A pesar de la enorme voluntad que caracteriza a la izquierda, Macri no resultó fácil de estereotipar. Su paso por Boca, María Eugenia Vidal, Lilita, Frigerio, parte del radicalismo, se constituyeron en elementos poco asimilables a la derecha en su acepción criolla. Con cierta desazón, pero siempre con optimismo, fueron transcurriendo dos escurridizos años para una vanguardia esclarecida que teniendo certeza que con el PRO volvían sus años de gloria, no sabía muy bien de dónde agarrarlos. Sin dudas, el triunfo electoral de Cambiemos fue el límite. Revelándoseles, como siempre, una opinión pública que por sí sola no va a ningún lugar correcto, esa fue la señal clara que la hora para actuar había llegado. A partir de entonces, con los cubiertos en la mano y la servilleta puesta esperó el gran momento para lanzarse sobre su presa antes que crezca y se ponga dura.
Mientras tanto, en otra sala, la película narraba una historia bien diferente. Subestimando al empecinamiento vanguardista, y sobreestimando el apoyo electoral, Cambiemos, poco informado sobre la cornisa que se hallaba bajo sus pies, suelta una reforma previsional con calendario inconscientemente provocativo, en medio de anuncios de un abanico de aumentos y, lo más complicado, sin poder mostrar claros resultados sobre alguna de las metas propuestas en sus inicios.
Así, diciembre, el mes del encuentro, y teniendo claro una franja cada vez más ancha de la izquierda, y del sindicalismo y el peronismo sin vida, que el desprecio por la institucionalidad constituye un elemento importante de nuestra identidad, ¿por qué andar evitándolo ahora? La 9 de Julio se viste entonces, rápidamente de un naranja poco navideño acarreando la exclusión con toda su prole, a los que la confusa vuelta de la historia les reserva, por unas horas, el lugar de héroes defensores del haber jubilatorio, para al cabo de un rato volver a subirse a los escolares que la devolverán, quizás a la Carlos Gardel, de donde no saldrán nunca.
Una vez en la plaza, entonces, la multitud, parte militante, parte de lo más humilde y excluido de nuestra sociedad, parte servicios de violencia rentada, se dan cita para lograr en la calle lo que las urnas les negaron. Allí las fuerzas de seguridad en las que nadie confía por su larga trayectoria de oscuridad y corrupción se transforman en los guardianes del voto de octubre y bajo ese paraguas sacan años de falta de formación y opacidad a la calle para permitir que el Congreso sesione algo poco explicado y que nadie comprende. Mientras tanto, y lo más peligroso, en las redes opinadores enardecidos legitiman y alientan adhesiones sobre unos y otros, retornando la buena violencia al diálogo social.
Hoy parte de la izquierda organiza su lucha contra una dictadura que recuerda pero que ya no tiene existencia posible, ni real ni potencial, porque quedó fuera del pensamiento y la posibilidad. Sin embargo, eso no importa ya que lo que no existe hay que crearlo porque para eso están las vanguardias. Así de forzado todo, frente a ellas emerge, de fajina, entre las tinieblas del gas pimienta, la buena represora para reiniciar una vez más y prolijamente, quizás, ojalá no, un nuevo ciclo de violencia en la Argentina.