Mientras camina desde su departamento casi a orillas del Támesis y cerca del Big Ben hasta el teatro Adelphi, Elena Roger se ríe sola y sueña en silencio. Unos minutos después se pondrá seria, alejará toda ilusión que la distraiga y se dedicará a ocultar la cabellera naranja shocking bajo el rodete rubio de Evita, el musical de Tim Rice y Andrew Lloyd Weber que reestrenó en junio y por el que está nominada como Mejor Actriz en Musical para los premios Lawrence Olivier que entrega anualmente la Sociedad Teatral de Londres.
“Nunca lo había imaginado, yo, que vengo de Barracas”, dice la cantante de 32 años, que el domingo 18 sabrá, en la ceremonia en el hotel 5 estrellas Grosvenor House, hasta dónde llegó su esfuerzo. Por ahora, disfruta de codearse en la competencia con Nicola Hughes (Porgy and Bess), Tonya Pinkins (Caroline, or Change), Jenna Russell (Sunday in the park with George) y Hannah Waddingham (Monty Python’s Spamalot), además de compartir con sus compañeros las otras tres nominaciones de Evita como Mejor Producción Musical, Mejor Coreografía y, para el coprotagonista Philip Quast, Mejor Actor en Musical.
—¿Esperabas este reconocimiento?
—Estaba esperándolo y no me pareció raro porque ya me habían nominado como Revelación para los premios que entrega el diario vespertino Evening standard, algo así como los Clarín. Estoy muy contenta que se hayan fijado en mí siendo extranjera.
—¿Tenés posibilidades de ganar?
—Soy realista, es difícil. Además, se dice que cuando ganás un premio, te dejan de llamar para trabajar. No sé, la verdad es que te ubica en un lugar tenso y siento que ya es un gran honor estar nominada. Las otras cuatro actrices, cuando nos vimos por primera vez, se me acercaron para intercambiar teléfonos.
—¿Cómo te trató la prensa?
—Muy bien, me elogiaron, por ahí hubo algún comentario sobre mi acento, si bien mejoré mucho en estos meses.
—¿Entre tus espectadores hubo algún famoso?
—Vino a mi camarín a saludarme Kim Cattrall –la Samantha de Sex & the city—, el actor norteamericano Frank Langella e Ian McKellen (Gandalf en la saga El señor de los anillos) que me elogió mucho.
—¿Qué tipo de público es el que paga 55 libras para verte? ¿Sentís que se emociona?
—Viene todo tipo de gente. Se emocionan a partir de la canción You must love me, que Evita le canta a Perón después de bailar con el Che. Desde ahí ya noto un cambio que sigue en ascenso hasta Don´t cry for me Argentina.
—¿Cómo es tu rutina diaria en Londres?
—Casi la misma que en Buenos Aires: me levanto al mediodía, desayuno, veo mails y atiendo llamados. Al rato, me pongo a hacer yoga, almuerzo, vocalizo, voy a la masajista, salgo y algunos días tomo, por teléfono, mis clases de canto con la profesora Mirta Arrúa Lichi. Y ya me voy para el teatro. Hacemos precalentamiento todos juntos unos 20 minutos. Después, terminado todo, me voy a mi casa, donde vivo con mi novio (el músico Javier López del Carril). Ellos no son de salir a comer, cenan antes de la función.
Las rutinas están hechas para ser cortadas para que en ese suspenso de la obviedad se produzca algo insólito, fuera de lo común, único. De ese tipo de hechos están construidos los recuerdos pero no sólo los excitantes o catastróficos. También los ridículos como el que cuenta Roger entre la sonrisa y el fastidio: “Para aprovechar mis dos días libres, saqué pasajes de avión por Internet para ir a Génova, donde se presentaba Mina, che cosa sei¡?! (el musical por el que ganó el ACE y que salió de gira, ahora con el protagónico de la actriz Ivana Rossi). Pero Génova en inglés es Genoa y yo compré para Geneva, que es Ginebra, en Suiza. Desde ahí, tuve que tomarme un tren a Génova, Italia, que tardó 8 horas. No pude ver la obra, sólo me alcanzó para cenar con mis amigos y volver corriendo para la función de Evita”.
—¿Hiciste amigos? ¿Cómo te llevás con tus compañeros?
—Tengo un grupo de amigos argentinos y nos reunimos. Con los ingleses me llevo muy bien –hablo mucho con Philip Quast (Juan Domingo Perón en la obra)– pero no salimos mucho. Tené en cuenta que al principio estaba la barrera del idioma. Me llevó tiempo ganar fluidez para comunicarme. Son muy respetuosos y están interesados en la historia argentina, porque no conocen mucho y tienen ganas de visitar la Argentina. A Tim Rice, por ejemplo, le encanta el país y viene a jugar al cricket.
—Trabajaste en musicales como “El jorobado de París”, de Pepe Cibrián. ¿Cuál es la diferencia que encontrás con las producciones inglesas?
—La diferencia está básicamente en la plata para producir. Acá también hay cosas malas y en Buenos Aires hay cosas muy buenas. Para Evita hubo dos años de preproducción, algo inimaginable para nosotros. Y se respetan mucho los tiempos, los plazos, los compromisos.
—¿Tienen cábalas similares a las del teatro porteño?
—Para el estreno, nos hicimos regalos de buen augurio. Pero no hay cábalas como en la Argentina, o muchas menos. Como costumbre quedó que cada vez que salimos al escenario, decimos “Have a good one” (que tengas una buena función).
—¿Conseguiste diseñador para el vestido que lucirás el día de la entrega de premios?
—No es fácil porque soy muy chiquita (1,53 metro) y todo me queda enorme. Para el estreno, conseguí un Armani. Pero para la entrega, todavía no tengo, estamos buscando (risas).
Con un presente tan satisfactorio, parece de aguafiestas pensar en el mañana. Pero a Roger no se le escapa nada. No sólo porque trata de ahorrar todo lo que puede (no paga alquiler ya que la producción le presta el departamento) sino que además va delineando una estrategia laboral con su manager inglés: “Sigo con la obra hasta mediados de abril que es cuando se termina mi contrato. Veremos si se renueva, supongo que sí, y en el medio tengo la gira de Mina. Hay un proyecto de grabar un disco, estamos viendo el repertorio. Mis posibilidades en Londres son acotadas porque no hay tantos papeles para extranjeras y mi acento aún es muy fuerte. Me encantaría hacer cine”, sueña.
—¿Desde Buenos Aires te ofrecieron algo?
—Tuve ofertas pero sigo tanteando, nada seguro. Me hablaron de un guión, Herencia de sal (de Gustavo Latt y Jorge Guzmán Heras), pero está muy verde. Y está el disco Elena en concierto, que son 14 temas de rock nacional que canté en el teatro El Nacional antes de irme y produjo Javier, mi novio. Claro que extraño mi casa, los domingos en familia. Pero me gustaría quedarme un poco más, probar a ver qué pasa.