Para quienes viven en la capital del estado brasileño de San Pablo, hay una fecha difícil de olvidar: el lunes 19 de agosto del año pasado. Instantes antes de las 15 horas, de un momento para otro, el cielo ennegreció y el día se transformó en noche. En un primer momento se pensó que venía un terrible temporal, pero no había ni truenos ni rayos que lo justificaran; y al asombro le siguió el temor.
Pero el fenómeno, aunque muy extraño, no tenía nada de sobrenatural: fue una consecuencia del Amazonas en llamas. Con descontrolada proliferación de incendios, los vientos transportaron densas nubes de humo hacia el sudeste del país. Desde julio hasta septiembre el fuego ha vuelto a atacar y redujó a cenizas una gigantesca área de Pantanal, una de las regiones turísticas más bellas de Brasil. Al punto que las Naciones Unidas la declaró Patrimonio Natural de la Humanidad.
El desastre tiene un origen intencional. La Policía Federal, que investiga el caso, confirmó que fueron los propios hacendados de la región quienes pusieron la chispa para liquidar buena parte de un área considerada el mayor bioma húmedo del mundo. “Esto no fue un accidente” informaron los jefes policiales que lideran el Operativo Mataá. En el medio, quedaron presas las 1.200 especies animales: monos, cobras, yacarés, onzas y araras azules (en extinción). Esqueletos carbonizados pueden ser vistos a las orillas del río, allí en Pantanal. Un biólogo de la Universidad Federal de Mato Grosso, Rogerio Rossi, calculó que las llamas destruyeron 15% de la región de 140 mil kilómetros cuadrados (equivalente a la superficie de la provincia de Tucumán).
Con una actividad agropecuaria que explica el volumen creciente de las exportaciones brasileñas, ninguna floresta se salva de convertirse en un pastizal para criar ganado o tierras para la siembra de soja. El Centro Nacional de Prevención y Combate a los incendios forestales, que pertenece al Instituto Brasileño de Medio Ambiente, estima que en lo que va de 2020 ya fueron extinguidos por el fuego unos 14.500 kilómetros cuadrados de selva amazónica. Esto representa un aumento de 68% con relación al período enero-agosto de 2019.
Se estima que en lo que va de 2020 ya fueron extinguidos por el fuego unos 14.500 kilómetros cuadrados de selva amazónica
Semejante actividad pirómana en el Amazonas tiene un impacto decisorio en el sur del continente. Más precisamente en la llamada Cuenca del Plata, que comparten Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Argentina. El clima se ve fuertemente influenciado. Y, si en San Pablo se aguardan literalmente fuertes lluvias negras los próximos días, en la Argentina la sequía causa estragos.
La provincia de Formosa asiste a una mortandad de peces inédita, en el Río Pilcomayo. Las autoridades dicen que “desde hace 40 años no se veía un fenómeno de tamaña adversidad”. En el Noroeste Argentino (NOA) la “falta de agua” redujo, sensiblemente, la siembra de girasol: caerá más de 12 por ciento. Y esa misma escasez compromete los resultados del trigo, cuando en un principio se imaginaba que este año tendría una campaña récord. En el Chaco la ganadería está en peligro, advirtieron las autoridades provinciales.
¿Qué tienen que ver los incendios en la selva brasileña? Todo. En 1960 se descubrió que desde la Cuenca del Amazonas soplan las llamadas “corrientes a chorro de baja altitud”. Son vientos muy húmedos que desempeñan un papel clave en el ciclo hidrológico del Plata. “Esas corrientes son como ríos voladores que cargan humedad y la transportan desde el norte al sur. Se localizan en las camadas más bajas de la atmósfera, suelen tener hasta tres kilómetros de altitud y viajan a velocidades de 50 kilómetros por hora” señaló uno de los mayores científicos brasileños en temas climáticos, José Antonio Marengo, del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE). A esos “ríos voladores” que vienen de la selva brasileña, la agricultura argentina y uruguaya le debe la recepción de los grandes chubascos, especialmente en verano, que garantizan los buenos resultados. Esas corrientes (o “jets”) son, también, la fuente de recarga del Acuífero Guaraní, la mayor reserva de agua dulce en el mundo que comparten los países del Mercosur.
La Argentina sufrirá, este año, sensibles caídas en la producción agropecuaria, su principal fuente de comercio exterior
Con los incendios amazónicos, cada vez más descontrolados, se compromete la humedad de esos “ríos voladores”. Son vientos que entran por el norte brasileño, desde el Atlántico: los Alisios. Cuando estos llegan a la floresta, parte del agua que ellos acumulan cae sobre la propia floresta; al mismo tiempo la selva “transpira” y recarga esas “corrientes de nivel bajo” con humedad. Este proceso se ve alterado con los incendios, y hay un excedente de emisiones de gases que afectan el equilibrio climático y biogeoquímico de América del Sur.
Tanto Pantanal como Amazonas registran un récord de incendios. Pero el presidente Jair Bolsonaro dice su país es “el que mejor preserva el medio ambiente”. El jueves sostuvo, en un discurso, que pese a eso “nuestro país es el que más ataques recibe desde el exterior”. Y concluyó: “Nuestro gobierno cree cada vez más en la iniciativa privada”. Obvio, también en el Amazonas. Exactamente es por cuenta de esa “actividad privada” en el llamado “pulmón del mundo”, que la Argentina sufrirá, este año, sensibles caídas en la producción agropecuaria, su principal fuente de comercio exterior.
*Autora de Brasil 7 días.