La primera vez que toqué un piano voluntariamente fue a mis tres años, desde ese momento mi vocación fue clara y el amor por la música profundo. Estudié en Rosario y luego en Buenos Aires, donde perfeccioné mi técnica en materias como armonía, orquestación y dirección orquestal. En especial, crecí junto a mi amigo y maestro Edgar Ferrer, quien más allá de la técnica me dio herramientas para crecer como artista.
Como siempre me consideré amante de la música que se entrelaza con la imagen, casi sin darme cuenta conduje mi carrera en el mundo del teatro musical. No es fácil ser artista de ese género en Argentina. Gracias a mi trabajo con directores como Valeria Ambrosio, Dani Casablanca, Santiago Doria, David Serrano en España o Fabián Luca, quien me acompañó en mis primeros espectáculos, logré llegar a donde me encuentro hoy y proyectar grandes cosas para el futuro.
Escribo desde Madrid, donde soy el director musical de Billy Elliot, el musical, último gran suceso en la cartelera de la capital española. Según las críticas, Billy Elliot es un antes y un después en la comedia musical de Madrid. Es un orgullo ser partícipe de esta obra junto a tantos otros argentinos: Gastón Briski (diseño de sonido), Patricia Clark (abuela de Billy), Quique Berro (guitarra) y Daniel Mejías (comunicación). A principios de junio fuimos homenajeados por el elenco del musical y el Ayuntamiento de Madrid.
Acabamos de alzarnos con la distinción a Mejor Musical de los Premios Teatro Musical de España, sumado a coreografía, escenografía, mejor actriz y actriz de reparto. Incluso, tuve el enorme mimo de ser nominado a Mejor Director Musical.
Cuento todo esto para dar a entender el valor del artista argentino. Si bien el teatro musical nació en Londres y en Nueva York, los argentinos tenemos un lenguaje propio del cual tenemos que hacernos cargo y promover.
El artista argentino es un sobreviviente. Allá (en Argentina), cuando el hecho artístico es de autogestión, todos colaboran con todos. Como es a pulmón, si es necesario uno da una mano en todos los aspectos de la obra, ya sea en la dirección general, puesta de luces, en el armado de la escenografía o donde se necesite.
El teatro musical de Buenos Aires nunca fue industria. Los precios no ayudan, y además la gente no responde masivamente. Creo que, en cierto modo, todavía sigue siendo un género elitista. He visto muchas producciones artísticas excelentes que no funcionaron.
El teatro musical vive principalmente por romanticismo de los artistas y productores. La desgracia es un claro ejemplo. Es una obra de excelencia mayor, con un gran trabajo previo, pero está solo una vez por semana y un día alternativo (los lunes en El Galpón de Guevara). Los chicos no pueden vivir de esa producción y se merecen mucho más que eso.
En Billy Elliot he trabajado con más de sesenta niños, quienes arrancaron su formación un año y medio antes de comenzar los ensayos, en varias disciplinas como tap, canto, ballet y actuación, entre otras. Para lograr eso, se necesitó una enorme producción. Sin siquiera hablar de diseño, escenografía, infraestructura, comunicación y demás. La producción es trabajo, el trabajo debe ser pago y para pagar se necesita dinero.
Sería muy interesante que el Estado, junto con algún organismo u organización, ayude al teatro musical. El talento que hay en nuestro país es enorme, sin embargo gran parte de él se pierde por no poder vivir económicamente del género. Levante la mano aquel actor de teatro musical que viva solo de ello.
He dirigido musicalmente o compuesto obras de gran reconocimiento como Mina, che cosa sei, El cabaret de los hombres perdidos, Canciones degeneradas, La Callas, una mujer, Edipo y Yocasta, y todos ellos tienen dos cosas en común. En primer lugar, la satisfacción y el crecimiento profesional que me dieron. En segundo lugar, que no me dejaron una moneda.
A fin de año estrenaré West Side Story en la capital española (celebrando el centenario del nacimiento de Leonard Bernstein), comedia musical que se considera como “el clásico de los clásicos”. Tendré el honor de ser su director musical y ya he comenzado a trabajar para ello hace meses. West Side Story tiene la partitura más compleja que me tocó dirigir, audicioné más de sesenta músicos para dar vida a la música de la obra, y no lo podría haber hecho nunca sin la espalda económica de las producciones en Madrid.
Hay mucho talento, sangre latina y un discurso propio hambriento por ganarse un espacio que no debemos abandonar sino regar y hacer crecer. Por amor, la música seguirá viviendo en cada uno de los que nos consideramos militantes románticos del teatro musical.
*Director musical reconocido por sus trabajos en El Cabaret de los hombres perdidos, Casi Normales, Rent, Priscilla, Shrek el musical, Edipo y Yocasta, entre muchos otros. Actualmente triunfa en España con Billy Elliot, el musical y la nueva producción de West Side Story (ambas producidas por SOM Produce).