Escucho en una aplicación “ya no hay fábulas en la ciudad de la furia” en el canto inmortal de Gustavo Cerati, importunado por la campaña electoral. Sigo con la ciudad mágica de Tan Biónica, nuevamente invadida por la propaganda política. La ciudad mágica vive en la de la furia, pero la magia se disipa sin una fábula que nos lleve y nos reúna más allá. Compleja como toda gran ciudad, Buenos Aires no ofrenda el paraíso, pero tampoco hay que exagerar con el infierno a la vuelta de cada esquina.
Se renuevan los cargos políticos y con ello la expectativa de que la gestión de Gobierno nos ayude a escribir mejor esa fábula, más allá de la furia. Pero somos todos nosotros, porteños día y noche —o incluso los solo de día—, quienes debemos asumir esa responsabilidad a favor de una convivencia más amable. Con que la administración no joda ya es bastante.
Imaginemos cómo sería esa fábula. Nos hablaría de la vida en los diferentes barrios, con respeto por sus ritmos y paisajes. Descubriríamos que las villas donde la miseria duele, van integrándose a la ciudad con más prisa que pausa, gracias a una inteligente y sostenida urbanización. Nuestras calles, que ya no conforman los poéticos laberintos borgeanos sino distancias con obstáculos y peligros, recuperarían su disponibilidad pública, sin privatizaciones prepotentes. En esa ciudad ya nadie hablaría de ser ecuánimes entre el norte y el sur, porque estos pasarían a ser solamente puntos cardinales.
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Se trata de cultura, de educación, de cambio de hábitos. Pero también de políticas públicas que estimulen y apuntalen esos cambios. Por ejemplo, en uno de los aspectos más críticos: el acceso a la vivienda digna, con servicios adecuados, porque donde falta eso falta lo elemental. Y con eficiente higiene urbana, lo que requiere el tratamiento eficaz de la basura. Seguridad y justicia, claro que sí: sin capacidad de sanción punitiva, solo nos quedaría apostar por una improbable transformación angélica de nosotros mismos y de nuestros semejantes. Pero la ciudad no es una isla, por lo que deberemos exigir que nuestras vecindades territoriales y jurisdiccionales no nos jueguen en contra. ¿Sería mejor para los porteños sacarnos de encima el peso de ser la Capital federal? Difícil saberlo, y Viedma queda lejos…
Quiero continuar escuchando esas vibrantes canciones en medio de las consignas que vociferan motosierra, olor a pis, encanar fisuras, más de lo mismo o incluso desde la Legislatura algunos prometen iniciar un nuevo camino hacia una vieja Sierra Maestra. Ni tanto ni tan poco, pienso. El diario del lunes, este diario, nos cuenta el veredicto de las urnas, pero con eso nada habrá cambiado de repente. Sin embargo hay una magia: lo que pasa en nuestra querida ciudad repercute a nivel nacional como no ocurre con ningún otro barrio de la Argentina… ¡vamos con la autonomía carajo!
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En medio del bullicio fue difícil identificar propuestas legislativas concretas, aunque algunas se hicieron escuchar. Destacables son aquellas que apuestan a reintegrar al mercado de trabajo a quienes ya mayores lo hayan perdido, como facilitárselo a los jóvenes que comienzan. Y varias más como el apoyo a la pymes, hacer evolucionar la calidad educativa, achicar el gasto y reducir impuestos, pero no a costa de las obras estratégicas de infraestructura; algunas más, en fin.
Y una enorme ausencia, hasta donde me enteré: ni una sola propuesta para el cuidado de nuestro riquísimo patrimonio arquitectónico y monumental.
Ganadores y perdedores, aun con el antagonismo propio de la política, invitemos a la sociedad a bajar no uno sino dos cambios. Vayamos por una magia más allá de la furia. Escribamos juntos una fábula realista, sin dejar de ser fabulosa, porque la ciudad que amamos es también la que soñamos.
*Exsenador por la Ciudad de Buenos Aires, filósofo.