Parece que volvemos al teatro. Y digo “parece” y no lo afirmo porque ya hemos visto que el destino nos puede jugar una carta no esperada. La pandemia, inevitablemente, nos hizo repensarnos y reinventarnos. Nosotros, los artistas, hemos sido sin duda uno de los sectores más golpeados y ahora nos toca salir de vuelta a la lucha. Como a todos, supongo, en mayor o menor medida. Pero esta lucha implica un nuevo renacer para quienes supimos sacar provecho de la crisis. Ni siquiera se me hubiera ocurrido, a mis tantos años y con más de cincuenta obras encima, que iba a tener un estreno virtual. ¡Y lo tuve! Y mucho menos que dictaría clases de teatro por Zoom. ¡Y lo hago y me fascinan! Pero resulta que un día volvemos y espero que la ilusión de quienes vengan a vernos sea la misma de siempre, que el entrar a un teatro te haga sentir esa magia inexplicable que solo aquellos que amamos y respetamos la profesión sabemos sentir.
Tengo 73 años y muchos de ellos los he pasado tomando audiciones para mis proyectos. He conocido y visto tantos talentos. Desde mi lugar, he dado oportunidades a mucha gente joven, sin experiencia. Y les aseguro que ha sido una de las cosas más gratificantes de mi vida. Hasta el día de hoy, muchos de ellos me siguen agradeciendo haberles dado la oportunidad de pisar un escenario, cosa tan valiosa. Agradecer es “tener memoria” de quienes te dieron “esa” oportunidad. Es lo que siempre predico. ¿Cómo no tener memoria cuando Lectoure me dio el sí? Y me brindó el Luna Park, ¡cuarenta Luna Park! Lo demás lo saben: fue magia. O no. Fue lucha. Porque no me quedé con el éxito. Seguí escribiendo, estrenando, ensayando, dando notas, dirigiendo, dando clases.
¿Qué es lo que ha cambiado? Que los escenarios están “desforestados”. Antes, las obras eran fuente de mucho trabajo: elencos muy grandes (no la huevada de “ensamble”), trabajo para quienes empezaban. Hoy en día, las obras son de dos personajes (¡dos!) y todas supuestas “figuras” que van a porcentaje. Ahora me pregunto: ¿esas figuras no tuvieron, en algún momento, que empezar?, ¿alguien que les dio la oportunidad? Yo sigo cumpliendo. He sido el único, ¡único!, que ha dado en mis muchos años de lucha trabajo y protagonismo a jóvenes “sin experiencia” porque la aprendían conmigo. Que cuando triunfé, no llamé a figuras para hacer Drácula, porque siempre me he jugado para los jóvenes. Sigo jugándomela. Estoy próximo a estrenar mi nuevo trabajo, en el que tampoco hay figuras, mas sí talento. ¡Y mucho! Mi próximo musical se llama Infierno blanco, se presenta en el teatro El Cubo y habla sobre un tema muy actual como es la droga. Y tengo nervios porque para mí es como estrenar por vez primera. ¿Hay diferencia entre la expectativa, los nervios y la ilusión? No. Tal vez años. Pero no la capacidad de sorpresa. Esa no deseo perderla, ni lo haré. Porque en ella me siento afortunadamente siempre principiante. Y es en el encuentro de una mano, a pesar de las tantas vivencias de uno, en el que sentimos otra vez más la capacidad de virginidad del alma.
Cuando veo mi nombre antes de un título o encabezando carteleras hace años, es porque he estudiado desde que tuve sentido de razón para poder ser “médico” en el arte. Porque pasé más de veinte años sin cobrar para aprender y generar espacios. Este espacio me lo he ganado por peso propio. Nadie me lo regaló. Ni un gobierno, ni amantes (aunque decían que Tito Lectoure era el mío cuando decidió hacer Drácula, jejeje). Me lo gané gracias al soporte de mis padres y a la confianza de los Lectoure, que cambiaron mi vida, y a los otros productores que se arriesgaron para hacer mis obras. Lo conseguí por mí y por los muchos “ustedes” que confiaron en mis delirios sabiendo que no ganaríamos un peso y ensayando todos los días de ocho de la noche a tres de la mañana y ¡cuidado con faltar!
De esa magia está hecho mi arte, por eso les pido que nos apoyen más que nunca. El teatro nos necesita. Deseo que acompañen este nuevo proyecto. Ojalá lo disfruten tanto como yo. Así lo deseo.
Seguramente hay gente a la que no le gusta lo que hago. Gente que no comparte mi estilo. Está bien. Pero no trabajo para esa gente. Fundamentalmente trabajo para mí. Y si esto que me conmueve los conmueve, es que hemos logrado empatía y surge la magia. No pienso, al escribir o encarar un proyecto, si debo hacerlo de tal manera para supuestamente lograr éxito. No. Lo hago. Y en este hacer es donde uno se juega la vida. Porque los que hacemos, los que nos exponemos diariamente durante toda la vida, corremos el riesgo de la envidia, pero gozamos de la calidez de tantos, nos enfrentamos al anonimato cruel y al que desde una mesa de café critica mal lo que no se anima a hacer. Pero cada aplauso que ustedes me brindan es gloria. Es el riesgo: al accionar genera una reacción. Y no todas son gentiles. Hay una suerte de coraza que uno tiene, una energía que puede con esas malas ondas.
¿No es fantástico y privilegiado, luego de tantos años de lucha incansable, seguir estando vigente, haciendo lo que me da la gana y que eso que me da la gana me permita vivir, seguir produciendo y dando espacios? ¡Soy un hombre de suerte!
*Autor, dramaturgo, productor, director y actor teatral argentino.