ESPECTACULOS
Cien años de la radio en la Argentina

Dar voces a tantas historias

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Celebración. La radio argentina se encuentra de fiesta. El 27 de agosto de 1920, famoso comienzo gracias a “los locos de la azotea”, comenzó un medio que hoy vive un nuevo gran momento, gracias al aislamiento social. Mucho históricos de nuestro dial: Antonio Carrizo, Betty Elizalde, Héctor Larrea y Lalo Mir. | gza. magdale naviggiani

Desde el comienzo de la historia el hombre y la mujer buscaron descifrar el gran mensaje, pusieron su mano en la caverna, hallaron dioses, Cristos, Budas, Avatares, hicieron mapas, crearon guerras e hijos, reyes y mendigos, chasquis que llevaron mensajes, templos y oficinas, imperios y pueblos que resistían a los imperios. Aprendieron a leer la partitura de las estrellas, pero la humanidad no conseguía darle voces a tantas historias…

Hasta que en una terraza de Buenos Aires, Susini, Guerrico, Romero y Mujica le pusieron sonido a todas las cosas que los hombres y las mujeres callaron por milenios, inventaron la radio y nos dieron la máxima creación: ¡la máquina de las presencias! Y no sólo dejaban de ser locos los que hablaban solos, sino que dejaron de serlo aquellos que escuchaban voces. 

Así se iniciaron los milagros: desde el burrero que vivía con la radio pegada a la oreja a la paciente que en la cama de hospital se despedía de la vida con un rosario y una radio en sus manos. De camioneros que ya no temieron al silencio de los caminos a pobladores de comarcas que comenzaron a comunicarse: “La señora Orfelina Marín de 55 años, hija de Celestino y Rudecinda Peralta, busca a sus hermanos a quienes no ve desde los 11 años, momento en que marchó a Buenos Aires con la familia Canossa” (del “Mensaje al poblador rural”, de Jorge Piccini).

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Milagros de radio como los de hacer reír a un país en épocas en las que la felicidad estaba prohibida, o de hacer imaginar a una nación cuando el ejército de la literalidad invadía ministerios, escuelas y corazones. Una radio apagada es como una habitación vacía luego de muchas noches de amor, y una radio encendida es la vida y el canto, como bien nos enseñó Antonio Carrizo. Así fue posible que en las cocinas cupieran Tarzán y su selva, los personajes de Niní Marshall y los de Fernando Peña, las orillas que hacían los silencios de Guerrero Marthineitz hasta llegar a la isla de sentirse escuchados por Luisa Delfino, la alquimia de transformar a la Eva Duarte del radioteatro en la Evita del pueblo, del poeta Discepolín en Mordisquito, de la oscura dictadura en la primavera de la democracia. Y cuando quiso, se volvió máquina del tiempo y llevó al Negro Dolina a beber cicuta con medialunas con Sócrates en el Tortoni, a Gardel a conversar con Charly en el tren fantasma de Cerasuolo, a Badía a pasear con Lennon por la 9 de Julio, y al pibe Héctor Larrea a cambiar el andar de las propaladoras de Bragado por el rapidísimo galope de la radio actual. Y Nora Perlé, Betty Elizalde y Nucha Amengual lograron perfumar el aire, y los operadores y operadoras el arte de domar vientos, y un tal Migré nos concedió un permiso para imaginar junto a Délfor, Abel Santa Cruz, Nené Cascallar, entre otros locos. Locos como Lalo de San Pedro, que mudó una radio de Bangkok a Buenos Aires y gente que ha vivido del aire pero con calle, como Pueyrredón Arenales, la creación de Scalise y Marchetti, y otros como el loco de la colina, que dejó de estar solo desde el momento en que salió al aire La Colifata. La radio supo cobijar a Borges y a Héctor Gagliardi; le dio lugar a la música clásica y a la tropical, a las Dos x Cuatro y a la Rock & Pop, a la misa y a la madrugada de evangelistas y al informe ganadero desde el mercado de Liniers. 

Una radio que desde tantos adjetivos (comercial, pública, comunitaria, cooperativa, universitaria e infinita, entre otros), se dio el lujo de transformarse en podcast y colarse en los potreros del nuevo siglo. La radio fue y será antorcha en tiempos oscuros: Penélope de los que siempre esperan, casa rodante del linyera, esperanza de los insomnes, grillo de ciudad, bichito de luz de campo, regreso de los exiliados, bandera de las patrias de la imaginación, pan de aire, pelota que no deja a nadie afuera del juego, espejo de todos y de nadie, eco de utopías y madre de lo que hemos vivido. La voz del mundo que cumple cien años. 

*Secretario Consejo Profesional de Radio de Argentores. Guionista de Radio de Radios de RTA y Secretaría de Medios Públicos que rinde homenaje al siglo de radio. Coordinador de la Artística Federal de Radio Nacional. Argentores acaba de editar el libro Cien años de voces.