ESPECTACULOS
Natalia Cociuffo

Prestigio antes que fama

La actriz y cantante interpreta a la bailarina Isadora Duncan. Compara el circuito independiente con el comercial.

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Espíritu. La actriz y bailarina cumplió 40 años y piensa en formar una pareja en su nueva casa. | Cuarterolo

La actriz y cantante Natalia Cociuffo –que integró Piaf, Chicago, Por amor a Sandro– circula entre proyectos más comerciales y otros menos centrados en el rédito económico. Actualmente, está involucrada en cuatro. Por un lado, los miércoles y jueves a las 21, hace Canto a Isadora en El Cultural San Martín (Sarmiento 1551): Valeria Ambrosio dirige esta obra, de María de las Mercedes Hernando, en la que Cociuffo interpreta a la revolucionaria bailarina Isadora Duncan, junto al pianista Pablo Bronzini; a Roberto Romano, en el rol del poeta norteamericano Walt Whitman; y a Renata Toscano, en el personaje de una niña que interpela a Duncan. Por otro lado, continúa, desde 2015, con Los monstruos, que lleva autoría y dirección de Emiliano Dionisi; allí Cociuffo y Mariano Chiesa componen a los padres de unos hijos muy particulares; va los martes a las 20.30 en El Picadero (Pasaje Santos Discépolo 1857), después de actuaciones internacionales, la más reciente, en el prestigioso Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá. En paralelo, Cociuffo organiza presentaciones con Natural, su banda de rock-pop. Y además, en junio, estrenará, también en El Cultural San Martín, La reunificación de las dos Coreas, del francés Joël Pommerat, con dirección de Helena Tritek.

—¿Cómo es esta Isadora?

—Interpreto a una mujer de la que casi no hay registros, salvo fotos. No busco imitarla, sino su energía. Isadora era una mujer muy sensible, pero muy convencida, muy vehemente: una revolucionaria. La danza clásica le parecía horrorosa; creía que los mejores movimientos estaban en la naturaleza. Le proponían hacer cosas para ganar plata, y ella elegía el hambre antes que hacer cualquier cosa. Nunca se quiso casar: siempre libre, como el viento. Si bien yo bailé, en Chicago, por ejemplo, no me considero bailarina, pero la coreógrafa de la obra, Elizabeth de Chapeaurouge, me dijo: “Vos sos Isadora, porque vos sos libre”. Aquí la vemos cerca de la muerte; siente que su cuerpo ya no le responde; tiene mucho dolor [sus dos pequeños hijos murieron ahogados en el río Sena]. Aparecen una niña fan que quiere ser su alumna y Walt Whitman, que está en su cabeza y en sus recuerdos.

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—¿Cómo transitás entre el teatro comercial, el teatro independiente y los centros culturales públicos?

—Acá [el Cultural San Martín], todo es a pulmón; hace calor, no hay papel higiénico en los baños… Bueno, bancátela, es lo que toca. Yo empecé en el Centro Cultural General Paz, en Córdoba, y estoy muy orgullosa de eso. No quiero nunca irme de eso. Lo siento como superauténtico, me mete en las entrañas de esa lucha, esa pelea, el respeto al teatro. La capacidad de adaptación me parece importante. El teatro se puede hacer en la esquina, en la vereda, con tres tachos. Por la magia que tiene el teatro, no importa lo que esté alrededor. Más allá del impedimento por falta de recursos, nada detiene al hacer teatro. Hay una libertad que a veces no tenés en los teatros comerciales, donde están la mirada y la opinión de un productor.

 

Romanticismo y cuentas bancarias

—Isadora Duncan recuerda al artista romántico: sufrido, emocional, arrebatado. ¿Coincidís con esta percepción del artista hoy?

—Sí, totalmente. Yo, esa bohemia, la tengo. Por momentos, puedo negociar mejor con lo comercial y me embarco en cosas en tele. Ahora mismo tengo ganas de que aparezca algo en tele… Es un límite que hay que saber cuidar y aprender a transitar. Siempre converso con mis colegas sobre cómo hacer para que nuestro arte trascienda, ser reconocidos, y que nos dé una cuenta bancaria interesante. ¿Me meto en cosas comerciales que me den dinero…? Todo el tiempo en El Cultural tampoco puedo. Una vez le pregunté a un tarotista: “¿Voy a ser famosa?”. Me dijo: “Vas a ser prestigiosa, que es mucho mejor”.

—¿Tenés amigos y colegas que compartan esta visión?

—Sí, muchos: Belén Pasqualini, por ejemplo, hizo su espectáculo [Christiane. Un bio-musical científico] en El Cultural y ahora está en El Picadero, que me parece un nicho de transición que trae cosas del off; Sebastián Blutrach las banca y les permite estar un poquito más cómodos. Hay otros lugares así, como Espacio Callejón, de Javier Dolte; Timbre 4, de Claudio Tolcachir, que siguen conservando lo pequeño y lo grande, lo profundo…

—¿Cómo describirías este momento de tu vida, a poco de haber cumplido 40 años?

—Los 40 los siento en mi cuerpo, en las emociones, en las ganas de ser madre, de reacomodar la situación de pareja. Estoy mudándome de casa. Con muchas revoluciones personales.