ESPECTACULOS
la cultura nacional de duelo

El Teatro Colón abrió sus puertas para la despedida de Sergio Renán

A los 82 años, y tras una dura batalla contra su enfermedad, murió este actor y director de cine, teatro y televisión. Su última puesta en escena fue hace un mes en el primer coliseo.

A los 82 años, y tras  una dura batalla contra su enfermedad, murió este actor y director de cine, teatro y televisión. Su última puesta en escena fue hace un mes en el primer coliseo.
| Telam

En la mañana de ayer el cuerpo de Sergio Renán dijo, finalmente, basta. En periodismo suele utilizarse la expresión “una larga enfermedad” para referir al cáncer, pero el mismo Renán reconocía en público la palabra fantasmagórica cuando se le preguntaba por su salud. La entereza para verbalizar la enfermedad innombrable tenía un paralelo con la entereza de ese cuerpo.  
Renán batallaba hace más de una década contra el cáncer, y más de un médico se preguntaba cómo hacía para sobrevivirlo cuando en determinados momentos todo parecía jugarle en contra. Remisiones y regresos. Más de una vez. Siempre haciéndole frente. Y, hasta la mañana de ayer, ganando todas y cada una de las batallas en esa guerra que tarde o temprano se va a perder.
Ese cuerpo fuerte, voluntarioso, albergaba una mente entusiasta. No sólo por su pasión por la lectura, sino por su diversificación de intereses, más propia de un renacentista italiano que de un artista del siglo XX, siempre más focalizado.

Fue, primero, Renán, a los ojos del público, actor. De los que hacían tanto teatro como cine. Una trayectoria que probablemente tenga como momento culminante el Rufián Melancólico que compuso para Los siete locos, de Leopoldo Torre Nilsson, en 1973, sobre la obra de Roberto Arlt. Apenas un año después se producía su debut como director cinematográfico con La tregua, con Héctor Alterio, Luis Brandoni y Ana María Picchio sobre la novela de Mario Benedetti. Era, por así decirlo, un inicio en la cúspide: la película consiguió la primera candidatura formal de la Argentina al Oscar, y él mismo recordaba con una sonrisa que había tenido la “suerte” de enfrentar en el listado de nominadas a la invencible Amarcord de Federico Fellini. Sin estatuilla dorada, seguiría en la silla plegable de director durante décadas, con éxitos memorables en la década del 80 como Gracias por el fuego –de nuevo Mario Benedetti, con protagónicos de Lautaro Murúa, Víctor Laplace y Dora Baret– y Tacos altos –sobre cuentos de Bernardo Kordon, con Susú Pecoraro, Miguel Angel Solá y Julio De Grazia–.

En 1987 haría su único y gran paso por la televisión como director de un proyecto de la talla de Ficciones para ATC –hoy TV Pública–, donde comulgaba su pasión por la literatura local con rotativos elencos de lujo. La pantalla chica se permitió albergar, de esa forma, adaptaciones de Horacio Quiroga, Leopoldo Marechal y Marco Denevi con actores de renombre como Oscar Martínez, Federico Luppi o Graciela Duffau.
El final de esa década significaría para Renan su trabajo más memorable: director del Teatro Colón desde 1989 a 1996. Una etapa del máximo coliseo nacional que se recuerda como la mejor, no sólo por la calidad internacional de las obras que se exhibían sino también porque los mismos empleados del Colón se ocupan de recordar que fue un período donde Renán mismo se encargaba de que tuviesen buenos salarios.

Si se observa el itinerario biográfico, se trató de un ascenso constante. Primero actor, luego director de actores para el teatro, después de actores y técnicos para el cine y la televisión, y en su punto culminante director de directores en el Teatro Colón. Con un pie en la literatura latinoamericana –con claro acento en la argentina– en la columna vertebral de toda su primera etapa, y abrevando en el acervo internacional en su último itinerario, más centrado en la dirección de óperas –de la cual la puesta de L’elisir d’amore, hace pocas semanas, terminó por ser su pieza definitiva–.
La paradoja, o no tanto, es que su etapa como régisseur –más universal y, si se quiere, inmortal– es la que estuvo atravesada por esa larga enfermedad llamada cáncer, con sus crisis, curaciones y retornos. Esa enfermedad a la que Renán le puso el cuerpo en todo sentido, ganando una batalla tras otra –cuando los profesionales las daban por perdidas–, con la misma intensidad con que le puso su mente y su alma a su obra para coronar aquello que no muchos consiguen: una vida que no fue un mero transitar, y a la que al cierre de esta edición centenas de artistas acudieron a presentar su respeto y cariño en el Teatro Colón.