiosis social. Me detenía en cada uno de sus artículos de PERFIL. Eliseo Verón pensaba, un ejercicio nada banal y poco frecuente, lo que significa que no nos daba pan comido, alimento masticado y llovido sobre mojado. Su incursión en el mercado mediático como analista de discurso e imagen debe haberle dado elementos para pensar el mundo de la política.
Sus notas ampliaban el horizonte de la crítica.
Laclau estaba en medio de los debates del posmarxismo. Junto a Badiou, Zizek y Negri, entre otros, animaba los cruces teóricos del espíritu comunista. Su tendencia filosófica lo acercaba al lacanismo, a los restos del althusserianismo y a Gramsci.
En julio de 1994 me entregó un texto para la revista La Caja sobre Richard Rorty y la utopía liberal.
Vino a Buenos Aires y tomamos un café. Ante mi desazón por lo que pasaba en el país, se mostró escéptico, me dijo que no estábamos peor que en Grecia.
Critiqué su idea populista por derivar del idealismo de cátedra, bastante ajeno desde mi punto de vista a la política efectiva. Pero su sólida formación ofrecía legitimidad argumentativa a sus seguidores, como resistencia consistente a sus críticos. Es decir, lo mejor que puede dar un intelectual.
Son dos ausencias que se notarán.
*Filósofo. www.tomasabraham.com.ar